Pablo Trejo
Desde que logró su autonomía constitucional, el Banco de México (Banxico) ha sabido ganarse la confianza como una institución imparcial y cumplidora. Los agentes económicos de nuestro país y sus pares alrededor del mundo reconocen su valía como garante en la estabilidad de precios y su preponderante papel en materia de política monetaria.
Regularmente los blasones de los buenos resultados económicos se los reparten entre la Secretaría de Hacienda y alguna otra como la de Economía o Turismo, dependiendo el tema; mientras que los resultados menos positivos se abonan en la cuenta del Banxico.
Al Banco de México le sucede lo que a los perros de rancho: cuando hay fiesta, los amarran para que no molesten a los invitados, pero si la fiesta y sus excesos derivan en gritos y sombrerazos, entonces los sueltan para apaciguar a la concurrencia.
La semana anterior dábamos cuenta de los diferendos entre el presidente electo y las decisiones restrictivas de política monetaria que está tomando el Banco de México. A quienes saben de economía no les resultará difícil comprender que, ante un embate inflacionario, el aumento de las tasas de interés se convierte tal vez en la principal herramienta con que cuenta el Banxico para detener la espiral inflacionaria, y que la consecuencia directa de aumentar las tasas de interés será una disminución en el crecimiento económico, ya que cuando aumenta el valor del dinero, disminuyen las inversiones y el consumo, elementos centrales del Producto Interno Bruto. Si la promesa de campaña en lo relativo a crecer a una tasa del 4% anual resultaba complicada de lograr, con una política monetaria restrictiva será aún más difícil. De ahí el diferendo de AMLO con el Banxico, aunque nuestro banco central probablemente no pudo haber actuado de manera diferente.
La diferencia de opiniones es un tema positivo, ya que refleja la autonomía del Banxico frente al Ejecutivo. La experiencia demuestra que una institución con funciones tan delicadas supeditada al control del Ejecutivo terminaría por convertirse en un lastre. Ese contrapeso institucional es sano y necesario, aunque genere incomodidades y molestias en el Ejecutivo, quien debe ver a la ins- titución como un gran apoyo y no como un ente opositor a sus políticas.
Hoy nos enteramos de la intención presidencial de proponer a Jonathan Heath como nuevo integrante de la Junta de Gobierno del Banxico, en sustitución de Manuel Ramos Francia. Las credenciales del economista dejan en claro que la propuesta es técnicamente impecable, ya que Heath es un reconocido especialista en política monetaria.
La única duda que puede surgir es, si esa propuesta que seguramente será avalada sin ninguna restricción por la fracción de Morena en el Senado de la República, continuará la postura actual del Banxico de mantener el enfoque de preservar la estabilidad de los precios o llegará con una agenda propia, mucho más cercana a las ideas de una política monetaria mucho más expansiva y que podría ser del agrado de AMLO.
Sin duda, la propuesta merece el beneficio de la duda, y el deseo es que no se altere la autonomía lograda en la institución durante los últimos años.
