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Investigación

CRÓNICAS DE LA CIUDAD / Se perdió la historia, adiós a ‘El Nivel’

Según los historiadores, de cuando el presidente Manuel González, en los días en que tenía mucho trabajo, mandaba por dos tortas y una cerveza. Las tortas se las preparaban con jamón serrano, frijoles refritos, jitomate, aguacate y chiles curados.

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Por Pedro Flores

La UNAM rescató un espacio del viejo edificio de la universidad, pero destruyó toda la tradición de un local cuya inauguración se perdió en la leyenda, que fue refugio de estudiantes, parroquianos y, sobre todo, de presidentes. Nos referimos a la cantina “El Nivel”, considerada la más antigua de México.

Ubicada en un lugar “estratégico” junto a Palacio Nacional, en la calle de Moneda, se caracterizó siempre, según narran viejos historiadores como Ignacio Álvarez, por sus buenas botanas, el consomé de pavo y la torta de pechuga con chipotle, acompañados de un tarro de cerveza. Esta fórmula levantaba cualquier muerto.

La fama de este “Centro de salud” data, según los historiadores, de cuando el presidente Manuel González, en los días en que tenía mucho trabajo, mandaba por dos tortas y una cerveza. Las tortas se las preparaban con jamón serrano, frijoles refritos, jitomate, aguacate y chiles curados.

Sebastián Lerdo de Tejada aumentó la fama de “EL Nivel “, ya que decía que los wiskis que vendían ahí le ayudaban a mejorar sus padecimientos coronarios y a la digestión. Su cercanía con la fuente de poder en México le dio la fama con la que se le conocía como la “Cantina de los Presidentes”.

Fue allá a principios de los ochentas cuando se vio por primera vez amenazada con desaparecer, pero una serie de personajes salieron en su defensa, casualmente la mayoría pertenecían al gremio periodístico, como fueron el epigramista Pancho Liguori, José Alvarado, Jacobo Zabludovsky, quien decía que “El Nivel” había sido la primera cantina que conoció, ya que era del barrio, por lo que debería de constituirse en monumento nacional por su antigüedad.

Ellos, acompañados del “Chato” Noriega y del eminente abogado Ignacio Burgoa, quien colaboraba en Excélsior, llegaron al punto de instalar una “redacción adjunta”, para ver qué autoridad los sacaba. Obvio, tan “noble” causa triunfó.

Pero la alegría no es eterna, el viejo edificio otorgado a la entonces Real y Pontifica Universidad de México fue reclamado por la ahora UNAM; de esa forma en 2008 terminó la historia de “El Nivel”, cantina que decían estaba edificada sobre la pirámide de

Tezcatlipoca y que adoptó su nombre porque ahí se colocó primer nivel para medir cómo crecía el agua en lo que fueron los lagos de Texcoco, Zumpango, Tacuba y Azcapotzalco, cuando llovía mucho en la ciudad de México.

El 16 de enero de 2008 dejaron de sonar los dados, de gritar el ahorcamiento de mulas de dominó, nadie volvería ver el histórico cuadro colgado en la barra, en la que ostentosamente se señalaba la licencia número uno de servicio de Cantinas, firmada el 2 de febrero de 1872; los nuevos parroquianos ya no la defendieron y de esta forma “el nivelungo” cerró sus puertas para siempre.

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