Por Rafael Muñoz Fraga
Todo en el Estado, nada contra el Estado, nada fuera del Estado. B. MUSSOLINI
Desafortunadamente hemos dejado de llamar a las cosas por su nombre. Para entender, comprender algo, debemos llamarlo por su justo nombre.
El término populismo es una forma imprecisa de referirse a personas que no son ni de “derecha” ni de “izquierda” (Men and Citizen, Judith Shklar).
Este concepto se ha convertido en una mezcla confusa de conductas políticas que tienen como fin “encantar” a un electorado, con el único fin de alcanzar, ejercer y mantener el poder político.
Detrás de populismo está oculta una de las formas más sutiles y acabadas del fascismo. El concepto de “régimen fascista” surge de gobiernos autoritarios de la Europa de entreguerras, aplicable a todos los que se impusieron por las potencias del Eje durante su ocupación del continente durante la Segunda Guerra Mundial: en Italia, Alemania y España.
Las diferencias de planteamientos ideológicos y trayectorias históricas entre cada uno de estos regímenes son notables, pero con los mismos resultados: la imposición de voluntades unipersonales.
En el fascismo alemán el rasgo característico fue el racismo; el italiano, otorgaba preponderancia al rol del Estado, y, el español, el componente clerical.
La estrategia del fascismo por simple es efectiva: la propaganda; ésta se limita a un pequeño grupo de ideas que al repetirlas incansablemente se convierten en valores y en principios que operan como directrices sociales. Cualquier idea emanada del líder es un dogma indiscutible y una directriz a seguir ciegamente, sin posibilidad de ser analizada.
La consecuencia de este método es empoderar a un líder que toma decisiones, bajo el principio de: “el que no está conmigo, está contra mí”. Es decir, el autoritarismo está presente en el modelo populista.
Recientemente en México el resultado electoral coloca al próximo presidente de la República en la tentación del autoritarismo. Estos días hemos escuchado propuestas poco prudentes, que muestran indicios de un modelo político autocrático.
Decidir que las personas cambiarán de residencia o que sus ingresos se reducirán a la mitad, es olvidar los derechos elementales de los individuos. Resolver la relación política-administrativa entre la Federación y las entidades federativas mediante mandatos unipersonales, pone en riesgo el equilibrio entre gobiernos.
Dictar “línea” a los legisladores del Congreso de la Unión para proponer o resolver las iniciativas de ley es invadir ámbitos de responsabilidades. Determinar la relación del Ejecutivo con el Poder Judicial mediante “recomendaciones” sobre su vida interna es ignorar el pacto federal que anima la construcción de esta República. Ordenar a instituciones académicas autónomas su proceder respecto a su gobierno es faltar al respeto a las luchas de maestros, alumnos y trabajadores. Esto, sólo para mencionar algunas de las acciones del nuevo gobierno que nos han sido anunciadas.
El hecho de ganar una elección no faculta a nadie a violentar los derechos de los individuos y las normas jurídicas que sustentan nuestra nación.
Estemos alertas, las figuras populistas siempre están muy cerca del autoritarismo, apoyadas en la simpatía general. Tratemos, a toda costa, de ser un país de leyes, en el entendido de que si estas normas deben de cambiar, existen las vías y procedimientos para hacerlo.
Parece ser que hoy vivimos un contrasentido, el modelo democrático para elegir gobernantes nos puede llevar al fascismo, en una de sus modalidades más riesgosas: el populismo. Nuestro país no requiere de tlatoanis iluminados, necesita una conducción prudente y ordenada de la vida nacional.
*Maestro universitario, especializado en temas de Economía, Derecho y Ciencia Política.
