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El jueves negro de Fox News

El jueves pasado, 20 de julio, Trump no pudo festejar en paz sus seis meses de Presidente: varios sucesos en su contra, tanto mediáticos como políticos, se juntaron para hacer aflorar otra vez dudas y sospechas viejas o nuevas, que parecen abrir una fisura entre él, su gabinete y los medios que hasta ahora lo habían apoyado incondicionalmente: entre ellos Fox News.

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La noche del jueves 20 de julio, cuando vi que Tucker Carlson regañaba a Donald Trump, pensé “Caray, lo hizo de nuevo: lo van a correr por sexta vez”. No lo han corrido, señal que el problema no era personal, y el terremoto de Fox News no ha terminado de producir réplicas.

El epicentro del terremoto: la regañiza que le puso Trump a Jeff Sessions (el Procurador General de la República) por haberse autoexcluido (“recusado” es el término legal) de la investigación sobre los contactos de miembros de la campaña de Trump con oficiales rusos. El ataque de Trump vino muy tarde, el 19 de julio: Sessions se había recusado el 1 de marzo. Carlson tildó al ataque de Trump como un desafortunado descontrol en un mal momento: “es como gritarles a los niños porque has tenido un día difícil en la oficina”.

Ese mismo día, “Los Cinco” (el panel de Fox News presidido ahora por Jesse Watters, después de que Megyn Kelly se pasó a NBC en enero pasado) lidiaron con la filtración del Washington Post, según la cual los abogados de Trump estarían debatiendo seriamente si un Presidente puede o no conceder al perdón judicial a miembros de su familia (parece que legalmente sí puede) y hasta a sí mismo (está en tela de juicio). La discusión pronto rebasó el terreno meramente legal y constitucional, para invadir el político: todos estaban de acuerdo en que perdonarse a sí mismo sería una movida suicida.

Este juego de “tuits” presidenciales y filtraciones enemigas pronto se ensanchó en hipótesis contradictorias sobre el alcance de los contactos del hijo (Donald junior) y el yerno (Jared Kushner, el marido de Ivanka) con oficiales soviéticos: ya no se trata sólo de la abogángster Natalia Veselnitskaya, sino de piezas de artillería más pesada como el embajador ruso en Washington, Serguei Kislyak, y el secretario ruso de asuntos exteriores, Serguei Lavrov).

Pero esto también rebasó inmediatamente el tema de contactos y reuniones al nivel político-diplomático, para extenderse al tema de los negocios familiares de Trump con empresarios (o mafiosos, donde sea que se marque la línea divisoria) rusos: la última revelación, y tal vez la más importante, de ese jueves negro fue la decisión de Rob Mueller (ex jefe del FBI, encargado de investigar la injerencia rusa en las pasadas elecciones) de ahondar en los negocios de la familia Trump.

A la fecha de hoy, no se conoce el alcance de esta extensión de la investigación (¿incluirá o no las declaraciones a hacienda que hasta ahora Presidente no ha publicado?); pero por el momento ya ha causado grandes debates mediáticos. Jesse Watters quería desestimar la investigación de Mueller como “pescar en aguas turbias”, pero Charles Krauthammer, un analista que aprecio mucho por su inteligencia y prudencia (siempre me pregunto qué hace en Fox News), precisó que sí, el abogado investigador tiene todo el derecho legal de meterse con los negocios de la familia presidencial, si lo considera útil para esclarecer el tema que está investigando.

Definitivamente un jueves negro para Fox News. Como analista de medios, estoy tentado de creer que el largo connubio de la cadena con los peores representantes del establishment norteamericano, está finalmente causando cortocircuito y la explosión está golpeando a Fox News debajo de la línea de flotación: se les fue Bill O’Reilly al reactivarse viejas acusaciones de acoso sexual (hacia su propia productora, por cierto); se les fue Megyn Kelly cooptada por NBC; ¿seguirá alguien? ¿Quién? Por lo pronto se han quedado con los cazadores de bruja formados en los talk shows televisivos de los años noventa: Hannity, Carlson y Watters, herederos del mismo tipo de basura radiofónica de los años ochenta, que a su vez remetía directamente al peor estilo de las audiencias de Joe McCarthy: si el entrevistado no dice lo que tú quieres, grita fuerte y quítale la palabra, que finalmente el switch lo tienes tú.

Se han quedado otros, con la tarea de amarrar audiencias específicas; pero, más importante, se han quedado, por lo pronto, Dana Perino, vocera de la Presidencia bajo George W. Bush, y el ya citado Krauthammer: los dos parecen claramente las cabezas pensantes del grupo, independientemente de que el segundo me cae muy bien y la segunda me da bastantes escalofríos: un juego interesante de “policía bueno, policía malo” para las audiencias.

¿Y a la familia presidencial, cómo le fue en el jueves negro? En el juego de filtraciones “enemigas” (Washington Post y New York Times en primera fila, pero también CNN y MSNBC, además de miembros actuales o pasados del staff de la Casa Blanca), parecería tomar fuerza una hipótesis bastante aterradora: que la mafia rusa e internacional haya visto, en las elecciones de 2016, una ocasión propicia para colocar (vía el reciclador internacional de dinero sucio Paul Manafort) a un operador político amigo, comprometido y por ende chantajeable, nada menos que como Presidente de Estados Unidos: con el apoyo, evidentemente, de la mafia de la Costa Este, sólidamente arraigada desde hace varias décadas en el negocio de la construcción y la especulación edilicia. ¿Cierto o falso?

Como analista político, tengo que considerar otros datos. Tampoco para la Casa Blanca, el terremoto del jueves 20 no fue, ni el primero, ni el último: en estos primeros seis meses se han ido del staff: Mike Flynn y Craig Deare (miembros de Consejo de Seguridad Nacional) en enero; James Comey (director de FBI) en mayo, Elon Musk (asesor en el tema de cambio climático) a comienzos de junio, y ayer, 21 de julio, en una réplica del terremoto, Sean Spicer, vocero de la Presidencia; por el momento Jeff Session queda columpiándose en la telaraña, pero muy debilitado.

No tengo duda de que la personalidad volátil e impulsiva de Donald Trump haya tenido mucho que ver con estas renuncias o despidos (la frontera, como se sabe, es tenue); pero, ¿qué tanto contribuyeron el Washington Post y el New York Times a que el presidente tuviera más de un día nefasto en la oficina y empezara a “gritarles a los niños”? ¿Qué tanto los periodistas liberales sueñan con ser los nuevos Woodward y Bernstein que tirarán la estatua de Trump?

En lugar de un solo, prudentísimo “garganta profunda”, parece que tienen decenas, todos sospechosamente dispuestos a filtrarles información: sin contar que, francamente, Trump no parece tan difícil de socavar, comparado a Nixon que, él sí, acababa de reelegirse con una avalancha de votos.

Aparte las vicisitudes de la investigación sobre Rusia, los analistas que han reseñado la actividad de Trump en sus primeros seis meses (que por cierto también se cumplieron el mismo jueves 20) están en duda: ¿qué tanto cumplió y qué tanto falló en sus promesas electorales? ¿ha mostrado o no talante de político? ¿cómo está quedando en su duelo a distancia con Putin? ¿Existe de veras tal duelo, o es polvo en los ojos del observador, para que no se dé cuenta de la alianza entre los dos?

La misma incertidumbre reina acerca de los porcentajes de aprobación del presidente en sus primeros seis meses: en términos generales, está en mínimos históricos; en términos más específicos, parece que ha perdido bastante terreno en los cotos que no eran suyos, pero que se mantiene, o ha perdido menos, en las reservas donde ganó en noviembre 2016.

En esta óptica, el terremoto actual parece más bien un asentamiento previo a las elecciones parciales del próximo año y las presidenciales de 2020. ¿Le será suficiente, a Trump, el apoyo de la mafia edilicia y especulativa, personificada por su flamante vocero Anthony Scaramucci? ¿O necesitará un desafío militar en plena regla paran consolidar su tembloroso subsuelo? Tiempos interesantes, según el proverbio chino.

* Semiólogo, analista político, historiador y escritor.

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