Connect with us

CDMX

Cincuenta años más o menos

A una semana de las elecciones en Alemania, Emmanuel Macron toma la iniciativa para que Francia se convierta en “líder del mundo libre”; sus declaraciones remiten a viejos sueños de grandeza de hace medio siglo, pero no logran paliar la creciente desconfianza del público hacia su presidente.

Published

on

Por Fulvio Vaglio

El próximo año habrá cumpleaños importantes en Europa y en el mundo: el mayo francés y la primavera de Praga celebrarán sus 50 años; los vietnamitas y las osamentas inquietas de McNamara y Westmoreland recordarán la ofensiva del Têt; de este lado del charco habrá recriminaciones por la cita fallida con la modernización política del país, ni la primera ni la última, en Plaza de las Tres Culturas, y se renovará la memoria fotográfica de los guantes negros levantados en el Estadio Olímpico; habrá discursos, muchos discursos, sobre Martin Luther King y Robert Kennedy, y les apuesto que Fox News seguirá negando que las agencias de seguridad norteamericanas hayan tenido nada qué ver con sus asesinatos. Pero la nostalgia y la polémica no tienen que esperar hasta el próximo año.

Y es que 1967 tampoco cantó mal las rancheras, aunque más quedito. No hablo sólo de la radicalización de las dos SDS (la Sozialistischer Deutscher Studentenbund alemana y la Students for a Democratic Society norteamericana), que se veía venir desde hacía algunos años; ni sólo de las manifestaciones alemanas contra la prensa de Alex Springer en julio-agosto y de la marchas norteamericanas contra la guerra en Vietnam el 15 de abril y el 21 de octubre; ni de nombres entonces nuevos y que hoy, justamente, casi nadie recuerda: Abbie Hoffman y Jerry Rubin, Benno Ohnesorg y Rudi Dutschke.

Hablo de otros acontecimientos, editoriales, que también hoy en día nadie recuerda y que tuvieron en aquel 1967 su llamarada de petate. 1967 fue el año en que Herbert Kahn y Anthony Wiener publicaron su ensayo futurista El año 2000, que llevaba como subtítulo: Un marco para especular sobre los próximos treinta y tres años: al cabo de los cuales, según las predicciones de Kahn, el mundo se vería dividido entre un puñado de países postindustriales, que gozaría de ingresos per cápita de más de 4000 dólares producidos en los sectores “ternario y cuaternario” (sic), y una mayoría de otras naciones, atrapadas sin salida en el viejo y obsoleto modelo agro-industrial. El único país europeo entre los privilegiados, predecía Kahn, sería Suecia (en cuarto lugar); los otros serían Estados Unidos (¿habría que dudarlo?), Canadá (¿un guiño a Marshall McLuhan?), Japón y párenle de contar. Lo siento, China; lo siento, África; y lo siento, Europa.

Hoy es fácil reírse del esquema de Kahn y señalar su estruendosa imprecisión en ciertos datos puntuales: el límite de 4000 dólares per cápita en esta era de multibillonarios fáciles y felices en las estadísticas de Forbes, la exclusión de China o India del primer mundo económico y geopolítico. En ese momento, sin embargo, fue percibido, al menos en Europa, como un reto; y en ese mismo año el viejo continente respondió con un libro igualmente cuestionado y cuestionable, que fue El desafío americano de Jean-Jacques Servan-Schreiber. Escrito al vapor, dijeron los críticos; y era cierto: 342 páginas en poco menos de cinco meses. Supeditado pasivamente a las profecías interesadas de Helmut Kahn, y también era cierto; hasta más pesimista que su modelo original, agregó con rudeza innecesaria Mario Levi, ya que Kahn por lo menos avizoraba una posible, aunque no probable, Unión Europea con alguna oportunidad de meterse al tablero de los “cuatro grandes”, mientras que Servan-Schreiber, en su afán profético-apocalíptico, lo negaba.

Servan-Schreiber, así como su modelo Helmut Kahn, nunca fue un gran teórico; más bien fue un muy hábil director de periódico, capaz de tomar las decisiones editoriales correctas en el momento justo. Aun así, fue un trotamundos incansable, amigo de familia de los Kennedy; en Francia, fraternizó o se enemistó con el quién es quién de todo el espectro político.

Es probable que el libro de Servan-Schreiber tuviera más éxito por el antiamericanismo creciente del público francés y europeo (eran los años álgidos de la guerra de Vietnam) que por las posiciones ideológico-políticas de su autor: la decisión gaullista de convertir a Francia en una potencia nuclear, en nombre de la grandeur française y en contra de la voluntad de Washington, fue un arma propagandística del naciente populismo francés de los años sesenta, que terminó abonando el terreno para el éxito del libro de Servan-Schreiber, pese a que éste fue en todo momento un opositor enconado de las ambiciones políticas de De Gaulle y de la proliferación nuclear, Francia incluida: su carrera estuvo siempre estrechamente ligada al periódico que tuvo el tino y la suerte de inventarse (L’Exprès), desde 1953 cuando apoyó la candidatura de Mendès-France (quien al año siguiente llegó al poder y le retribuyó el favor), a 1977 cuando lo vendió y allí empezó su decadencia como líder de opinión y hombre político wannabe.

¿Y hoy? Tengo entre manos una entrevista de Le Point a Emmanuel Macron, del 7 de septiembre pasado: el presidente francés “aspira” a convertir a Europa en una potencia, al mismo nivel que Estados Unidos y China, y en “líder del mundo libre”. Es interesante leer entre líneas: implica que Estados Unidos puede ser bajado de su trono de oropel como “líder del mundo libre” y que la Unión Europa puede hacerlo, bajo la guía francesa, obviamente; “asumo ese discurso de grandeur”, dice más adelante, y el público francés sabe que, cuando se habla de grandeur, no hay sinónimo que valga: la referencia a De Gaulle y al patriotismo (o patrioterismo) de los años sesenta es clara.

¿Una declaración de independencia de su autonombrado ángel tutelar, Ángela Merkel? Es muy posible: ya lo habíamos señalado al comentar los encuentros de Trump y Macron para el desfile del 14 de julio. Pero también es una declaración de independencia, mucho más fuerte, con respecto al propio Trump, con todo y su incómodo, interminable y metafórico apretón de manos. Y es que Macron es, por más de una señal, el hijo listo que Trump no tiene (bueno, ahora ya tiene nieto, pero los tiempos de la política no son tan largos); de la serie de entrevistas que Macron ha dado a Le Point después de su elección (y que están a disposición en la red), algunas confirman lo que ya habíamos comentado: que Macron, desde el comienzo, se presentó intencionalmente como el “gran dinamitador” que haría explotar las estructuras políticas institucionales: como Trump.

Es difícil decir quién la tuvo más difícil: si Trump, que llegaba casi desde afuera de la partidocracia norteamericana, pero desde muy adentro del universo multibillonario y multinacional del que forman parte él y su yerno Jared; o Macron, que se había labrado con mucha prudencia, deferencia y oportunismo la posición de “ministro incómodo” dentro del propio gobierno: dentro y fuera, ser y no ser percibido como parte del engrane.

El otoño dirá qué tanto Macron podrá diferenciarse de Merkel y de Trump. En el frente franco-alemán, la primera indicación la tendremos este mismo fin de semana: para el lunes 25 ya sabremos cómo le fue a Angela Merker en las elecciones generales. En el frente franco-americano, pasados los primeros meses de ajuste, empiezan a evidenciarse más semejanzas ominosas que diferencias: Trump está presionando para que el Congreso apruebe en este otoño sus reformas-estrella (seguro social, reforma fiscal y restricciones a la inmigración, léase muro); Macron ha declarado que en otoño hará aprobar su propia tríada de reformas: laboral, educativa y fiscal, que en realidad no es un sola sino una miscelánea de varias leyes, en la misma línea de la reducción de impuestos para que las clases pudientes, graciosamente, acepten reactivar la economía). En general, los dos presidentes tienen el apuro de mostrar algún resultado para sus promesas electorales más publicitadas. Ambos tienen obstáculos, pero de diferentes naturalezas.

Trump debe lidiar con la oposición dentro de su propio partido y, por lo menos la semana pasada, ha mostrado que no por nada se ha forjado en el mundo de los casinos: les ha ganado la primera mano de póker a los republicanos, blofeando descaradamente y negociando directamente con los demócratas: nada definitivo, pero fue entretenido e inspirador en los días aciagos del post-huracanes.

La tarea de Macron es más delicada: ya está enfrentando la primera huelga contra su reforma para “flexibilizar” el mercado laboral (es decir, para aumentar el control de las patronales sobre la fuerza de trabajo formalmente ocupada, con el pretexto de darle trabajo a los jóvenes desempleados); en cuanto a la educativa, precisamente los cincuenta aniversarios en puertas para el próximo año le deben recordar que, al menos en Europa, las protestas estudiantiles escalan fácilmente, en las condiciones propicias, a revueltas generales: en el artículo de la semana pasada hablamos de la protesta popular contra la reforma educativa en Polonia, que todavía no se resuelve.

También Macron está empezando, como Trump, a mostrar el cobre de la inexperiencia política; los medios ya han registrado los tres grandes errores del neo presidente francés quien, en pocos días, se enemistó con aliados que debería cuidar, si quiere perseguir su versión 2018 de la grandeur gaullista: tratando con displicencia precisamente la Polonia de Beata Szydlo; hablando despectivamente (y desde el extranjero) de la incapacidad del público francés a aceptar sus maravillosas reformas; y descansando en su villa de Touquet en vez de presentarse al homenaje a los muertos de Barcelona. ¿Críticas exageradas? Puede ser: pero lo mismo se ha dicho de la oleada de críticas que le llovieron a Trump después de Charlottesville. Y como en el caso de Trump, estas críticas se han empezado a traducir en una disminución de apoyo en las encuestas de opinión.

Así que estamos de regreso a 1967-68. La situación en Estados Unidos es más inflamable que nunca; ayer hubo manifestaciones en Saint Louis, con todo y quema de la bandera (en 1967 se quemaban las cartulinas de conscripción para la guerra): es difícil desde aquí evaluar con precisión su alcance, ya que FOX News las exageró y CNN tendió a minimizarlas, cada una para sus propósitos; pero queda claro que cualquier provocación (incluida una sentencia absolutoria sobre un homicidio ocurrido hace seis años) puede hacer explotar una protesta masiva; y conste que todavía estamos en paz relativa: un eventual involucramiento bélico directo de Estados Unidos (donde sea) podría provocar un incendio fuera de control.

La situación en Francia es aún más complicada y contradictoria; además de sus declaraciones sobre liderazgo mundial, Macron está acercándose a Putin para impulsar una nueva ronda de negociaciones con Corea del Norte, en el intento transparente de quitarle márgenes de maniobra a Estados Unidos; pero, para decirlo con las palabras de Shakespeare, más que una estrategia clara parece una comedia de errores: la próxima semana habrá Asamblea extraordinaria de la ONU sobre el tema coreano; sin poder anticipar nada preciso, parecería que, después de cincuenta años, el intento del fantasma de Servan-Schreiber para relanzarles a Estados Unidos “el desafío europeo” es mucho ruido y pocas nueces.

* Semiólogo, analista político, historiador y escritor.

Lo nuestro es la #política en la #CDMX; si en verdad te late la grilla chilanga en las redes, visita nuestra página: https://elinfluyente.mx

Continue Reading
Advertisement Article ad code

Los influyentes

Twitter

Facebook

Advertisement Post/page sidebar widget area

Recientes