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INTERSECCIONES / Europa: Ganó Trump. ¿Quién perdió?

Todavía se están dando los reacomodos con vistas al próximo Parlamento Europeo. Sin embargo, algunas verdades provisionales ya están emergiendo.

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Fulvio Vaglio

Desde la madrugada del lunes siguiente a las elecciones, los progresistas europeos enfatizaron la victoria de los Verdes como la gran novedad de 2019. Si vemos los resultados en el conjunto de quién ganó y quién perdió en comparación con 2014, tienen razón sólo en parte. Tienen razón en términos estrictamente aritméticos, porque el ascenso del grupo parlamentario europeo Verdes/ALE, de 50 a 69 escaños, puede razonablemente interpretarse como una señal de que los jóvenes europeos no se han volcado unánimemente hacia la extrema derecha como se temía. Y además tienen razón en términos generalmente mediáticos y sociales, pues el ascenso de los Verdes no puede desconectarse de las manifestaciones masivas sobre el cambio climático. Viernes verdes en Londres, Amsterdam y Berlín, sábados amarillos en Francia, han marcado el ritmo de nuestras miradas hacia Europa en los últimos meses.

Pero los datos electorales inspiran prudencia, no sólo optimismo. El ascenso de los Verdes radicales y combativos se ha dado a expensas del derrumbe definitivo de la izquierda tradicional (el GUE o Izquierda Unida Europea, que también tenía su propia componente ecologista: el GNL, o Izquierda Verde Nórdica): nuestra vieja izquierda, la de Francia Insumisa, de Refundación Comunista en Italia, de Izquierda Unida en España, de los patéticos ectoplasmas comunistas en el este de la Unión Europeas y en Portugal; esta vieja izquierda perdió una cuarta parte de sus escaños. En este “jeu de massacre” intergeneracional, los nietos les han quitado a sus abuelos 14 escaños (que ya no se merecían); ventaja neta de los Nuevos Verdes: cinco escaños, no 19.

Además, han desplazado al norte el eje de la política europea: los “nuevos verdes” hablan holandés, alemán, inglés y sueco. A los latinos nos dejan chiflando en las lomas, es decir, moviéndonos entre Santiago Abascal y Marine Le Pen, o entre Pedro Sánchez y Matteo Salvini. “Snake Eyes”, decían los gánsteres gringos adictos a los dados: la combinación perdedora.

Otras víctimas colaterales en el suroeste de Europa: en Italia, las elecciones han sacado definitiva (y merecidamente) de la jugada a Beppe Grillo y sus cinco estrellas, que asemejan cada vez más a agujeros negros sin fondo, con un inicio del que nadie ya se acuerda y un fin cada vez más ineluctable. En España, Unidas Podemos ha perdido una tercera parte de sus escaños, demostrando que el electorado no se deja engañar por maniobras semántico-mercadológicas.

En esta catástrofe del posibilismo democrático, sobrevive por un rato más el ALDE: un grupo inventado ad hoc para satisfacer a los insatisfechos, mezcla de buenas intenciones y declaraciones contradictorias de principio, también con su propio pasado verde y radical: contra viento y marea han sobrevivido y han ganado 38 escaños. Pero aquí no hay nada misterioso: son los mismos 38 escaños que perdieron los socialdemócratas. Sí, hay una lógica en los dados duros.

Y aquí, aunque sea con repugnancia, tenemos que mirar a la derecha. El PPE (Partido Popular Europeo) ha perdido la friolera de 43 escaños y su “mini-mi” (Europa de las Naciones y las Libertades) perdió siete. ¿Adónde fueron a parar esos cincuenta escaños? La derecha “moderada-pero-no-tanto” de Europa de la Libertad y la Democracia subió seis escaños, pero ésta sólo es la punta del iceberg: a un análisis un poco más detallado, queda claro que el EFDD es un grupo político transicional, concebido para agregar una serie de posiciones políticas que no encontraban un posicionamiento preciso en los grupos mayoritarios: allí estaban desde el UKIP de Nigel Farage hasta el Cinco Estrellas de Di Maio: un grupo parlamentario “por mientras”.

El “por mientras” se ha acabado. La ultraderecha ha crecido y es más vociferante y más activa. Quién se pregunte de dónde vienen los 58 nuevos escaños de la ultraderecha europea, no está haciendo bien su tarea. No son todos escaños nuevos: en 2015 (cuando ya el Parlamento elegido el año anterior había tomado posesión oficial), Marine Le Pen lanzó un nuevo agrupamiento (Europa de las Naciones y de las Libertades), como el nuevo frente de la ultraderecha. Aglomeró 37 parlamentarios que antes estaban en el limbo de los “no inscritos a ningún grupo específico”. La fecha pudo hacerlo pasar casi desapercibido, pero la importancia del grupo fue primaria en sus cuatro años de vida: ha sido la guarida desde la cual Marine Le Pen ha esperado pacientemente el derrumbe de Macron. Ahora, cesada su vigencia inicial, ENL ha cedido terreno a los ultraderechistas de más cachet.

En el ENL de 2015-2019 está, en embrión, toda la estrategia pasada y futura del “nacionalpopulismo”: minar desde adentro la Unión Europea, reduciendo el alcance de los acuerdos previos en materia de unificación fiscal, aduanal y migratoria. Tras esta estrategia, como esta columna ya lo documentó, está la intervención de Steve Bannon a través de sus testaferros en la ultraderecha belga y húngara. Bannon estaba en Europa en los mismos días de las elecciones. Su jefe, torpe como él solo sabe serlo, llegó unos días después a refrendar el mensaje de que la Unión Europea sólo cuenta en la medida en que esté dispuesta a plegarse a las estrategias dictadas desde Washington: testigos mudos, las tumbas blancas e impolutas de los soldados muertos en el D-Day.

Lo nuestro es la #política en la #CDMX; si en verdad te late la grilla chilanga en las redes, visita nuestra página: https://elinfluyente.mx

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