Por Javier Ramírez
La Red por los Derechos de la Infancia en México (REDIM) y Greenpeace presentaron, la semana pasada, un diagnóstico de la calidad de aire y cómo ha impactado en la salud de la población infantil y juvenil.
Es la continuación de un ejercicio similar que presentaron hace cinco años con la intención de entender mejor los mecanismos generadores de contaminación, pero de manera particular prevenir sobre los riesgos a la salud que implica la polución atmosférica en varias ciudades del país, pero con énfasis en la capital del país.
Según los datos presentados por los activistas, oficialmente en todo el territorio nacional se estima que 17 mil personas mueren al año de manera prematura por causas relacionadas con la contaminación atmosférica, y de esos fallecimientos calculan 600 mil casos de menores de cinco años.
¿Por qué si las cifras pueden ser tan preocupantes el tema no toma relevancia; por qué no domina las primeras planas en los diarios o consume tiempo en radio y televisión?
Encontrar una respuesta definitiva a ello es complicado por la cantidad de variables a considerar, que pueden ir desde la fuerza y credibilidad de quienes generan la información, hasta los intereses de cada medio de comunicación, pasando por la agenda mediática del momento.
Pero es claro que la emisión de información puntual, actualizada, sintetizada, clara y entendible debe ser una obligación, prioridad y costumbre de las autoridades de salud y del medio ambiente.
Evidentemente prefieren mantener esos datos, si no ocultos o reservados porque pueden solicitarse por acceso a información, sí a la sombra y alejados del escrutinio público.
El tema es incluso más grave de lo que presentaron la REDIM y Greenpeace, pues datos del Instituto Nacional de Salud Pública arrojaron una cifra de 9 mil 700 fallecimientos que pudieron evitarse si los niveles de contaminación estuvieran dentro de los límites que marca la Organización Mundial de la Salud (OMS) tan sólo en 2014.
El año pasado los análisis de ese Instituto indicaron que las muertes en el país, por normas oficiales mexicanas que permiten una mayor cantidad de contaminantes que los niveles propuestos por la OMS, alcanzaron la cifra de 21 mil.
Los estudios más recientes evidencian la estrecha relación entre la exposición a la contaminación atmosférica en general y las enfermedades cardiovasculares, las cardiopatías isquémicas y el cáncer. Esto, además del papel que juegan los contaminantes en el aire para el desarrollo de infecciones respiratorias agudas y las neumopatías obstructivas crónicas.
La ineficiencia del sistema público de transporte y la inseguridad en él -que ha llegado a niveles inauditos-, siguen como las principales motivaciones para que el automóvil sea no un medio de transporte aspiracional sino francamente necesario, aunque también es claramente ineficiente.
Las acciones que han desarrollado las autoridades para desincentivar el uso del auto y subir a la población al transporte público, han fracasado durante los últimos lustros.
El problema del ozono, han dicho los investigadores del Instituto Nacional de Salud Pública, no está ni de cerca resuelto, y la agenda mundial apunta ya a concentrarse en medir y prevenir la emisión de la PM 2.5 por ser más tóxicas, cuando aquí ni siquiera se han atrevido a tomar los criterios de la OMS para medir contaminantes.
Y va de nuevo: Es urgente la inversión en transporte público eficiente y no sólo para la foto o negocios inconfesables, como la línea 7 del Metrobús.
Pero también es sumamente importante integrar un sistema de vigilancia que permita incluir indicadores de salud, vulnerabilidad y herramientas estadísticas que permitan visualizar qué pasa con la salud de los ciudadanos en días con elevados niveles de contaminación.
Los retos son grandes; la solución en cuanto más se postergue más complicada será, y es indispensable involucrar a la población, porque ninguna medida funcionará sin una toma colectiva de conciencia sobre el tema.
