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CRIANDO CUERVOS / Mario, el anodino

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Javier Ramírez

Papelón el que le ha tocado jugar a Mario Delgado, coordinador de Morena en la Cámara de Diputados, donde un día tiene que plantarse y defender una postura sobre la Guardia Nacional, y al otro, esgrimir argumentos distintos, según sea la instrucción del Presidente de la República.

Durante semanas, el legislador insistía, machacaba a cada intervención o entrevista que tuviera, que el cuerpo de seguridad que planea el gobierno federal era civil, que estaría al mando de un civil, y que casi casi como no queriendo, sólo cinco años la controlarían operativamente los militares.

Labioso como es, explicaba que las Fuerzas Armadas se harían cargo de la operación, de la disciplina, del entrenamiento, pero que la planeación sería a cargo de la Secretaría de Seguridad y Protección Ciudadana.

Él y Alfonso Durazo, secretario de Seguridad y Protección Ciudadana se hacían bolas y obligó al último a declarar que no se militarizaba la seguridad pública, sino que se policializaba a los militares, lo que sea que eso signifique.

Este fin de semana, fue cuando Andrés Manuel López Obrador metió en apuros al diputado, pues al desactivar el frente que se le complicaba con la creación de la Guardia Nacional, hizo ver a Delgado como la Chimoltrufia, que como dice una cosa, dice la otra.

Desde el martes, y hasta el sábado de la semana pasada, acudieron a la Cámara de Diputados mandatarios estatales, alcaldes, organismos nacionales e internacionales para la defensa de derechos humanos, expertos en seguridad, y organizaciones civiles.

La idea fue discutir la propuesta del dictamen que se presentará a la asamblea este miércoles en sesión del periodo extraordinario, y que reformará la Constitución para con ello darle paso a la creación de la Guardia Nacional.

El jueves, cuando tocó el turno a los académicos, a expertos, al presidente de la Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH), y al representante de la Alta Comisionada de la ONU para los Derechos Humanos, la propuesta fue despedazada y la presión para el gobierno federal comenzó a subir.

Incluso Luis Raúl González, el titular de la CNDH, deslizó su preocupación de que estuvieran acudiendo sólo para dar el aval social a una decisión ya tomada desde el Ejecutivo Federal, y que sus propuestas de modificación no fueran tomadas en cuenta.

López Obrador reaccionó, y al siguiente día mandó a las audiencias en San Lázaro a sus secretarios de Seguridad y Protección Ciudadana; de Defensa Nacional, y el de Marina, además del encargado del despacho de la PGR, que hasta un día antes no estaban confirmadas sus asistencias.

Y fue Alfonso Durazo el encargado de llevar el mensaje a la Cámara de Diputados: la propuesta del gobierno será que el mando de la Guardia Nacional recaiga en un civil desde el día uno de su existencia.

Tres días de reclamos desde distintos sectores de la sociedad y con la penetración que lograron, terminaron por arrinconar al gobierno.

El propuesta primera le daba el mando a un militar durante los primeros cinco años, y posteriormente se pasaría a un civil, pero siempre y cuando así lo dispusiera, nuevamente, el Congreso de la Unión, lo que defendió fielmente Delgado durante semanas, y juraba y perjuraba que era un cuerpo civil desde el inicio, pero con valores castrenses.

El temor de los expertos, defensores de derechos humanos, e incluso de varios legisladores, cuya voz fue la diputada Tatiana Clouthier, era que, ya empoderados los militares por estar al frente de la seguridad a nivel nacional, presionaran para continuar encabezando esas tareas, e incluso, dijo Clouthier, podrían pensar en incursionar electoralmente para el 2024.

Lo vergonzoso para Delgado es que nunca dejó entrever un posible cambio al dictamen original, se mantenía firme, sólo atinaba a decir que se escuchaban las propuestas y se tomarían en cuenta, pero llegó el mensaje de López Obrador y la postura cambió.

Además del poco o nulo respeto que muestra el Presidente por el Legislativo, también destaca cómo no le importa aparecer como el titiritero de los diputados de su partido.

Bien pudo lavarles la cara y fortalecido al dejar que de ellos provinieran los cambios, obviamente a su orden, y a su vez permitiera a Delgado operar con amplitud para obtener los votos necesarios para la mayoría calificada.

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