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Desaseos y desaciertos también en Europa: el referéndun en Catalunya

El referéndum sobre la independencia de Catalunya empezó mal, siguió peor y sus consecuencias no acaban de menifestarse.

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Por Fulvio Vaglio

Es posible que los parlamentarios de la Candidatura d’Unitat Popular en la Generalitat de Catalunya se vean a sí mismos como la última coca en el desierto antinazi europeo. Carlos Riera ya ha declarado ineludible e impostergable la declaración unilateral de independencia; y parece que la violencia brutal y estúpida que el estado español ha empleado para impedir el referéndum, esté dándole algo de legitimidad.

Como escribió Jordi Évole en su columna en El Periódico del lunes 2 de octubre, “muchos catalanes ya se habían ido mentalmente de España. Ayer Rajoy consiguió que se fueran unos cuantos más”.  El artículo se titulaba El penúltimo despropósito; el último despropósito sería, según Évole, la declaración unilateral de independencia.

Antes del “penúltimo despropósito”, el referéndum había nacido entre mucha sospecha: Joan Manuel Serrat se había disociado de la convocatoria considerándola “poco transparente” y, en general, muchos habían denunciado que respondía a los designios personalistas de una mafia política en crisis, encabezada por el presidente de la Generalitat, Carles Puigdemont; y se había dejado oír, en las redes por lo menos, la voz de “los otros catalanes” contrarios al referéndum.

Los servicios de seguridad nacionales tampoco se estaban quedando de brazos cruzados; digo, se necesita algo más que unas pocas horas para montar la campaña de desprestigio contra los Mossos de Escuadra (la policía catalana), denunciada por El Periódico de Barcelona. Por su parte, el Tribunal Supremo de Justicia de Cataluña ya había ordenado a  las redes sociales mantener el silencio sobre los comunicados del Govern en preparación para el referéndum.

Ni tardos ni perezosos, varios bancos y empresas catalanes habían decidido mudar su sede social fuera de Catalunya si lo peor sucedía: CaixaBank y Banco Mediolanum a Valencia, Bank Sabadell a Alicante, Gas Natural Fenosa a Madrid; Klockner (medicina dental), Oryzon (biotecnológica), Dogi (textil) también cambiaron de sede; Freixenet y Codorníu (vinos y espumantes), Catalana Occidente (seguros) y Service Point Solutions (consultoría de negocios) están considerando hacer lo propio. El gobierno central había aprobado al vapor medidas para simplificar los trámites de traslado, antes del referéndum: y eso tampoco se hace de impulso. Así, esas empresas mataron dos pájaros de un tiro: ejercían presión sobre el Govern catalán y, por el momento, consiguieron incrementos de su cotización en la Bolsa de Valores, que iban del 14 al veinte por ciento: casi nada. Total, la mañana del primero de octubre todo parecía miel sobre hojuelas para el PP de Mariano Rajoy.

Luego vinieron los 844 heridos y las escenas de brutalidad de la Policía Nacional y la Guardia Civil española, retransmitidas a escala internacional por las redes sociales, las televisoras y los periódicos: unos hechos innegables e impactantes, que han confundido y pasado a segunda línea el análisis de las cifras reales del referéndum: en general votó el 43 por ciento de los empadronados en Cataluña (el 90 por ciento de los votos fueron por el “sí”), pero en Barcelona sólo se pudieron contar papeletas correspondientes al 41 por ciento de los electores censados.

Todos los periódicos, desde El País a El Periódico de Barcelona, notan algunas discrepancias entre los resultados provisionales y definitivos dados a conocer por el Govern de la Generalitat: en una situación normal serían inexplicables y hablarían de desaseo y manipulación fraudulenta de datos; sin embargo, la intervención policial le proporcionó al Govern la excusa perfecta: los datos no cuadran porque muchos ciudadanos, encontrando cerradas u ocupadas las casillas electorales, se movieron sin control de un lado a otro de Barcelona en busca de dónde expresar su voto: “en condiciones de normalidad fácilmente se habría llegado al 55 por ciento”, ha declarado Jordi Turull (conceller de la Generalitat), y nadie remarcó que se estaba disparando él mismo en el pie: 55 por ciento en un referéndum sobre independencia y soberanía nacional, es muy poco.

En estas circunstancias, la protesta de los barceloneses va mucho más allá de los resultados del referéndum: expresa indignación por la represión padecida, rechazo a un estado que vuelve a mostrar su cara intratable. Una consigna inevitable, para evitar que el enfrentamiento escale, es el diálogo entre el gobierno central y el autonómico, y en este sentido se realizaron ayer varias manifestaciones en toda España. Pero en Barcelona esta consigna es teñida de sarcasmo.

Para mañana (para mí que escribo: ayer para ustedes que leen) se ha convocado una manifestación en Barcelona contra la separación de Catalunya. La organiza, entre otros, la Societat Civil Catalana, que se jacta de representar la “mayoría silenciosa” de los catalanes.

Va a estar Josep Borrell, ex presidente del Parlamento Europeo: va a estar también Mario Vargas Llosa; no me sorprende, conociendo su conservadurismo, y no es suficiente para que deje de admirarlo no sólo como escritor, sino también como político (por lo menos en su país, cuando la valiente y honesta incursión en el proceso electoral contra Fujimori).

No va estar, afortunadamente, Isabel Coixet, la directora de La vida secreta de las palabras (y de la también espléndida Elegy, que algún distribuidor latinoamericano, bromista o borracho, decidió traducir como “La Elegida”); creo que a Joan Manuel Serrat ni siquiera intentaron reclutarlo después de que se opuso a que usaran su canción Mediterráneo para la convocatoria nacionalista, en contra y antes del referéndum; y, obvio, tampoco a Björk, que después del primero de octubre dedicó “for Catalonia” (sic) su éxito Declare Independence.

Ya parece claro que la declaración de independencia no se dará, por lo menos no a breve término: el FMI ya expresado su preocupación por la posible secesión catalana (lo mismo acaban de hacer Merkel, Macron y hasta Putin, aunque se han apurado a reconocer que “son problemas internos de España”); uno por uno, los políticos importantes del abanico separatista están tomando sus distancias.

Artur Mas (expresidente de la Generalitat) ya ha declarado al Financial Times que, para que la independencia de Catalunya sea más que “simbólica”, le faltan todavía algunos detallitos: el control del territorio y las infraestructuras, una Hacienda autónoma, un sistema judicial capaz de hacer respetar las decisiones del parlamento catalán, y la administración de aduanas y fronteras; al muy tierno le faltó mencionar el apoyo de una mayoría sustancial (mucho más del 55 por ciento imaginado por Turull) de los catalanes.

Así que Puigdemont se va a quedar casi solo agitando su simbólico clavel (recordatorio, un poco fuera de lugar, del levantamiento que puso fin al régimen de Salazar en Portugal, hace cuarenta y tres años).

Casi solo, si no fuera por la CUP (hay que ver si el Junts pel Sí de Artur Mas va a seguirlos en su ruta suicida o se deslinda del “último despropósito”.

Lo que sí podemos apostar que va a quedarse un buen rato es la indignación y la amargura, aunados a una buena dosis de renovado rencor en contra del gobierno central y del autonómico; la gente no olvida tan pronto; no olvida que en las primeras horas la prensa madrileña aplaudió la “firmeza” de Rajoy y que las primeras declaraciones oficiales fueron que “no se pedirá disculpa a los heridos” que se habían dejado implicar en una actividad ilegal (acaban de cambiar idea). Y esto, en la marea montante de populismo radical neonazi, no promete nada bueno.

Que no sólo los gringos tienen desaseos, coño…

 

* Semiólogo, analista político, historiador y escritor.

Fotos: elperiodico.com / elpais.com

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