Alejandro Zúñiga
Los habitantes del Valle de México seguimos siendo rehenes de la contaminación ambiental, con una movilidad que empeora, un transporte público deficiente, un aumento de las enfermedades asociadas al aire que respiramos y un deterioro cotidiano de la calidad de vida de la gente.
La calidad del aire es, literal, asunto de vida o muerte. Por eso es tan preocupante que persistan niveles tan altos de polución en las 16 alcaldías y los 18 municipios conurbados del Estado de México, sin que nadie haga algo serio para frenarla.
Desde 2010, hace casi 10 años, la Organización Mundial de la Salud (OMS) dio a conocer que murieron 14, 734 mexicanos por padecimientos asociados a las altas concentraciones de partículas contaminantes en el aire.
Las causas de la crisis ambiental son múltiples. Según las últimas estimaciones de la Comisión Ambiental de la Megalópolis (CAMe), el parque vehicular del Valle de México alcanzó la cifra récord de unos 9.7 millones de automotores.
A esto hay que agregar la circulación diaria de más de 200 mil unidades pesadas de transporte de carga, cuyo promedio de antigüedad -según expertos- es de más de 17 años, por lo que la mayoría carece de control de emisiones. Además, no está regulado su tránsito urbano ni las dimensiones de su carga.
Este año inició con pésima calidad del aire. La primera semana de 2019, la CAMe decretó contingencia ambiental ante la alta presencia de partículas PM10 en el aire, consideradas las más letales para la salud humana.
El organismo tuvo que lanzar un llamado a los habitantes de la Ciudad de México para que niños, adultos mayores, mujeres embarazadas y personas con problemas respiratorios y cardiovasculares, que cada vez son más casos asociados a la contaminación, permanecieran en sus casas.
En este contexto, médicos de la Cruz Roja mexicana dieron a conocer que en el último trimestre de 2018, el número de consultas relacionadas con enfermedades respiratorias se incrementó 50 por ciento.
A esto se suman crecientes problemas de movilidad, como el que los capitalinos pasamos 218 horas al año, en promedio, atrapados en el tráfico, es decir, nueve días de vida, de acuerdo con el reporte de INRIX 2018 Global Traffic Scorecard, que estudia las tendencias de movilidad en 200 ciudades de 38 países.
En los últimos años se han dado algunos esfuerzos para abatir la contaminación en el Valle de México, pero han sido aislados e insuficientes.
Nuestra realidad es que todos los días se queman unos 30 millones de litros de gasolina que, entre otras cosas, provocaron que durante 2018 hubiera solo 15 días dentro de la norma ambiental, esto es, sin contaminación de ozono ni de partículas suspendidas menores a 10 micrómetros (PM10).
Los otros 350 días respiramos mugre, aire saturado de toxinas. En 2017, por cierto, no hubo mucha diferencia, puesto que sólo se registraron 21 días con aire limpio.
La OMS estima que en México unos 8.5 millones de personas padecen asma, una enfermedad cada vez más ligada a la contaminación ambiental.
Hace décadas que conocemos los efectos letales de tener una pobre calidad del aire. En decenas de foros se ha discutido este problema global, pero los debates no se han traducido, al menos en México en acciones efectivas y políticas integrales de largo alcance.
Ahora que los científicos se han instalado en el gobierno de la Ciudad de México, se abre una oportunidad para enfrentar con eficiencia este problema de vida o muerte.
Hay que actuar rápido y con contundencia. Fortalecer a la autoridad ambiental, sancionar a las industrias que incumplan la norma, regular el transporte de carga y mejorar el público, innovar para usar combustibles más limpios e incentivar, con reglas claras, el uso de vehículos amigables con el medio ambiente. ¿Podrá la 4T con el reto?
