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Cómo domar mi huracán: la noche trágica de CNN y el resurgimiento político de Donald Trump

Alrededor de la amenaza del huracán Harvey, la Presidencias de Estados Unidos ha librado con los medios de comunicación liberales una batalla encubierta con consecuencias inquietantes. Por el momento, Trump la está ganando.

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Por Fulvio Vaglio

Así me gustan los viernes: intensos y convulsionados. Periodistas y comentaristas norteamericanos están ocupados a entender qué relación tiene la nueva andanada de decisiones por parte de Trump (el perdón presidencial a Joe Arpaio, el despido de Sebastian Gorka y la orden ejecutiva que prohíbe al ejército aceptar a transgéneros en sus filas) con el huracán que está devastando las costas de Texas; en el contexto, además, de los misiles de corto alcance lanzados por Corea del Norte. ¿Trump tomó esas decisiones en la tarde del viernes para desvanecerlas en un fin de semana dominado por Harvey? ¿O, al contrario, lo hizo para que tomaran un fuerte realce mediático, incrustándolas en el momento en que, presumiblemente, los encendidos alcanzarían su nivel máximo? Hay argumentos para ambas interpretaciones.

Michael Smerconish (un analista de CNN siempre muy prudente y acertado, pero no de prime time) tuiteó en la madrugada del sábado que “Dios le echó a perder a Trump su éxito momentáneo” cuando bajó abruptamente Harvey de huracán categoría cuatro a dos y luego a uno (ahora ya está en “tormenta tropical” a secas); no es difícil leer entre las líneas del tweet e imaginar que el potencial destructivo del huracán puede haber sido exagerado por las autoridades, en el afán de aumentar la sensación de pánico: por ejemplo, recomendaron a los habitantes que no habían querido ser evacuados marcarse en el antebrazo nombre y número de seguro social, para facilitar el reconocimiento de su cadáver si sucedía lo peor: extraño, a decir lo menos.

Las motivaciones principales de Trump para tomar esas decisiones son más claras. El perdón a Arpaio va más allá de un acto de compasión para un ex sheriff (racista y antihispano) de 85 años: manda un mensaje de protección presidencial a “su gente” por si la investigación de Robert Mueller la comprometiera seriamente. La orden ejecutiva sobre transgéneros en el ejército da seguimiento a los discursos de Trump a la American Legion el 26 de julio y en el rally en Huntington, West Virginia, del 3 de agosto: ambos enfatizaban las virtudes de los soldados norteamericanos, en términos no sólo belicistas sino implícitamente machistas.

El despido de Gorka era previsto después del de Steve Bannon; ambos representaban la derecha radical del equipo de la Casa Blanca y habían criticado la “suavización” de la política presidencial, sosteniendo que el núcleo de la promesa electoral de Trump se había perdido con el ascenso en la Casa Blanca de personas que “no creen en Volver a América grande otra vez”: posiblemente una velada acusación a John Kelly. Juntas, estas tres decisiones están dirigidas a confirmar que Trump hace lo que le place, independientemente de la opinión de los críticos: que finalmente fue lo que ayudó a vender su imagen al gran público en las elecciones de noviembre.

Pero el controversial fin de semana de Trump no empezó el viernes; más bien, parece la culminación de un esfuerzo cuidadosamente orquestado: empezando con la visita, el 4 de agosto, a las instalaciones de la Agencia Federal para el Manejo de EmergenciaS (FEMA): participaron tanto Trump como el vicepresidente Pence, lo que, por lo menos, indica la conciencia de que la Casa Blanca no podría exponerse al riesgo de mostrarse impreparada o débil (como le había pasado a George W. Bush con Katrina en 2005).

Continuó con los discursos de Trump en julio y agosto, y culminó el pasado martes 22, con el discurso de Phoenix. Este último fue una provocación a los canales de la televisión liberal: Trump dedicó el discurso a atacar CNN, CBS y NBC, y a ensalzar FOX News; CNN cayó de bruces en la trampa: los comentarios de Don Lemon y sus invitados, apenas terminado el discurso presidencial, daban por sentada la inestabilidad emocional y psicológica de Trump; al escucharlos, uno podía estar seguro de que la remoción de Trump de la presidencia era cuestión de semanas, si no de días; cosa que, obviamente, no ha sucedido.

No sólo CNN parecía no conocer el adagio “quien se enoja pierde”; también mostró que los liberales norteamericanos son, con loables excepciones, indisponibles para aprender de la historia pasada. Critican a Trump por caminar en la cuerda floja entre una base “dura”, racista y supremacista, y un electorado más amplio, justamente insatisfecho con la clase política tradicional: deberían haber vuelto a leer a la literatura sobre el ascenso del nazismo en Alemania entre 1929 y 1933 (literatura que, por cierto, cuenta entre sus representantes a grandes historiadores norteamericanos, de William Shirer a Barrington Moore jr.); claro que Hitler fue un poquito más impetuoso y radical: no le pidió su renuncia a Roehm y liquidó a las SA de tajo; Trump prefiere los tiempos largos y, desde enero para acá, está manejando las rendiciones de cuentas en la West Wing como una “noche de los cuchillos largos” reptante.

Acusan a Trump de usar armas “poco americanas” (la descalificación y la calumnia de los adversarios) como si estuviera inventando la cacería de brujas, y olvidan que las sesiones de la HUAAC de Joe McCarthy eran manejadas exactamente de la misma manera; critican el perdón a Arpaio, pero no se les ocurre cuestionar la institución misma del perdón presidencial (que no es cualquier “indulto”); están tan convencido de que Estados Unidos son, no ”una democracia”, sino la democracia, que no quieren meterse en el origen aristocrático y monárquico de esa institución, ni en el uso clasista que se hizo de ella: por ejemplo, el primer perdón presidencial recordado en la historia de Estados Unidos es el que George Washington le concedió a los líderes de la  rebelión del whisky de 1791-1794; pero no había hecho lo mismo con los deudores desesperados de Shay de 1786-87; si quieren objetarme que Washington sólo fue presidente a partir de 1789, les contestaría que  George W. Bush, presidente desde 2001, perdonó a Caspar Weinsberger y a los otros involucrados en el escándalo Irán-Contras de la época de Reagan, quince años antes.

Todo indica que esta semana los consejeros amateurs y divididos de Donald Trump “chamaquearon” a los profesionales del prime time de CNN, y los forzaron a jugar en favor del presidente.  La evaluación más cuerda de la situación actual la acaba de dar Smerconish, quien sigue decidido a mantenerme desmañanado y en piyama: nos recuerda que, aunque se relevara a Trump del oficio, esto no resolvería el problema de unos Estados Unidos que han perdido liderazgo moral y claridad de objetivos.

El camino a la reconciliación nacional, según Smerconish, pasa por una revisión crítica radical de su pasado y presente, empezando por la aceptación de una alternativa “centrista” al bipartidismo. Por mucho que parezca deseable, no lo veo probable: el sistema bipartidista estadounidense tiene una larga historia de crear alternativas marginales que crecen como hongos en la noche y se marchitan en el terreno mojado al día después: ¿quién recuerda hoy a Ross Perot de los años de Clinton o a Ralph Nader de la época de George W. Bush?

La realidad es que Trump ya ha ocupado el vacío político, ideológico y moral en el que se encuentra estancada la clase política: mientras más la clase política norteamericana (republicanos y demócratas juntos) atrincherada en Washington se distancia de Trump, más lo ayuda a cerrar la distancia con la base que lo eligió: mientras más los medios liberales predicen su próxima caída, más Trump se levanta, se sacude el polvo y continúa como si nada hubiera pasado.

Lo que está sucediendo en estas horas sigue un guion del todo predecible: los analistas del Consejo de Seguridad Nacional declaran que los misiles norcoreanos no han presentado una verdadera amenaza (y además uno de tres ha fallado); Bannon y Gorka están de regreso en su empresa ultraconservadora de investigación y consultoría, listos para reaparecer si se necesita; los transgéneros en servicio activo serán  retirados paulatinamente y sin ruido; las estatuas ecuestres de Lee están convenientemente cubiertas con lonas en espera que se reparen los daños causados por los izquierdistas iconoclastas; el yerno incómodo se entrevista con líderes israelíes y palestinos para presentarse como mediador de paz: total, su suegro ya ha identificado a Afganistán como otro posible teatro de batalla para justificar al incremento en el gasto militar. Y Trump acaba de tuitear que Harvey es una de esas catástrofes que se dan una vez cada quinientos años (sic) y el coro de sus asesores ya está comentado que, gracias a la previdencia del presidente, no ha habido casi víctimas mortales. Paradojas de la semántica: en inglés, cuando se habla de una situación que ha sido exagerada o falsificada mediáticamente, se dice que ha sido trumped-up.

* Semiólogo, analista político, historiador y escritor.

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