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INTERSECCIONES / Fracking y (ex) presidentes

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Por Fulvio Vaglio

No podía faltar que un achichincle de Trump saliera en defensa del “ fracking”, el procedimiento para la extracción de petróleo y gas natural atrapados en las rocas llamadas lutitas. Procedimiento que la mayor parte de los científicos consideran pe- ligroso, con consecuencias impredecibles sobre el medio ambiente que van desde el empobrecimiento de las reservas hidráulicas, a la contaminación de mantos acuíferos por efecto de las aguas de reflujo, la migración de sustancias cancerígenas y hasta radioactivas desde las rocas fracturadas hacia la superficie (con sucesiva dispersión en el aire) o hacia los mantos acuíferos inferiores, y hasta el aumento de la frecuencia e intensidad de terremotos.

El canal televisivo de Bloomberg, en los últimos días, ha dedicado varios reportajes y entrevistas a esta posibilidad y a las consecuencias sobre la economía mundial: los inconvenientes del fracking pueden parecer el mal menor frente a la amenaza de la depleción energética, y esto explica por qué países como la India o la China hayan recientemente superado sus añejas reservas acerca de esa tecnología. La mayor parte de los países de la Unión Europea, incluyendo su hija ya medio ilegítima, Gran Bretaña, prefieren apostarle a un uso controlado del fracking y a que las empresas que lo realicen sean obligadas a declarar qué aditivos usan; en Estados Unidos esto simplemente no se está dando con el pretexto del secreto industrial, y no es difícil imaginar qué pueda suceder cuando empresas norteamericanas trabajen en otros países con reglamentaciones aún más laxas

No es una historia de hoy: el auge de la fracturación como técnica para extraer “hidrocarburos no convencionales” (precisamente los que están atrapados en las lutitas) se remonta a la crisis energética, producida por los países árabes de la OPEP en retaliación por el apoyo de Estados Unidos y Europa Occidental a Israel en la guerra de 1973; veinte años después, la técnica había tenido algunas aplicaciones exitosas, pero la relación de costo y productividad seguía siendo poco rentable; hasta que, en 1997, un ingeniero de Mitchell Energy propuso sustituir la mezcla de gel utilizada hasta entonces, por agua enriquecida con aditivos químicos (“slickwater”). La producción de petróleo y gas natural en EE. UU. duplicó en menos de diez años y Estados Unidos calcula alcanzar la autosuficiencia energética para 2035; el reciente tono sarcástico y ofensivo de Trump hacia Arabia Saudita (“yo no los necesito a ustedes, ustedes me necesitan a mí”) debe leerse en esta luz.

Pero 2035 está lejos todavía, mientras que noviembre 2018 y noviembre 2020 están a la vuelta de la esquina. Un simple razonamiento de álgebra económica sugiere una cadena lógica de reflexiones: al aumentar la oferta de crudo y gas natural en el mercado de los hidrocarburos, se mantiene bajo su precio; esto disminuye el poder de negociación de los países de la OPEP frente a la situación internacional (por ejemplo, las sanciones contra Irán que deberían reactivarse en noviembre); México, a partir de la reforma energética de Peña Nieto, ya ha abierto las puertas a las transnacionales norteamericanas y al fracking que ellas ya realizan en el norte y el centro-sureste del país, de Coahuila a Tabasco. Venezuela está como sabemos, o peor; en Brasil se está votando, con la posibilidad de que gane la derecha; los franceses de Total han anunciado que se retiran de Irán porque no pueden exponerse a las sanciones norteamericanas. En resumen: Trump gana en toda la línea y puede mandar a su achichincle a leerle la cartilla al presidente electo de México: el fracking es bueno, va a salvar la economía mexicana y devolvernos la prosperidad que estuve a tanto así de darle en mi sexenio, lástima que Cantarell se haya agotado justo entonces; es falso que el fracking le haga daño al ambiente y a los pobladores; es de sabios rectificar, Andrés Manuel, todavía estás a tiempo.

Pues el mismo cálculo de lógica económica, a mí, me dice que el fracking no es tan bueno para México: ¿a quién le sirve aumentar la producción de hidrocarburos y deprimir su precio internacional, cuando las empresas capaces de implementar esa tecnología milagrosa son extranjeras? ¿No es mejor seguir desarrollando fuentes energéticas alternativas, nacionales, renovables y capaces de darle trabajo a científicos y técnicos mexicanos, en lugar de volver a entregarse a los inversionistas extranjeros? ¿Para qué existen la UNAM, la Veracruzana, el Tec de Monterrey, la Tecnológica de Chiapas y el CONACYT?

Entiendo perfectamente que a Vicente Fox estos nombres no le suenen; debe ser difícil intentar comprender el mundo desde una fundación en San Cristóbal, Guanajuato, o desde una fantasmal Energy and Infrastructure Mexico (sin acento, por favor, no vayan a pensar que es una fachada nacional para reuniones con los viejos cuates). Un dato curioso para terminar: uno de los programas del Centro Fox se llama “Presidente por un día”. Ojalá hubiera durado sólo eso.

 

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