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El robot jurista

Dentro de sus funciones se encuentra la de “leer” más de diez mil páginas por segundo, rastrear legislación y jurisprudencia, “aprender” con cada caso que se le plantea, así como responder consultas en tiempo récord.

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Jorge A. Lara

En días pasados se divulgó en diversos medios la existencia de Ross, el primer robot abogado, un desarrollo canadiense de Inteligencia Artificial (AI), que ha sido programado para realizar las tareas propias de un jurista, pero con la velocidad propia de un autómata.

Dentro de sus funciones se encuentra la de “leer” más de diez mil páginas por segundo, rastrear legislación y jurisprudencia, “aprender” con cada caso que se le plantea, así como responder consultas en tiempo récord.

Ross ya ha sido contratado para realizar algunas labores específicas revisando contratos y al parecer los resultados hasta el momento son muy promisorios gracias a sus capacidades de procesamiento. La irrupción de esta tecnología ha causado conmoción en los ámbitos de la abogacía en Estados Unidos y otros países por las implicaciones que pudiera tener en el mercado laboral y en la provisión de servicios hasta ahora reservada para abogados de carne y hueso.

Ya en 1951, el genial Giovanni Papini adelantaba en un cuento lo que la tecnología podría llegar a significar para la justicia. En el sarcástico relato llamado El Tribunal Electrónico describió la aparición de una supercomputadora creada con la finalidad de fungir como juez. Debidamente alimentada con leyes y jurisprudencia, como hacen ahora los creadores de Ross, la computadora ideada por Papini podía resolver casos sencillos y complejos.

El derecho se dicta, para el caso concreto, a través de un gélido algoritmo aplicado de modo impecable y matemáticamente exacto al hecho planteado.

Así nos presentaba la ficción de Papini al prototipo que “se estaba probando en Pittsburgh”:

“Tal aparato gigante, con un frente de siete metros, se alza en la pared de fondo del aula mayor del tribunal. Los jueces, abogados y oficiales de justicia no ocupan sus lugares habituales, sino que se sientan como simples espectadores entre las primeras filas del público. La máquina no tiene necesidad de ellos, es más segura, precisa e infalible que sus reducidos cerebros humanos. Como único ayudante el enorme cerebro tiene a un joven mecánico que conoce los secretos de las innumerables células fotoeléctricas y de las quinientas teclas de interrogación y comando. El único recuerdo del pasado que se ve en la máquina es una balanza de bronce que corona platónicamente al metálico cerebro jurídico.” Al plantearse el conflicto legal, el magistrado electrónico haría su rutina y al cabo escupiría una tarjeta con el veredicto impreso. La sentencia inapelable.

Papini en su cuento, se asomaba al potencial de la función de las computadoras: si son aparatos que “razonan”, ¿por qué no habrían de ser útiles para una de las funciones que mayor grado de razonabilidad exigen?

Según los expertos, esta tarea será de las últimas en ser concedidas a la inteligencia artificial. Para el especialista Shelly Palmer, las profesiones en las que los seres humanos serán desplazados en mucho tiempo por robots tienen como común denominador el rasgo de la humanidad y serán las siguientes: maestro de primaria y pre-escolar, atleta profesional, político, juez y profesional de la salud mental. Dentro de las primeras profesiones que serán para robots y que desplazarán a sus creadores de carne y hueso se encuentran: gerencia media, vendedores, escritores, reporteros y anunciantes, contadores y médicos.

Respecto de la poca factibilidad que en futuro mediato existe para robots togados, dicho autor señala que los jueces, árbitros y en general cualquier tipo de decisor que requiera para el efecto, el realizar evaluaciones tanto objetivas como subjetivas, tiene un trabajo a prueba de robots. Dice Palmer que “El juicio subjetivo requiere un vasto conocimiento general. También precisa de una comprensión muy sólida de las ramificaciones de las decisiones y, muy importante, la habilidad especial para el desempeño que supone el juego de “yo sé, que tú sabes, que yo sé” con las partes implicadas y con el público en general”.

Con la llegada de Ross y la incursión de la IA en el mundo del derecho habrá muchos temas qué discernir: las implicaciones éticas de ser acusado, defendido y juzgado por un robot, el desplazamiento laboral de millones de asistentes legales, aprendices y abogados en todo el mundo, las posibilidades de que la IA pueda compenetrarse de las sutilezas del razonamiento jurídico… o si los robots pueden administrar y procurar justicia de una mejor manera que los seres humanos. Por lo pronto, la discusión ya llegó y todavía la podemos resolver entre humanos.

Foto: Colin Payson/Yorkali Walters.

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