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¿Bailamos? Coaliciones en Austria y Alemania

La coalición de derecha en Austria está prosperando, mientras que la coalición centrista en Alemania ha fracasado; es posible que esto vuelva a resucitar a la Große Koalition que parecía muerta.

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Por Fulvio Vaglio

Dos novedades de Mitteleuropa: una predecible y otra menos: ambas preocupantes. La predecible: Sebastian Kurz está listo para formar el nuevo gobierno austriaco con una coalición, por así llamarla, de la ultraderecha moderada (su ÖVP) con la ultraderecha radical (el FPÖ de Heinz-Christian Strache). La menos predecible: en Alemania han fracasado las negociaciones para formar la “coalición Jamaica” (negro de la CDU, amarillo de los liberales y verde de los ecologistas)

Ya hablé, en un artículo anterior (16 de octubre) del juego de mimetismo de las derechas ultraconservadoras en Europa, que les permite a los partidos populistas “buenos” esconderse tras las faldas de los populismos “malos”. La diferencia es que, por el momento, en lo demás de Europa occidental los populistas “buenos” les han pegado en las elecciones a los “malos” y se han desmarcado tajantemente de la posibilidad de formar gobierno con ellos; en Austria, en cambio, los veremos compartir el poder.

No es la primera vez que sucede, ya que una alianza parecida se había dado entre 2000 y 2006; el destino burlón quiso que, esta vez, la tarea de encargar a Kurz la formación del gobierno le tocara a Alexander Van der Bellen, el líder ecologista que hace exactamente un año (el 4 diciembre de 2016) había frustrado en segunda ronda las ambiciones presidenciales del ultraderechista (del FPÖ) Norbert Hofer.

La posición de Kurz y la de Strache son muy compatibles con el núcleo duro de la propaganda populista: endurecer las leyes de inmigración y cerrar las puertas a los refugiados (no es casual que, entre los bastiones tradicionales del FPÖ, encontremos a Alta Austria, en la frontera con la República Checa, y Estiria, colindante con Eslovenia: dos de los pasos más utilizados por los refugiados); junto con pegado, va la reforma de la seguridad social para garantizar un “trato equitativo” a los nativos austriacos contra la marea creciente de los inmigrados.

En el plano propiamente económico, ambos partidos insisten en la desregulación de la industria y en el adelgazamiento del gobierno. En el plano ideológico, ambos usan el nacionalismo como su arma propagandística: con marcadas nostalgias nazi en el caso del FPÖ (la Asociación Israelita de Viena ya ha alertado contra los “lobos nacionalistas en piel de oveja”) y, en el caso del ÖVP, con un hincapié más fuerte en la tradición populista católica, con referencia expresa a la encíclica Quadragesimo anno de Pío XI (mayo 1931), que a su vez retomaba, con tintes aún más antisocialistas, la Rerum Novarum de León XIII (mayo 1891).

Un punto de negociación más difícil es, sin duda, la política europea; el FPÖ se define como “fuertemente euroescéptico”, mientras que, en sus últimas declaraciones, Kurz ha insistido en que la participación de Austria en la Unión Europea no es negociable. Seguramente el presidente Van der Bellen ha puesto su granito de arena para arrancarle a Kurz declaraciones moderadas en termino de europeísmo y ecología; de todas maneras, el rol del presidente austriaco en la escena política es marginal y, conociendo pelo y vicio del lobo populista (en particular la elasticidad del concepto de “euroescepticismo”), no creo que las negociaciones vayan a ser entorpecidas más allá de lo necesario para convencer al público de que se trata, en efecto, de negociaciones y no de un arreglo previo; así que, posiblemente, el 20 de diciembre tendremos gobierno nuevo.

¿La perspectiva puede cambiar? Otras declaraciones más cautelosas, de los representantes de ambos partidos, posponen la fecha límite al 8 de enero. ¿Qué podría suceder en esos 19 días, tan contundente como para cambiar la jugada de la coalición? Digo, aparte las fiestas navideñas con su trineo de buenos propósitos y abrazos interpartidistas. Van a estar las elecciones en Cataluña el 21 de diciembre, pero es dudoso que la cúpula austriaca las considere tan importantes. Pero también por esos días se espera una solución, en uno de varios sentidos posibles, a la crisis de gobierno alemana: y esto sí, a los austriacos, les interesa de cerca.

En Berlín, el pasado 20 de noviembre, Christian Lindner (presidente del Partido Democrático Liberal) anunció unilateralmente el retiro del FDP de las negociaciones para formar un gobierno de coalición. Los verdes, solos, no podrían ayudar a Merkel a formar un gobierno estable y mayoritario, así que la bolita de la ruleta política volvía a estar en movimiento.

¿Debería Merkel contentarse con un gobierno minoritario de su partido (la CDU con su aliado histórico bávaro, la CSU)? Merkel lo descartaba: no está en las tradiciones de la política federal alemana (recuerda más bien el siempre incierto panorama político italiano desde los sesentas a los noventas) y casi seguramente sería de breve duración. Y el propio Emmanuel Macron, desde la otra orilla del Rin, no había tardado a recordar, ese mismo 20 de noviembre, que se necesitaba un gobierno fuerte y estable en Alemania, para el objetivo de la refundación europea.

Las razones del fracaso en las negociaciones fueron varias, o, más bien, fue una con distintas aristas: la incompatibilidad programática entre los liberales y los verdes, que el partido de centro (también debilitado en las elecciones del 24 de septiembre) ya no podía forzar a componendas: política ecológica, fiscal y migratoria (sobre este último punto, la manzana de la discordia fue el derecho de los inmigrados a reunirse con sus familias: el FDP no quiere dreamers en Alemania). Las razones para el proyecto de coalición eran el europeísmo y la amenaza derechista de la AfD, y se revelaron insuficientes para mantener vivo un matrimonio sin amor.

¿Qué otras opciones quedaban? Los socialdemócratas de Martin Schulz reiteraban su negativa a repetir la fórmula de un gobierno de coalición con la CDU/CSU, y con buenas razones: la única ganadora de ese experimento, desde que empezó en 2005, había sido Angela Merkel, mientras que el SPD había visto aumentar las críticas por haber perdido rumbo e identidad y bajar su apoyo electoral hasta los resultados catastróficos del pasado 24 de septiembre.

Se hacía muy presente la posibilidad de nuevas elecciones generales, probablemente para la primavera de 2018; Merkel la veía con miedo y ponía sus santos de cabeza para que no le fuera peor que en septiembre; Schulz no la veía mal pensando que, peor que en septiembre, no le podía ir al SPD; la que sí se regocijaba era la ultraderecha de AfD (e inclusive, por qué no, de su palero neonazi, el NPD), que se esperaban un nuevo incremento.

Aquí entra en juego el presidente alemán Frank-Walter Steinmeier, socialdemócrata de toda la vida, aunque moderado. Habíamos avizorado un posible resurgimiento suyo (artículo en esta sección, del 13 de noviembre): pero confieso que no me lo esperaba tan pronto. Steinmeier ha tomado la iniciativa de juntar a Merkel y Schulz para negociar una reedición de la coalición 2005-2017; por lo pronto, ha logrado desplazar a Schulz de su negativa rotunda hacia una posición más posibilista, o menos cerrada, que ya es algo.

Bola de cristal no tengo y, si la tuviera, sería muy frágil en la turbulencia presente. Nuestro SPD recargado ya ha declarado que el equilibrio de poder ha cambiado y que Merkel no puede dictar condiciones como en el pasado. El mismísimo presidente de la CSU bávara, Horst Seehofer, ve con buenos ojos la coalición, aunque ha recomendado a los socialdemócratas no estirar demasiado la cuerda: se refiere casi seguramente a respetar el axioma del equilibrio presupuestario (el ordoliberalismus), que ha sido bandera, distintivo y leitmotiv constante de los conservadores alemanes desde 1945.

Por lo pronto, la participación del SPD en una nueva coalición está supeditada al congreso del partido, convocado del 7 al 9 de diciembre (es decir, esta semana), cuyo tema era, y seguirá siendo, la refundación del proyecto socialdemócrata, no sólo en Alemania sino en Europa.

Eso, posiblemente, explica la prudencia de los partidos austriacos: al fin y al cabo, Austria ha estado a la zaga de la política alemana desde la guerra austro-prusiana de 1866. ¿Quién quita y, desde el norte, pueda llegarles a los socialdemócratas austriacos un nuevo respiro?

Pero Thomas Mann (en su tetralogía José y sus hermanos) decía, a grosso modo, que la profecía no es sino memoria del pasado proyectada hacia el futuro (escribió su tetralogía entre 1933 y 1943, es decir, en pleno auge del nazismo). Sin bola de cristal, por lo menos podemos desenterrar una lección de la República de Weimar de los años 1929-1932: socialdemócratas y conservadores empeñados en demostrar quién tenía el control de la situación; preocupados – pero sólo de dientes para afuera – por el ascenso del partido de Adolf Hitler. Sabemos cómo terminó: el tiempo apremia y los líderes de la CDU y del SPD están conscientes de ello, aunque a veces pretenden que se les olvida.

* Semiólogo, analista político, historiador y escritor.

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