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Desaseos y desaciertos: Trump, la NFL, y una historia mal aprendida

Futbol y política, un binomio de actualidad pero, en realidad, bastante viejo: sesenta años, en ambos lados del charco: lo que le da actualidad son los errores de orgullo de los políticos.

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Por Fulvio Vaglio

Entre el temblor real en México, el metafórico amenazado por los referéndums independentistas de Kurdistán y Catalunya (ambos declarados “inconstitucionales” por las autoridades iraquíes y españolas), y el triunfalismo neonazi de Alternativa para Alemania (“Agárrense, que vamos a recuperar nuestro país”), el panorama es sombrío. Por eso la columna de esta semana ha decidido, sin pedirme permiso, concentrarse en algo más ligero. Aparentemente.

El nombre: Just Fontaine, ciudadano francés nacido en 1933 en Marruecos, cuando éste todavía era un protectorado francés; a los franceses nacidos en África les decían pieds noirs, un poco más despectivo y de menor abolengo que nuestro criollos. Su colega y amigo era un francés de origen polaco llamado Raymond Kopa (apellido originario: Kopaszchewski). Alguien muy ruco, como yo, quizás los recuerde: juntos llevaron la selección francesa de futbol a un más que honorable tercer lugar en la Copa Mundial de Suecia, en 1958.

A los rucos latinoamericanos esa copa le trae a la mente, y con razón, el debutante diecisieteañero Pelé; pero (a César lo que es de César) allí Fontaine marcó la friolera de 13 goles en seis partidos, que es un record nunca igualado, y a todas vistas inigualable, en una fase final del Mundial que entonces se llamaba Copa Rimet; los últimos cuatro goles se los metió, así de fácil, al campeón saliente, Alemania. Kopa murió hace seis meses; Fontaine sigue vivo.

Ya conocen esta columna y saben que, cuando empieza con alguna reminiscencia estrafalaria, la política espera impaciente entre bambalinas para entrar al escenario, como quinceañera a su baile de débutante. Efectivamente, Fontaine y Kopa impulsaron la fundación, en 1961, del primer sindicado de futbolistas, la UNFP (Union Nationale de Footballeurs Professionnels), cuyo acrónimo – ¿casualmente? – era el mismo que el de la Union Nationale des Forces Populaires, nacida dos años antes en el caos del recién independizado Marruecos.

Pasaron años en parte frustrantes y en parte esperanzadores; el sindicado de futbolistas siguió siendo ninguneado y desestimado, hasta que en 1968 se subió al tren de la protesta juvenil y lanzó su efímero slogan “el futbol a los futbolistas”; ocuparon la sede de la Federación Francesa de Futbol, dijeron, “así como los obreros ocupan las fábricas y los estudiantes ocupan las facultades”: para que no piensen que estoy debrayando, ésta es la foto de aquel 22 de mayo de 1968. Pero, ¿cómo se llegó allí?

Algunas de sus reivindicaciones eran buenas demandas laborales (eliminación de la propiedad de por vida de los jugadores por parte de los clubes) y otras contenían importantes quejas sociales (más oportunidades para los jóvenes deseosos de practicar su deporte favorito); nada extraordinario, finalmente, excepto que se daba allí y en aquel momento, en la dinámica de protesta popular y respuesta institucional; habían pasado sólo tres días desde el discurso televisivo del 19 de mayo, en que De Gaulle había pretendido menospreciar el movimiento como “chienlit” (hacerse caca en la cama), y los profesionales del futbol se agregaron, retadores, a la marea maloliente.

Claro que Washington, D.C., 2017 no es – no todavía – París 1968, y posiblemente nunca llegue ni cerca. Colin Kaepernick no es Daniel Cohn-Bendit (es mucho mejor: por lo menos sabe jugar football y no sólo farfullar en izquierdense); pero De Gaulle les dio a la UNFP la posibilidad de ocupar significativamente la sede de la AFF, así como Trump les está proporcionando a los jugadores la ocasión para arrodillarse significativamente cuando algún cantante pop destroza el himno nacional: juntos, además, a sus dueños. Al chienlit de hace cuarenta y nueve años, le corresponde el sons-of-bitches presidencial de hace una semana.

Se ha comentado que Trump no es tan ingenuo, que sabe lo que hace y que, terminados los huracanes, ahora usa la polémica contra la NFL para paliar sus muchos desaseos, desde la escalada retórico-nuclear con Kim Jong-Un, a la amenaza de boicotear el pacto antinuclear con Irán, a la incapacidad de cumplir con sus promesas electorales y, en las últimas cuarenta y ocho horas, el “abuso de confianza “ de su Secretario del Tesoro y las quejas de los puertorriqueños por la lentitud de la ayuda después de María.

Puede que sea así: pero un buen político sabe calibrar contra quién arremeter, especialmente si se trata de crear una cortina de humo. En el caso de la NFL, el desplante de Trump le ha granjeado las críticas de dueños de clubes y jugadores, pero también de los militares: el viernes 29, el general de aviación Jay Silveria, dirigiéndose a los cadetes de la academia en Colorado Spring, les ha dicho (y varias veces) “si no pueden tratar a alguien con dignidad y respeto, váyanse”.

Antecedente: sobre la puerta del dormitorio de cinco cadetes negros habían aparecido mensajes racistas. Consecuencia: aunque el general negó que su discurso tuviera nada que ver con el insulto de Trump a los futbolistas, todo el mundo así lo interpretó; hasta el senador McCain (quien se ha convertido en el coco de Trump entre los dirigentes republicanos) se ha apurado a tuitear (ya es una enfermedad contagiosa) su apoyo al general.

Para los aficionados de las interpretaciones simbólicas del lenguaje corporal, es hasta divertido ver el juego de negaciones y afirmaciones implícitas al momento del himno nacional; este jueves los dos equipos (Green Bay y Chicago) decidieron que sí se pondrían de píe (por respeto al himno), pero teniéndose agarrados de los brazos (en símbolo de solidaridad); por un momento mágico se vio a un jugador de los Packers que sí quería – el muy patriota – llevarse la mano al corazón, pero no sabía cómo hacerlo sin romper la cadena de brazos entrelazados; y, por justicia o burla del destino, le tocó nada menos que a Fox Sport inmortalizar su angustia existencial.

Mañana (ayer, para ustedes que leen) sabremos cómo les fue el domingo, con muchos más equipos en la pantalla. Por lo pronto, Lebron Jones “no excluye” que el problema se extienda al básquet “si la situación no cambia antes del 18 de octubre”.

Fuera de la contingencia, la situación de los negros sigue siendo un gran calambre en la musculatura imponente y cuidadosamente mantenida de Estados Unidos. Los estudiosos del movimiento obrero norteamericano recordarán que James y Grace Lee Boggs, líderes y teóricos trotskistas, ya tenían dificultad para hacerlo encajar en el esquema marxista de la lucha de clases: la situación de los obreros negros de Detroit, decían en 1963, es de “clase-y-casta”.

Las rebeliones urbanas, de Los Ángeles 1965 a Detroit 1967, lo confirmaban; y ahora, después de cinco décadas de derechos civiles aparentemente indudables e innegables, ahora que tenemos sitcoms con familias negras (peores aún que los de los años cincuenta con familias blancas) y exitosos políticos y abogados negros dentro y fuera de la pantalla, las cosas no han cambiado mucho. Es estas condiciones es difícil, o imposible, presentar el discurso y los tuits de Trump como un ejemplo de sabiduría táctica.

Ya se han vuelto a oír voces calificadas, asegurando que Trump sufre de depresión crónica: lo que a nosotros no puede no recordarnos el Prozac de Fox; y es que, diferencias aparte sobre quién pagará el muro (parece que ni Donald ni Melania, ni tampoco Vicente ni Marthita), hay una semejanza básica: ambos llegaron al poder desde los negocios, presentándose como externos a (y, por lo tanto, impolutos por) la clase política; ambos pretendieron manejar a los miembros de su gobierno como si fueran ejecutivos de su empresa; Fox nunca entendió que esto era imposible (pregúntenle a Castañeda), y parece que Trump está siguiéndolo cuesta abajo (le pueden preguntar a cualquiera de los dieciséis despedidos de su staff de marzo hasta hoy: 16 por decir un número, porque seguro se me escapa alguno).

El football aux footballeurs de 1968 pasó, justamente, del olvido al no me acuerdo. La protesta de los futbolistas de este otoño 2017 tendrá seguramente el mismo destino; sin embargo, ambos nos recuerdan que todo, en la sociedad humana, es político; la inefable Kellyanne Conway, cuyo hobby principal es coleccionar desaciertos, pero a quien le ha tocado por default la tarea de defender a su jefe, ya ha increpado a los reporteros que preguntaban si Harvey e Irma no demostraban que el cambio climático sí existe y es catastrófico, acusándolos de querer “politizar” la cuestión. Ahora los defensores de Trump acusan los medios por hacer lo mismo con la polémica sobre el himno y la bandera. En aquel 1968 se reivindicó, con claridad cada vez mayor que el movimiento era, por su naturaleza, político, aunque no necesariamente partidario; los medios norteamericanos de hoy no están teniendo la misma claridad.

Los discursos, críticos o no, por el desplante anti-NFL de Trump, empiezan a tener alguna consecuencia duradera: por ejemplo, en los últimos dos días ya se ha vuelto aceptable decir “sonofabitch” al aire (CNN ya no lo sustituye por el beep eufemístico): por algo se empieza.

* Semiólogo, analista político, historiador y escritor.

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