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CRÓNICAS DE LA CIUDAD / La Calavera Garbancera y José Guadalupe Posada

En estas calaveras vestidas de gala, en fiesta de barrios, en calles urbanas y en las casas de los ricos, plasmó la vida y actitudes sociales del pueblo mexicano.

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Pedro Flores

En muchos países la muerte es un tránsito respetable, pero en México, si bien hay altares recordando a los Fieles Difuntos en las casas, el 2 de noviembre se ha convertido en un culto a la Calavera Garbancera, creada por José Guadalupe Posada, y que Diego Rivera la rebautizó con el nombre de “La Catrina”

El culto a la muerte en México no es algo nuevo, pues ya se practicaba des- de la época precolombina; asimismo, en el calendario mexica del Museo de Antropología se puede observar que entre los meses que lo conforman había por lo menos seis festejos dedicados a los muertos.

Posteriormente, los evangelizadores cristianos de tiempos coloniales aceptaron en parte las tradiciones de los antiguos pueblos mesoamericanos, fusionándolas con las tradiciones europeas para poder implantar el cristianismo entre dichos pueblos.

José Guadalupe Posada, oriundo de Aguascalientes, cuya fecha de nacimiento es el 2 de febrero de 1852, se casó a los 16 años con María de Jesús Vela, con quien emigró a León, Guanajuato, para después de una inundación que dejó inhabitable su casa, se trasladó a la ahora Ciudad de México.

Aquí conoció a Antonio Vanegas Arroyo, con quien hizo mancuerna en muchos talleres, imprentas y periódicos: La Juventud Literaria, de la Revista de México, La Patria Ilustrada y El padre Cobos. Más adelante se integró al grupo de periódicos de Francisco Montes de Oca: El Gil Blas, EL Popular, Argos y El Chisme.

Posada emprendió un trabajo que le valió la aceptación y admiración popular por su sentido del humor, propensión a lo dramático y calidad plástica para crear las calaveras.

Fue con Vanegas Arroyo en su imprenta ubicada en la calle de Santa Teresa, hoy Licenciado Verdad, en donde imprimió su primera calavera garbancera, bautizada posteriormente como “Catrina” por Diego Rivera .

En estas calaveras vestidas de gala, en fiesta de barrios, en calles urbanas y en las casas de los ricos, plasmó la vida y actitudes sociales del pueblo mexicano.

Dibujó calaveras montadas a caballo y en bicicleta, con las que señalaba las lacras, la miseria y los errores políticos del país. Estos grabados, retomados años después por Diego Rivera, representan una burla de los indígenas enriquecidos durante el Porfiriato, quienes despreciaban sus orígenes y costumbres copiando modas europeas.

Y ya que hablamos del Porfiriato, uno de los grabados más populares, sin duda alguna, es el del “baile de los 41”, que fue el escándalo más sonado del siglo XX en México.

El 18 de noviembre de 1901, se realizó una redada policial en la calle de la Paz (hoy Ezequiel Montes) en contra de un baile de hombres, de los cuales 22 estaban vestidos de hombres y 19, de mujeres.

La prensa mexicana se centró en el hecho, pese a que el Gobierno se esfor- zó en ocultar el asunto, puesto que los detenidos pertenecían a las clases altas de la sociedad porfiriana. La lista de los nombres nunca fue revelada.

La noche del domingo fueron sorprendidos por la policía, en una casa accesoria de la cuarta calle de la Paz, 41 hombres elegantísimos con trajes de señoras, llevaban pelucas, pechos postizos, aretes y choclos bordados, y en las caras tenían pintadas grandes ojeras y chapas de color.

Enseguida se extendió el rumor, nunca confirmado ni negado, de que en realidad serían 42 los detenidos, siendo el número 42 el yerno de Porfirio Díaz, Ignacio Mier, al que se le habría permitido la fuga. Pese a que la redada no tuvo asideros legales y fue completamente arbitraria, los 41 detenidos acabaron por la fuerza en el Ejército. El estilo de Posada influyó mucho en artistas posteriores, como José Clemente Orozco, Diego Rivera, Francisco Díaz de León y Leopoldo Méndez, sobre todo por su característica crítica social plas- mada en el arte.

Pero no todo fue miel sobre hojuelas para el grabador que tenía su domicilio en la calle de Nicaragua, quien se aficionó a los aperitivos en forma cotidiana y murió en una vieja vecindad de Tepito, nadie reclamó su cuerpo y se fue a la fosa común. Y como dicen los mexicanos, pasó a una mejor vida, descansó en paz, inició una nueva vida, o tal vez como decía José Guadalupe Posada: la muerte no es el fin, sino el comienzo de algo distinto.

Lo nuestro es la #política en la #CDMX; si en verdad te late la grilla chilanga en las redes, visita nuestra página: https://elinfluyente.mx

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