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INTERSECCIONES / Discurso y hechos

Es necesario y urgente entender qué hay detrás del “discurso populista”.

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Fulvio Vaglio

La columna de la semana pasada citaba Vox.com, uno de los periódicos virtuales de la opinión pública liberal norteamericana. La de hoy parte de otro VOX: el partido ultraderechista español que, desgraciadamente, ya no es tan virtual: ha reunido a 9,000 simpatizantes en Madrid: que no serán muchos en términos absolutos, pero han bastado mandar escalofríos por el espinazo de Pablo Casado y Albert Rivera (presidentes respectivos del PP y de Ciudadanos).

Antifeminista, antiglobalizador, antieuropeo, autoritario, confesional, xenófobo: así ha definido Rubén Amón de El País a VOX y a su líder Santiago Abascal. Los que hace sólo dos años celebraban que España quedaba inmune a la oleada populista y ultraderechista, ahora se preguntan por qué la vacuna ha dejado de funcionar. La mayor parte estaban de acuerdo en que esa vacuna era la experiencia directa y prolongada del fascismo, y citaban como para confirmación a Portugal: los dos países en los que el fascismo se había mantenido en el poder por tres décadas después de la Segunda Guerra Mundial, eran en los que no se ejercía la atracción funesta del discurso populista.

Otras voces le echan la culpa a la caída del centroderecha moderado: sin el Partito Popular en el poder en España, sin la Pequeña Coalición de Renzi y Berlusconi en Italia, sin la coalición de socialistas y liberales en Hungría, a la ultraderecha sólo le faltaba ocupar el espacio político repentinamente libre. Donde la derecha moderada se mantuvo (como en Francia, Alemania o Gran Bretaña, en España mientras duró Rajoy), fue posible contener la marea populista, dicen. Esta explicación es simplista y parcial; peor tantito, confunde causas y efectos, y la situación de por sí es bastante complicada para que podamos permitirnos confusiones adicionales.

Algunas preguntas pueden ayudar a encontrar algo concreto en el sótano oscuro de las ideologías. La primera: ¿existe un discurso populista coherente que recurra todos los países donde la ultraderecha se ha afianzado? La definición que Amón da de VOX es reveladora: es más fácil decir “contra qué” están los populistas, que “en favor de qué”. Por triste que sea, ésta es la fuerza del populismo: una lista breve y efectiva de enemigos, a la que se puede echar mano según las necesidades propagandísticas del momento sin preocuparse demasiado por la viabilidad de las propuestas: si una no funciona, se deja en un rincón un rato y se toma otra, la que sirva mejor. Desconcierta a la oposición porque le cambia constantemente la jugada y la obliga a correr tras objetivos siempre cambiantes: Donald Trump lo está haciendo desde hace dos años.

Segunda pregunta: ¿existe un cemento ideológico que mantenga unidas estas posiciones “anti”? Sí existe, pero no es siempre el mismo: el catolicismo confesional puede servir en Polonia y Hungría, pero no en el centro-norte de Europa y menos en Estados Unidos; inclusive es dudoso que funcione para España o Italia, por lo mismo de la vacuna que les proporcionan siglos de convivencia con el papado como institución social e ideológicamente represiva. Más bien, la religión es una componente de otros pegamentos: uno es el nacionalismo con su muñeco ventrílocuo, el patrioterismo; el otro es el miedo, tanto más eficaz cuanto menos definido.

Tercera pregunta: ¿este miedo, es fundamentado objetivamente en situaciones socioeconómicas críticas? Tampoco puede afirmarse con certeza que sí: el treinta y ocho por ciento de desempleo juvenil en Italia puede explicar el éxito de Salvini en Italia, pero no el reciente ascenso de la ultraderecha en la próspera Baviera o en Suecia; tampoco explica el resultado electoral en los Estados Unidos de 2016, cuando la administración saliente de Obama ya estaba dejando un índice de desempleo en franca caída después de la gran recesión de 2007.

Cuarta pregunta: ¿qué tanto tiene qué ver la presencia de un líder carismático capaz de manejar oportunamente bastón y zanahoria, miedo y promesa? Abascal lo hace igual que Trump: promete “hacer España grande otra vez” y dice que siempre lleva consigo una Smith & Wesson: “antes por mi padre, ahora por mis hijos”. En dos semanas sabremos si la base dura de Trump habrá acudido a las urnas en cantidad suficiente para refrendar la victoria republicana de hace dos años. Los líderes carismáticos del populismo de izquierdas en Latinoamérica están desapareciendo por razones de edad (Cuba) o de incompetencia (Venezuela); México aún es una incógnita; en cambio, el populismo ultraderechista, salvo sorpresas de última hora, tendrá su chance con Jair Bolsonaro en Brasil.

En la Unión Europea, Marine Le Pen se está posicionando como referente de la ultraderecha continental: Abascal de VOX es su más ferviente admirador y Salvini le sigue inmediatamente. Los demás son líderes fuertes pero regionales: Andrzej Duda en Polonia y Viktor Orbán en Hungría; en el Reino Unido, Nigel Farage no es ni carismático ni líder, aunque su campaña “Salir quiere decir salir” [de la UE] parece que le está dando un segundo aire.

El discurso liberal y antipopulista, en lugar de utilizar estas diferencias como cuñas, acepta que la ultraderecha es un fenómeno homogéneo con un discurso común: esto es peligroso y podría pagarse caro.

Lo nuestro es la #política en la #CDMX; si en verdad te late la grilla chilanga en las redes, visita nuestra página: https://elinfluyente.mx

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