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Elecciones en Gran Bretaña: ¿Qué pasa con el ‘modelo anglosajón’?

Las elecciones generales en Gran Bretaña reabren varios temas qua parecían definidos: la salida de Gran Bretaña de la Unión Europea, la alianza histórica entre modelos conservadores en Gran Bretaña y Estados Unidos, el liderazgo de Alemania en Europa y su función el mundo occidental, incluyendo Latinoamérica; puede ser una ocasión histórica para la modernización del discurso político al nivel internacional, más allá de las polémicas antipopulistas.

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Ha vuelto a suceder y ya parece una tragedia griega: el héroe víctima de su propia hybris. El 5 de mayo de este año, en las elecciones locales del Reino Unido, el Partido Conservador de Theresa May había coleccionado un triunfo histórico y, aparentemente, empujado camino al Sunset Boulevard el Partido Laborista de Jeremy Corbyn. Galvanizada, May decidió capitalizar la victoria y convocó aprisa las elecciones generales que deberían refrendar ese triunfo, esta vez con la mayoría absoluta en el parlamento de Londres que le permitiría, entre otras cosas, apresurar la salida de Gran Bretaña de la Unión Europea e impulsar su propia versión de la reforma del seguro social (la versión londinense del anti-Obamacare). Le fue como en feria: las elecciones anticipadas y precipitadas de este 8 de junio han visto resurgir el voto laborista, han cortado de tajo la ilusión de una mayoría absoluta conservadora, y han puesto un pequeño partido ultraconservador local (el Partido Unionista Democrático de Irlanda del Norte) en condición de ejercer, con sus tristes 10 escaños, de eje de la balanza para cualquier estabilización gubernamental futura: cosas que habíamos visto a menudo en Italia, a veces en Francia, pero no en Gran Bretaña.

Mientras tanto, los propios parlamentarios conservadores han pedido y obtenido, por el momento, la cabeza de los dos principales estrategas de Theresa May: Nick Timothy y Fiona Hill acaban de presentar su renuncia, esta mañana de sábado 10 de junio. ¿Ajuste obligado? Seguramente: los conservadores, por el momento, han decidido que la señora May quede a la cabeza del gobierno para “estabilizar el timón” mientras pasa la tormenta: pero ya el editor político del Financial Times, George Parker, reflexiona que “los tiempos de Theresa May se miden ahora en meses, no en años” y que, los que aún la defienden, lo hacen porque “las alternativas posibles les parecen mucho peores”. Pecado de orgullo y tragedia griega: o tragedia reeditada como farsa vulgar, diría tal vez Marx.

Mientras tanto, el vodevil de la política internacional nos ha reservado, esta semana, otro “jueves negro”, con la deposición del ex jefe del FBI frente a una comisión del Senado. Comey dijo que “sintió” que Trump lo estaba presionando para que suavizara la investigación del FBI acerca de los contactos de sus operadores de campaña con el gobierno ruso y que él, como el intachable funcionario público que es, rechazó la presión; pero no ha querido hablar abiertamente de “obstrucción de la justicia”; con lo que ha dejado el asunto en el terreno de interpretaciones semánticas legales que aseguran que el posible impeachment de Trump se postergue bastante, si es que se dará en algún momento.

El tema del impeachment de presidentes norteamericanos es complicado y tiene aristas curiosas y hasta divertidas: no puede liquidarse aquí en dos renglones y lo trataré en una colaboración próxima. Aquí me importa más retomar la reflexión que se ha generalizado en varios medios europeos y norteamericanos, con su secuela de entretenidos memes, sobre la caída en picada del “eje anglosajón de la política internacional”. Si a Theresa May los conservadores la mantienen (por el momento) en el gobierno, es porque no tienen a nadie menos peor; por otro lado, varios rumores de pasillo cuentan que los Republicanos de Estados Unidos están buscando afanosamente a un sustituto un poco menos políticamente torpe que Trump, con su obsesión maniática por los tuits de madrugada. ¿Lograrán construirle un perfil y un historial político medio interesante al vicepresidente Mike Pence? Personalmente se me hace muy difícil; Pence sigue pareciéndome una versión descafeinada y aburrida del neurótico Harry Truman que, el 12 de abril de 1945, heredó la presidencia por la muerte de Franklin D. Roosevelt. Y esto no tiene ver con los legalismos del impeachment sino con la credibilidad y liderazgo de un político. Trump llegó a la Casa Blanca alardeando las dos cosas y las está perdiendo rápidamente, pero aun así parece que tendremos Trump para rato.

El editor norteamericano de BBC News, Nick Bryant, comenta que Trump representa hoy el resurgir de una tendencia aislacionista en la tradición política norteamericana: America First, dice Bryant, está significando America alone; y más ahora que su aliada histórica, la Gran Bretaña de Theresa May, parece obligada a renegociar los términos del Brexit, si es que se va a dar: por lo pronto, los resultados electorales de anteayer en Gran Bretaña y las torpezas acumulativas de Trump en el ámbito internacional, le devuelven a Angela Merkel el rol de Primera Dama europea –con todo y lo que significa para su gira actual por Latinoamérica – y a Emmanuel Macron el de su delfín y aprendiz (por cierto, parece que está aprendiendo muy rápido). A ver si de allí llega a México un poco de sensatez, capaz de actualizar el discurso político y desplazar a Enrique Ochoa Reza de su polémica rancia contra el “populismo autoritario”: estamos en 2017, Quique: ya chale…

* Semiólogo, analista político, historiador y escritor.

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