Por Jorge Samuel del Villar
Los mexicanos tenemos una relación particular con la realidad… mmm, más bien con la verdad… bueno, para no hacer el cuento largo, ¡somos mentirosos! Quizás André Bretón, después de que decenas de mexicanos le aseguraron que el color que veía era morado, aunque era rosa mexicano, haya determinado que México es un país “surrealista”. El surrealismo finalmente es una distorsión de la realidad.
Cuando a un mexicano lo invitan a algo, prefiere “matar” a la abuelita, “enfermar” al perro, “casar” por la iglesia al primo gay, que decir “estoy cansado: mejor en otra ocasión”.
Cuando yo era niño, mi mamá y su hermana me llevaron a Nueva York. Se querían ir de shopping, pero no hallaban qué hacer con el chamaco, para lo cual configuraron lo que ellas asumían sería el plan perfecto: buscaron a una tía paterna mía (que ninguna parentela tiene con ellas), soltera, sin hijos y neoyorkina.
Después de chutarse horas en un largo desayuno escuchando el árbol genealógico de mis ancestros paternos, mi mamá y su hermana le preguntaron si me podría cuidar un rato, mientras ellas se iban de compras.
Muy sincera, la tía neoyorkina contestó que le sería imposible, pues ya tenía planeado salir a andar en bicicleta sola por el parque. Lo que para la neoyorkina era honestidad, para las mexicanas resultaba una ofensa. ¡Cómo preferíairse a andar en bicicleta que cuidame?
Por ser honesta, la tía estadounidense fue enjuiciada de culpable. Por el contrario, si hubiese inventado cualquier historia trágica, aunque las mexicanas no se la creyeran, la hubiesen disculpado. En México, la frase de “Miento, luego existo” nos queda como anillo al dedo. De ahí surge la figura mítica de Cantinflas. Cuando dicen las esposas a sus maridos que “Menganita te vio en un restaurante”; como reacción inmediata, los varones lo niegan. Desconfiamos cuando alguien conocido nos pregunta en qué zona vivimos. Bueno, hay gente que miente hasta con respecto al sabor de su helado favorito.
La mentira es utilizada como un mecanismo de defensa y protección emocional. Quizás sea la persecución transmitida epigenéticamente a través de nuestro ADN, para que no nos quemen los pies, como a Cuauhtémoc. Y con esta característica del mexicano ¿de verdad quieren que creamos en las encuestas?
Se ha comprobado que los mexicanos mienten incluso saliendo de las urnas. En otras latitudes, las encuestas de salida son ejercicios estadísticos absolutamente confiables; en México, no. El porcentaje de mentira en las encuestas electorales es literalmente incuantificable. A esto se agrega que las encuestas se están volviendo un instrumento caduco e inservible para pronosticar resultados electorales, a nivel internacional.
En nuestra Constitución está consagrada la secrecía del voto, por lo que andar preguntando a la gente por quién va a votar podría incluso colocarse en el límite de lo inmoral. Ser cuestionados se podrían interpretar como una clara violación a nuestra privacidad.
En este escenario, al igual que en las mañanas del 24 de junio de 2016 y del 9 de noviembre del mismo año, cuando surgieron ganadores los resultados opuestos a las encuestas en el Reino Unido y en EU, muy probablemente el 2 de julio de 2018 amanezcamos con un presidente electo que no pintaba en las encuestas.
A lo anterior se une el hecho de que un porcentaje importante de la población sigue vinculando al candidato de Morena con el PRD; el primero de julio hay dos partidos del mundial; se está organizando la Marcha Virtual por México, a favor del voto útil, entre decenas de posibles variables. Recordemos que en nuestro querido México surrealista, lo más propenso a suceder es lo más improbable.
