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El Colonia, la vieja catedral del danzón

“Me voy al Colonia, me voy a bailar el ritmo sabroso que es el danzón, si tengo una pena trato de olvidar. Mientras yo bailo mis penas se van”…

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Pedro Flores

El Colonia, famoso desde sus inicios en los años 20 del siglo pasado, cuando las mujeres sólo traspasaban el umbral del brazo de sus compañeros de baile, con sus mejores galas, sombreros de plumas, collares en pechos descubiertos, vestidos de satín, tacones y medias de malla, fue avasallado por “Tarzanes” y Pachucos, y final por el pueblo en general.

Carlos Monsivaís escribía del Colonia: es un espacio diseñado para la recreación colectiva a través de la expresión corporal, un lugar en donde los asistentes aprenden y reproducen determinados patrones de movimiento y en esa medida constituyen un medio de comunicación, por lo general las parejas bailan muy pegados y sacrifican la velocidad por el estilo, el movimiento es muy sutil y sin un gran desplazamiento en la pista.

El Cocol, El Cocoliso y El Colegio, como también se le conoció, lucía en su gran salón la cabeza monumental de un negro con su boca abierta de tal tamaño que decían cabía un piano y que sus “Miércoles de danzón” se hicieron famosos porque no sólo daban oportunidad en ese tiempo nuevas orquestas, sino que estas alternaban con alguna de primer nivel, como la de Dimas, autor del danzón “Nereidas”.

Durante 18 años, de 1939 a 1957, tuvo uno de sus mayores auges, en dicho salón tocaron orquestas como la del “pelón” Ernesto Riestra, Roy Carter, Everett Hogland, y qué decir del trompetista Larry Son, quien también amenizaba las reuniones “fifís”, como eran los bailes “blanco y negro” y las del country club de Churubusco.

La familia Jara, avecindada junto al salón en la calle de Manuel M. Flores en la colonia Obrera, ante la invasión de ritmos como el boogie boogie, el swing la guaracha, el mambo, el cha cha cha y los inicios de rock and roll, siempre buscó que “el Colonia” siguiera siendo la “Catedral del Danzón”.

De esa forma el “cocoliso” fue la casa de las grandes danzoneras de la época, como la de Juan de Dios de la Concha, José Casquera, Chano Pacheco, Don Lencho, el Chino Flores. Alejandro Cardona, Gamboa Cevallos, Carlos Campos, el trompetista Chino Ibarra,

Arturo Nuñez, con sus cantantes Beny Moré y Lalo Montane, conocidos como “El dueto Fantasma” y, naturalmente, la “mamá de los pollitos” Acerina.

Los nombres de pila tal vez poco importan, pero la gente los esperaba a que llegaran para aprenderles a figuras del baile como “El Calcetín”, quien afirmaba que: “el Danzón es una música sabrosa que debe bailarse con sentimiento y sin tecnicismos falsos, en su coreografía hay una parte floreada, la cual se ejecuta en el montuno, giros elegantes que preserven la unidad de la pareja”.

Y qué decir del “Muerto”, quien afirmaba que “el danzón no se baila suelto ni demasiado ajustado, para bailarlo no se necesita ser cubano, veracruzano o de origen tropical, basta con sentirlo, dejarse llevar por su cadencia; además, no hay ritmo como el danzón para hablarle a una mujer”.

Los hombres la esperaban, sabían que con ella poco y bueno, ya que incluso los dejaba parados a media pista, con un “amable”, aprende a bailar, antes de que me vuelvas a sacar, esa era la “Negra” Palomares, quien siempre pregonaba que para bailar danzón había que tener ritmo, compostura, estética en el cuerpo y elegancia al vestir.

Claro, ellos no eran los únicos que asistían a dicho centro a bailar, entre los muchos artistas, como Carlos López “El Chaflán”, Armando Soto la Marina” “El Chicote”, Adalberto Martínez “Resortes”, Emilio Tuero, “El Bello” Berúmen, quien después fue referee de lucha libre, David Silva, Roberto Cobo “Calambres”, y algunos historiadores señalan que hasta Fidel Castro y el propio Ernesto “Che” Guevara asistían los famosos “miércoles de danzón”.

Nadie pensaba en aquel junio de 1994, cuando con la Danzonera de Felipe Urbán se llevó a cabo el “encuentro Internacional de Danzón”, que tuvo resonancia hemisférica, que pocos días después fuera desalojado el más antiguo de los salones de baile, cuyo mobiliario estaba en la calle y lo último que sacaron fue la cabeza del negro, que dicen tenía agua en los ojos.

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