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El desenlace del huachicol

La crisis del combustible -desabasto para unos y falta de distribución para otros- se agravó por la ausencia de una estrategia de comunicación institucional.

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Alejandro Zúñiga

Ningún mexicano en su sano juicio, a menos que sea beneficiario del huachicol, se opondría a la decisión presidencial de combatir a fondo el robo de combustible de Pemex.

Mucho menos cuando se supo que se trataba de un ilícito que, tan solo en 2018, provocó un boquete de 65 mmdp al erario, transferidos al bolsillo del crimen organizado.

Este delito data de unos 20 años atrás y ha progresado de manera exorbitante cada sexenio. Tres expresidentes fracasaron en sus intentos de frenarlo.

Al finalizar el gobierno de Vicente Fox se detectaron 213 tomas clandestinas, en el de Felipe Calderón 1,635 y con Peña Nieto se disparó al acumular 10,353.

Con el tiempo, se volvió tan rentable que involucró a funcionarios, sindicato y empleados de Pemex, pero también a empresarios, gasolineros y políticos. Una red de corrupción de mil cabezas invisibles ligadas al crimen organizado.

Por eso es plausible la decisión del nuevo gobierno de combatirlo frontalmente hasta erradicarlo.

Pero a siete días de iniciado el plan, el combustible empezó a faltar hasta casi desaparecer en varios estados y alcanzó a la Ciudad de México, lo que propició la primera crisis del gobierno  en turno.

La crisis del combustible -desabasto para unos y falta de distribución para otros- se agravó por la ausencia de una estrategia de comunicación institucional.

Es entendible que, por razones de seguridad, no se detallara el plan anti robo de combustible, pero si falla la logística alterna de su distribucióncomo ocurrió, no se le puede decir a la gente que necesita gasolina: “no se preocupe, no hay desabasto, hay suficiente, mañana está resuelto, por la tarde se regulariza”, sin que nada de eso suceda.

Las compras de pánico no se dan por gusto, responden a incertidumbre, preguntas sin respuesta y a incongruencia entre lo que se dice y sucede.

La ausencia de información confiable genera molestia, desconfianza, especulación, temor, propicia el rumor, alienta el caos, infunde pánico y, en consecuencia, profundiza cualquier crisis.

Si bien el tamaño del daño que nos causa el “huachicoleo” amerita poner en marcha un plan para frenarlo y desarticularlo, es entendible que pueda presentar fallas en su instrumentación por la complejidad del problema.

Pero si el presidente de la república prometió acabar “en definitiva” con el robo de combustible de Pemex, los resultados tienen que ser contundentes.

Sobre todo, después de tantas molestias no advertidas y ocasionadas a los ciudadanos, afectaciones a la economía y a la vida cotidiana de las personas.

Pero si el desenlace de esta primera crisis gubernamental no identifica culpables ni comienza a desactivar la red de complicidad y corrupción en Pemex e impone un castigo ejemplar a los principales responsables, AMLO y su gobierno sufrirán su primer grave desgaste político.

Lo único que sus votantes no le van a perdonar a AMLO es la falta de congruencia, por lo que su plan antihuachicol tiene que terminar con la impunidad y restaurar el Estado de Derecho, dentro y fuera de Pemex.

Si eso ocurre, habrá valido la pena para los ciudadanos las pérdidas económicas, las largas esperas, los desvelos y todo lo padecido durante tantos días para cargar unos litros de gasolina.

Lo que no cuadra es que el delito de robo de combustible, pese a toda la sangría económica que ha causado, no se haya tipificado todavía como grave. ¿No debería empezar por ahí el combate al huachicol?

Además de la corrupción, la injusticia y la impunidad, los ciudadanos están hartos de verdades a medias y de darle prioridad a los efectos políticos. Esperamos un desenlace feliz del plan antihuachicol.

Lo nuestro es la #política en la #CDMX; si en verdad te late la grilla chilanga en las redes, visita nuestra página: https://elinfluyente.mx

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