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Enemigos viejos y nuevos de Trump: agricultura, ganadería e inundaciones

Las declaraciones de las multinacionales agropecuarias en los últimos meses ponen de manifiesto que la política de Trump debe enfrentar fuerzas hostiles y poco conocidas, arraigadas en intereses económicos globales y poderosos. El futuro de su presidencia podría jugarse en este conflicto, aún más que en la disputa entre la familia presidencial y la clase política.

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Por Fulvio Vaglio

George MacLennan se está volviendo una piedra muy molesta en el zapato de Donald Trump. Ayer, primero de septiembre, ha declarado que, si bien el TLC necesita modernizarse, sería un error abandonarlo (un poco como la clase política en Washington está moviéndose para reformar, pero no derogar, la ley de Seguro Social mejor conocida como Obamacare); el vicepresidente de su companía (Patrick Binger) ya había declarado lo mismo en su deposición frente a la comisión senatorial para la renegociación del TLC, en las audiencias del 27 al 29 de junio. Poco antes de eso, el primero de junio, MacLennan había considerado “extremadamente decepcionante” la decisión de Trump de retirarse de los acuerdos de París, dejando en claro que su compañía sí está preocupada por los efectos del cambio climático en la cadena de oferta alimenticia del planeta. Contrariamente a la posición desregulatoria sostenida por el presidente, MacLennan defendió la ley de transparencia que impone a las productoras de alimentos empacados poner en sus etiquetas señalamiento precisos sobre los ingredientes utilizados. En el pasado, todavía en época de Obama, él mismo se había pronunciado por el cese del embargo estadounidense a Cuba, y había ensalzado (el 4 de febrero de 2016) la función regulatoria, sobre el mercado mundial de alimentos, de la Trans-Pacific Partnership (TPP), que luego fue una de las primeras víctimas de Trump (aunque no tan cacareada como el TLC). Se ha manifestado en favor de la legalización de migrantes latinoamericanos, por su importancia en el mercado de la fuerza de trabajo agrícola. Finalmente, ayer ha declarado que el paso de Harvey no afectará sustancialmente el costo de trasporte de mercancías a través de Estados Unidos.

TLC, TPP, Harvey, migración de latinos, cambio climático, derechos de los consumidores y, de paso, relaciones con Cuba: quien no supiera la verdad, podría pensar que George MacLennan es el director de alguna ONG californiana de izquierdas, de esas que – según Fox News – no tienen nada mejor que hacer que descalificar las iniciativas del Presidente Trump. Pero no: MacLennan es presidente y CEO de Cargill Inc., la transnacional con base en Minneapolis, con 150,000 empleados en todo el mundo y con sucursales, asociados y afiliados en 70 países. Es el más grande abastecedor de productos alimenticios para la agricultura y la ganadería en los cinco continentes (mis fuentes no dicen si también abastece la fauna antártica, así que prefiero limitarme a lo que sé).

Como toda buena corporación, Cargill se ha desarrollado y articulado para dominar todos los rincones de sus procesos productivos: desde su fundación en 1865, tiene plantas mecanizadas para el almacenamiento de granos; tiene empresas de transporte por agua, tierra y aire; tiene su propia compañía de seguro de riesgos para los clientes; tiene plantas químicas y laboratorios para la producción de polímeros, un centro de investigación sobre biotecnología en colaboración con la Universidad de Minnesota y una editorial propia para la publicación de revistas tanto especializadas como de difusión y capacitación general; el Ministerio de Agricultura y el Instituto de Veterinaria chinos tienen, desde hace poco más de un año, un convenio con Cargill para publicitar la lucha en contra del uso indiscriminado de antibióticos en la nutrición de los animales y por la reglamentación estricta del de pesticidas: por esas ramificaciones mundiales le llaman el gigante invisible. A los que consideran pescado y mariscos como una fuente alternativa de proteínas animales, quizás les suene el nombre EWOS. A los que tenemos mascotas, seguro nos suena el nombre de marca Purina. A los que tratamos de seguir una dieta más o menos saludable, igual nos suenan los extractos de stevia y los aceites de soya y de palma: las flores en la solapa de Cargill.

Con todo y estas credenciales (aparentemente) impecables, tampoco es que Cargill sea partidaria incondicional de las ONGs de izquierdas; al contrario, tiene una disputa añeja con varias de ellas: en particular con Oxfam, el viejo Comité para la Ayuda contra la Hambruna, fundado en Oxford en 1942 para apoyar a la población de Grecia en tiempo de guerra y que ahora cuenta con sucursales en 80 países. Y es que Cargill también tiene – o ha tenido en un pasado no lejano – cola que le pisen.

Entre 2006 y 2007 hubo una serie demandas presentadas en tribunales norteamericanos contra varias transnacionales: Nestlé, Bunge, ADM (Archer Donald Midland), y Cargill. Ésta, en particular, fue parte acusada en la investigación de trata de niños, raptados en Mali y forzados a trabajo esclavo en Costa de Marfil: sin pago, con comida escasa si es que había, y golpizas frecuentes para quitarles las ganas de protestar. Cargill respondió con una reorganización de su perfil corporativo internacional, que tiene sus lados ambiguos: primero unificó y adelgazó su organización, supuestamente para darle una estructura más eficiente; segundo, vendió y sigue vendiendo parte de sus áreas operativas a otras compañías que, a partir de entonces, aparecerían como proveedoras independientes de materia prima para las operaciones de Cargill; y aquí viene lo bueno: en un documento oficial de respuesta a las acusaciones de las ONG, Cargill declaró que “sola, no puede enfrentar la explotación del trabajo infantil” y necesita operar en colaboración con las autoridades locales: es decir, les va a pasar la papa caliente a poderes nacionales (gobiernos de países del Sureste asiático, de la África subsahariana y de la cuenca amazónica en Latinoamérica), que pueden asegurar la reproducción de patrones laborales y ecológicos criticables, sin manchar directamente a los verdaderos amos del juego. Oxfam contestó con una serie de “libros negros”, el más notorio de los cuales tenía el título significativo de Divide y compra.

Limpio, lo que se dice limpio, Cargill no es. Han pasado casi diez años de la reestructuración corporativa y ahora la transnacional asume la posición de representante de la democracia y transparencia en los negocios; pidiendo, claro está, que se les perdonen los pequeños traspiés del pasado. Consideraciones morales aparte, el hecho es que poderosos intereses multinacionales están ahora confrontando la estrategia de Trump (ya de por sí tambaleante). Procesamiento, distribución y reglamentación de materias primas para uso agropecuario: es interesante ver cómo, desde los pliegues de la polémica actual de la administración Trump versus “el pantano”, se empieza a asomar un antagonismo añejo entre los intereses de la agricultura (con sus aplicaciones ultramodernas bio-industriales) y los de la política institucional. No deja de ser interesante y algo paradójico: hace un siglo y medio fue el contraste de intereses entre los esclavistas del Sur y el gobierno de Washington; ahora es el conflicto entre una agricultura globalizada y el mismo gobierno.

La diferencia es que, hace un siglo y medio, la polémica logró desvanecer las raíces económico-sociales del conflicto y a concentrar la propaganda de gobierno en los aspectos políticos (poder central fuerte contra autonomía casi total de los estados) y morales (lucha por los derechos humanos): hoy sucede casi lo opuesto: MacLennan (y la reorganización de Cargill que él representa) parte de consideraciones de efectividad económica, dejando la “visión” ideológico–moral como un sustrato fértil desde el cual surgiría, necesariamente, la misión democratizadora y pacificadora de la empresa en el mundo salvaje de los negocios.

Obviamente, la agricultura ha cambiado: se ha globalizado y tecnologizado. Ya no depende de las negociaciones del partido sureño (John Calhoun a la cabeza) con el partido demócrata de Tammany Hall (cuyo fracaso terminó produciendo la Guerra Civil): ahora representa los intereses de decenas de transnacionales y puede, en su nombre, amenazar guerras comerciales de alcance mundial si Washington amenaza con patear el tablero del TLC (lo acaba de hacer ayer, de manera ni tan velada, el propio MacLennan).

Las próximas semanas dirán a quién Trump le teme más: si a los intereses políticos representados, de manera ideológica, por las cadenas mediáticas liberales que el presidente tilda de “noticias falsas” (CNN y NBC a la cabeza), o a los intereses económicos muy claramente organizados por Cargill y sus asociados mundiales. También nos dirán quien tiene el mayor poder de negociación.

Frente a los medios liberales, Trump ha demostrado una absoluta superioridad estratégica. Aun con sus puntadas prêt-à-porter (Melania y sus tenis inmaculadamente blancos en el medio de la inundación de Houston) y ramplonas (el concierto góspel dizque improvisado en un refugio para damnificados por Victoria White y Marquist Taylor), la Casa Blanca ha forzado CNN a jugar el juego patriotero de la solidaridad nacional, que en México conocemos bien (desde el terremoto de 1985 a través de un sinnúmero de catástrofes naturales sucesivas con sus secuelas de irresponsabilidad gubernamental): CNN le ha seguido la jugada de una manera que no sabría si llamar pasiva o cómplice, buscando y presentando por horas seguidas el lado humano, patético y melodramático, de la catástrofe; a lo sumo, criticando a Trump por llegar tarde y en el lugar equivocado, como hace una semana lo habían querido destrozar por sus declaraciones sobre racismo, neonazismo y supremacistas blancos; y, hablando de juegos, entre Fox News y CNN ya se está retransmitiendo, amplificado mediáticamente, el partido entre ataque y defensa, entre mariscales de campo y defensive ends; en unas palabras, entre Colin Kaepernick y JJ Watt: el futbolista malo, racista al revés y no patriótico, el que no se pone de pie para escuchar el himno nacional; y el bueno, nacionalista, blanco, proactivo y altruista, quien en unas horas logró reunir 13 millones de dólares para la reconstrucción de Houston (parece que Di Caprio, en dos días, “sólo” alcanzó los diez millones). ¿A quién irle, CNN?

Es más difícil prever qué pasará con la otra pelea. Aquí parece que MacLennan tiene todas las de ganar: si es que quiere: quiero decir, si es que de veras quiere ganar. Mientras tanto, la tambaleante “voluntad de política” de Trump está enfrentando nuevos obstáculos económicos; en la bancada republicana del Senado, voces importantes han empezado a decir que, en este momento de catástrofes, sería irresponsable realizar cortes al sistema tributario; el propio Secretario del Tesoro de Trump, Steven Mnuchin, confiesa que se acerca la parálisis financiera del país si el Congreso no autoriza lo más pronto posible (para mediados de octubre) un aumento del techo de endeudamiento: los impuestos están entrando en la cajas federales a ritmo lento y en cantidad insuficiente para  costear las promesas de campañas de Trump (el muro y el presupuesto militar) y los gastos imprevistos de la reconstrucción post-Harvey (y a ver qué dice Irma al final de esta semana); el Tesoro ha agotado su posibilidad de hacer malabares financieros, y el dinero no se puede tuitear a las dos de la madrugada (bueno, esto último lo agregué yo, no lo dijo Mnuchin).

Entonces: por el momento, no muro, no salida del TLC azotando la puerta, no disminución de impuestos, no repeal and replace de la ley sobre el seguro social, no alza milagrosa de salarios, y a ver hasta cuándo se mantiene la reducción del desempleo empezada por Obama y apropiada por Trump: es difícil saber cuánto más podrá aguantar la imagen presidencial con su Camelot judío-balcano-americano.  Trump ni siquiera ha respondido a las últimas provocaciones de Corea de Norte y hasta la promesa de “furor y fuego” está empezando a hundirse en el olvido (que es casi lo mismo que cubrirse de ridículo). Imposible saber qué estén pensando, o tramando, los generales de cinco estrellas; por lo pronto, el vicepresidente Mike Pence está jugando sus cartas bastante mejor que su superior directo: lo hemos visto arremangado y decidido, moviendo de un lado al otro de la cámara haces de ramas llevadas allí por la inundación: por lo menos dio la impresión de estar trabajando y, de haber estado completamente calvo y a torso desnudo, podría haberles recordado, a los italoamericanos nostálgicos, a Mussolini en la “batalla del trigo”.

* Semiólogo, analista político, historiador y escritor.

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