Arturo Páramo
Pocas veces se verá que el titular del Poder Ejecutivo acepte públicamente -o infiera en un discurso- que incurrió en una equivocación.
Apenas el pasado sábado, desde la sierra de Zongolica el presidente arremetió contra la Organización de las Naciones Unidas, que previamente le pidió por escrito dejar de criticar a una revista por considerar que eso atenta contra la libertad de expresión.
En uno de sus pasajes más severos, cinco minutos de discurso sin desperdicio del presidente, descalificó al ex titular del Consejo para la Evaluación de las Políticas Sociales (CONEVAL), arremetió contra la mismísima ONU y se enfiló contra quienes no apoyan abiertamente a la llamada por él, “Cuarta Transformación de la vida pública de México”.
“Quien no contribuya a la transformación de México y esté a favor del inmovilismo, de mantener el status quo, es conservador, se dedique a la política o se dedique al periodismo”, lanzó el presidente desde Zongolica, población enclavada en la sierra veracruzana.
El debate sobre lo dicho por el presidente inició apenas pronunció el discurso. Vinieron respuestas, desmentidos, réplicas hasta que el propio titular del Ejecutivo, quien había aceptado que sí contemplaría la desaparición del CONEVAL y que las mediciones de la pobreza y del impacto de los programas sociales lo realizara el INEGI, matizó sus palabras.
La mañana del lunes, en la rueda de prensa matutina, el presidente aclaró que el CONEVAL no desaparecerá y que seguirá realizando su labor, pero con menos recursos que los que tenía hasta la fecha.
Ave de tempestades, el presidente no da tregua ni a sí mismo. Mientras celebra la firma de contratos para construir la refinería de Dos Bocas o la conclusión de los contratos con empresas que construían el Nuevo Aeropuerto Internacional de México, pronuncia su nada amable referencia a la ONU y el condicionamiento hacia quienes están o no a favor de la “4T”, todo en el mismo discurso. Inaudito.
Incluso el mensaje de concordia y de colaboración con Centroamérica y el enérgico llamado a Estados Unidos para generar empleos y rescatar a la región pronunciados el sábado parecían lejanos ante el severo pronunciamiento del domingo en Zongolica.
Mientras esto se desarrolla en los recorridos del presidente pro el país en su visita a hospitales rurales tres días a la semana, su partido, Morena, se desmembra con la lucha interna por elegir a la nueva dirigencia; en Tabasco se cocina la “ley garrote” para evitar manifestaciones en torno al proyecto de Dos Bocas; y en Baja California el inminente gobernador morenista se debate entre publicar o no una la anticonstitucional “ley Bonilla”.
El líder moral de la izquierda, Cuauhtémoc Cárdenas, toma distancia del lopezobradorismo con su abierta crítica a lo que sucede en Baja California, y Porfirio Muñoz Ledo se convierte en el principal crítico del gobierno.
Hay quienes sí le toman la palabra al presidente y lejos de comulgar con su proyecto lo llevarán al límite y por lo visto, no están en los partidos de la oposición, desarticulados, sin rumbo y con una de sus más prometedoras figuras, Enrique Alfaro, atrapado en su propio laberinto por el incremento a las tarifas del transporte en Jalisco.
El presidente ha insistido recientemente que las protestas le tienen sin cuidado, el camino está marcado y no admite dudas ni titubeos, es el combate a la corrupción y en ese espectro cabe casi todo y todos, y eso es lo peligroso.
Tragados por su fuerza gravitatoria, pocos en la esfera pública soportan la fuerza que imprime López Obrador a estos tiempos, y son capaces de marcar postura, lo contraponen o son capaces de tener luz propia, como lo hizo el Canciller el sábado pasado.
Como nunca, queda claro que el actual proyecto de país tomó forma y se construyó está en la cabeza de un solo hombre; que al proyecto lo sostiene la fortaleza mental y física de un solo hombre; que el proyecto político tiene sustento en un solo hombre.
Sin él, sin la cohesión que logra en torno suyo, su proyecto caería como una escultura de arena.
