Connect with us

CDMX

España: Brillo y oropel de las metáforas

La crisis política española parece sin solución a breve término: nadie sabe a qué atenerse y las consideraciones inmediatas prevalecen sobre el pensamiento estratégico. A río revuelto, los pescadores (y los periodistas) oportunistas tratan de hacer su feria.

Published

on

Por Fulvio Vaglio

Discutir sobre metáforas es un juego peligroso y algo estéril: la metáfora es, desde siempre, una manera de decir las cosas a medias, de sugerir al corazón lo que la razón no puede, o no quiere, explicar con claridad, como quizás diría Pascal si viviera hoy día en la península ibérica.

El “reloj electoral en Cataluña” es una de estas metáforas: según los independentistas está parado y, en términos del Estatut del Parlament, tienen razón. Según Rajoy, puede destrabarse con una sentencia del Constitucional y él también tiene razón: la razón que otorga el poder.

Recapitulemos los términos originales de la metáfora: el Parlament tiene (o tenía, hasta el martes pasado) una mayoría independentista y ésta había elegido a Carles Puigdemont para que repitiese en el cargo y en el despropósito.

La duda era si la re-investidura del (ex) president se daría en los tiempos y formas previstos por el reglamento, es decir, frente al pleno del congreso local, o si esto no sería posible dada la orden de captura pendiente sobre Puigdemont (y que el gobierno español seguramente haría valer en cuanto él pusiera pie en Barcelona que todavía es parte de España); las manecillas, evidentemente, estaban avanzando, y aprisa.

El martes 30 de enero, el presidente interino Roger Torrent de ERC (nombrado después de las elecciones del 21 de diciembre) pospuso sine die la fecha del pleno, dizque para dar tiempo a las partes en causa (partidos y abogados del Parlament, partidos en las Cortes de Madrid, abogados de la Audiencia y del Constitucional) de buscar un acuerdo que casi nadie consideraba posible y que el PP, al menos, no quería.

Y es que, oculto tras ese primer reloj que marcaba el pasar de los días, hay otro que marca semanas: según el Estatut catalán, después de una votación fallida para la investidura del nuevo president, hay dos meses de tiempo para encontrar una solución; en caso de no ser esto posible, se disolvería el parlamento local y se convocaría a nuevas elecciones.

La pregunta legal es: este segundo reloj, ¿ha empezado a correr o no? La mayoría independentista dijo inmediatamente que no: con la postergación del pleno no se ha dado ninguna votación, por lo tanto las manecillas no han empezado a moverse. El presidente y la vicepresidenta del gobierno central le han encargado al Constitucional que diga que sí, que la falta de acuerdos sobre si Puigdemont podría, o no, presentarse para su investidura oficial sin peligro para su libertad, era un sustituto legalmente válido de la votación, y por lo tanto el reloj preelectoral se ha puesto en marcha.

La situación, de por sí, es bastante complicada, pero podría presentar al menos una apariencia de racionalidad, si se pudiera decir a ciencia cierta quiénes quieren nuevas elecciones y quiénes no. Pero no es así: los independentistas radicales (Junts per Catalunya) temen, con razón, que una nueva consulta electoral favorecería otra vez al partido que ya tuvo la mayoría de votos el 21 de diciembre (Ciutadans, de Inés Arrimadas) aunque no alcanzó la mayoría de escaños necesaria para estabilizar en su favor la aritmética del parlamento.

El CUP, al que los resultados del 21 diciembre le otorgaron el rol de árbitro (sus 4 escaños hacen la diferencia entre mayoría absoluta o no), pero que salió fuertemente penalizado como entidad política autónoma (perdió seis de sus 10 escaños anteriores), teme con razón que nuevas elecciones le pondrían en el umbral de la desaparición.

Lo mismo teme el Partido Popular de Cataluña y el miedo, si no es que pánico, a un nuevo desastre electoral contagia el partido al nivel nacional. El PSOE nacional, y su representante local, el PSC, saben que sólo un milagro podría revertir la tendencia a la baja de los últimos tres o cuatro años. En cuanto a Esquerra Republicana, ha sido la primera formación política a deslindarse, hace unos pocos días, del “Puigdemont o Puigdemont” que aún coreaban los representantes de JpC.

Todo parece indicar que las piezas importantes del tablero se han decidido por la inacción y, mientras tanto, por usar el compás de espera para hacer cuentas internas: la palabra clave más  repetida en esta última semana ha sido “sacrificio”: Joan Tardà de ERC ha puesto en la mesa la posibilidad de “sacrificar” a Puigdemont; Oriol Junqueras, también de ERC y desde la cárcel, ha propuesto mantener a Puigdemont como “presidente simbólico”, pero elegir a un presidente efectivo, legalmente capacitado para ejercer el poder: otra manera de sacrificar al ex president; los secuaces de Puigdemont, por boca de su ex ministro de educación y compañera de exilio, Claudia Ponsatí, se han apresurado a desmentirla.

En el Partido Popular, Mariano Rajoy parecía decidido a “sacrificar” a la vicepresidenta, Soraya Sáenz de Santamaría, para salvar lo salvable (sobre todo, para salvarse a sí mismo). En el PSOE parece que no hay más sacrificables que Pedro Sánchez, quien hace dos años se había candidateado para “salvar al partido” y no le ha ido muy bien que se diga: quizás por eso puede permitirse el lujo de despotricar contra la inacción mientras contribuye a ella.

Luego vino el whatsapp de Puigdemont a su compañero de exilio Toni Comín, el 31 de enero. Interceptado y hecho público en el programa de Ana Rosa (algo como una Laura Ingraham de Telecinco, más provinciana e igual de éticamente distraída), el mensaje decía, más o menos integralmente: “Todo se acabó. Se vuelven a vivir los últimos días de la Cataluña republicana (…) Los nuestros nos han sacrificado, al menos a mí”; admitía que el procés independentista se había acabado y que “el plan de la Moncloa triunfa”. Y todo volvió a ponerse en discusión.

Empiezan a circular, cada vez con más fuerza, los rumores sobre tratativas entre ERC y el gobierno central para acallar lo poco o mucho que quedara del poder de convocatoria del ex president. Se comenta que el incauto whatsapp de Puigdemont le ha dado nuevo aire a Mariano Rajoy, que estaba en la lona, anímica y políticamente, después de que se habían hecho públicos los datos del desempleo en enero (los más altos en varios años); y no faltan los malpensados que se preguntan si la de Puigdemont haya sido realmente una tontería, o una bien calculada maniobra entre presidentes para intercambiar garantías personales contra un muy velado, pero objetivo, apoyo político.

Rajoy ha reaccionado como siempre lo hace, con declaraciones que serían contundentes si tuvieran un mínimo de coherencia: hoy ha declarado que “de ninguna manera habrá nuevas elecciones en Cataluña”, lo que niega sus acciones de hace unos días pero revela sus temores profundos. La vicepresidenta Sáenz de Santamaría también vive un alivio revigorizante después del susto de la última semana. Felipe VI, ni decirlo, ha regresado de su anodina comparecencia en Davos y puede consolarse pensando que la división en el campo de los soberanistas le permitirá a la corona pasar otros meses tranquilos, con escándalos de corrupción entre los únicos especímenes humanos conocidos que quedan infantes aun después de pasar la treintena, pero sin desafíos republicanos.

Los periodistas hacen su trabajo como saben hacerlo: aparte el reloj, ya abundan las metáforas a veces inteligentes, siempre despectivas, sobre Puigdemont: los conservadores de e-noticies.es lo llaman el mejillón porque, como el molusco, queda aferrado a su escollo, impertérrito a las oleadas que se abaten sobre él. Después de que se corrió el rumor de que estaba alquilando una casa en Waterloo por la friolera de cuatro mil cuatrocientos euros mensuales, han empezado a hablar de él como de un derrotado, pero no empobrecido, Napoleón.

Los tabloides han vuelto a concentrarse en las actividades editoriales de la primera dama (no, no Melania Trump, sino Marcela Topor, la esposa rumana de Puigdemont); actividades sobre las que, por cierto, siguen pesando denuncias por corrupción y enriquecimiento indebido.

EL PAÍS no ha perdido la ocasión para ponerles titulares infelices (o sucios) a sus artículos (“El desafío de Puigdemont al Estado mantiene preso a Joaquim Forn”). El artículo en cuestión, por cierto, hubiera merecido un título que denunciara la violación de garantías individuales básicas por parte   del juez Pablo Llarena, al mantener en prisión a Forn porque “la voluntad política mayoritaria” en Cataluña “no parece ser la de respetar la ley”.  Ni modo, el poder es el poder, también para PRISA.

Periodistas conservadores como Joan Ferran, no han desaprovechado la oportunidad de lucir dotes de historiador: según él, una vez más como en octubre 1934, el irresponsable independentismo catalán ha puesto a España al borde del desmembramiento. Evaluación discutible, por imprecisa si no es que intencionalmente falsa: en 1934 las llamadas “revoluciones de octubre” (huelgas generales con propósito insurreccionales) habían empezado prácticamente en toda España el 5 de octubre, en respuesta al vuelco hacia la derecha del gobierno central y un día antes de que el gobierno de ERC proclamara el Estado Federado Catalán; en este último caso, no se trató de una declaración de independencia, ya que Cataluña se planteaba como un estado dentro de la República Federal Española por constituir. El intento insurreccional fracasó al cabo de un par de semanas, sin que el rol jugado por Cataluña fuera más importante que el de Asturias, Castilla o el País Vasco.

Además de las referencias históricas más o menos precisas, también ha habido las literarias: EL PAÍS, refiriéndose a las voces que pretendían minimizar o anular el alcance del “error” de Puigdemont, tituló su artículo Los whatsapps de Puigdemont no tuvieron lugar. Referencia doble, al ensayo de Jean Baudrillard de 1991 (La Guerra del Golfo no ha tenido lugar), que a su vez parafraseaba la pieza teatral de Jean Giraudoux de 1935 (La guerra de Troya no tendrá lugar). En ambos casos las guerras sí tuvieron lugar, así como ha sido innegable el intercambio de mensajes entre Puigdemont y Comín; y, dicho sea de paso, la fecha de la obra de Giraudoux la sitúa entre las revoluciones de 1934 y la asonada franquista de 1936, entre valoración de un pasado reciente y profecía del futuro ominoso.

Permítanme terminar con otra referencia literaria, de mi cosecha: ¿Qué diría Tomasi di Lampedusa si viviera para ver qué está pasando en España en este inicio de febrero? ¿Que tuvo que cambiar todo para que no cambiara nada?

 Semiólogo, analista político, historiador y escritor.

Lo nuestro es la #política en la #CDMX; si en verdad te late la grilla chilanga en las redes, visita nuestra página: https://elinfluyente.mx

Continue Reading
Advertisement Article ad code

Los influyentes

Twitter

Facebook

Advertisement Post/page sidebar widget area

Recientes