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CDMX

¿Fratelli d’Europa?

Las elecciones de ayer en Italia vuelven a hacer zozobrar las perspectivas a mediano plazo de la Unión Europea.

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Por Fulvio Vaglio

El fin de semana había empezado relativamente bien para los europeístas: el gobierno eslovaco parecía capaz de sobrellevar sin mayores sobresaltos el asesinato de su primer reportero en la breve historia de la república (asesinato ordenado, al parecer, por empresario mafiosos italianos); los socialdemócratas austriacos le habían arrebatado a la coalición de extrema derecha nada menos que su feudo tradicional de Carintia; vaya, hasta las pretensiones de Puigdemont de imponerle a la ERC a Jordi Sànchez como su president sustituto parecían haber fracasado, y la perspectiva de diálogo entre separatistas razonables y gobierno central hacían respirar de alivio a varios personajes de Bruselas, que ya habían acuñado la expresión optimista primavera europea.

El domingo parecía confirmar que el barco europeísta iba otra vez con viento de popa: el referéndum socialdemócrata ha aprobado la negociación para un nuevo gobierno de Großekoalition con la CDU/CSU; es cierto que el ala intransigente del SPD (JuSos a la cabeza) es más fuerte hoy que hace cinco años, que el margen de aprobación ha bajado del 75 al 66 por ciento y que hasta los socialdemócratas más empedernidos han declarado que la coalición es un riesgo, que a largo plazo es difícil que prospere, pero que por mientras es el mal menor.

Había, sin embargo, señales inquietantes; las encuestas ahora ponen a la ultraderechista AfD en segundo lugar, rebasando al SPD, y Alice Weidel concede una entrevista conjunta a Le Figaro, La Repubblica y El País, en la que plantea la desaparición del euro (primer paso para la eliminación, o la reducción a una entidad fantasma, de la Unión Europea). Implícitamente, esto le daba razón a los temores de Kevin Kuhnert y de los JuSos, de que el ingreso del SPD a una nueva coalición le dejaría a la extrema derecha el monopolio de la protesta y de la insatisfacción popular; que allí queda, aparentemente controlada, pero subiendo.

La cadena se rompe por el eslabón más débil y hoy este eslabón es Italia. Débil políticamente, desde siempre: los periódicos extranjeros se han regodeado en el record nada envidiable de 64 gobiernos en 70 años; la estabilización temporal del gobierno italiano se había dado, en los últimos años, con la pequeña gran coalición del Partido Democrático de Matteo Renzi y Forza Italia de Berlusconi y, hasta anteayer, parecía que la fórmula podría volver a funcionar; la clase política había preparado un sistema electoral nuevo y más complicado, que establecía entre otras cosas un umbral del 40% para obtener la mayoría en las cámaras, y que supuestamente la blindaba contra el ascenso de la ultraderecha.

Débil socialmente, desde hace al menos veinte años, con una cifra de desempleo oficial general que supera el diez por ciento y que, hablando de desempleo juvenil, está sobre el treinta por ciento (difícil de creer, pero así es). Débil financieramente, con una crisis bancaria que no se ha recuperado y sigue amenazando entre bambalinas con recrudecerse a la primera de cambio. Débil administrativamente, después de que la reforma del estado propuesta por Matteo Renzi en octubre 2016 no pasó el examen del referéndum.

Sigue siendo la tercera economía de la zona euro, pero con fuerte señales de desgaste; sobre todo, la recuperación económica que se ha dado en 2017 y se prevé continuará este año (muy moderada, según las propias fuentes oficiales: alrededor del 1.5 por ciento) no es ningún consuelo para el desempleado endémico, que está expuesto a la disyuntiva de creer entre dos milagros: la estabilización futura, lenta y a largo plazo, que prometía la clase política en el gobierno; y el que le ondea bajo los ojos, hipnótico, al alcance de la mano, la propaganda derechista, populista, antieuropeísta, neofascista y los –istas que se quieran agregar. Con la ventaja, para esta última, que proporciona juntos la poción mágica y el chivo expiatorio.

La culpa es, dice la derecha eurófoba, la Unión Europea que no se ha solidarizado lo suficiente con Italia cuando ha sido golpeada por la crisis migratoria: 300,000 inmigrados en dos años, 600,000 en cinco años: competencia desleal en el mercado del trabajo, mano de obra barata para la hidra de tres cabezas del crimen organizado italiano (mafia siciliana, ‘ndrangheta calabresa y camorra napolitana), más las mafias europeas, turcas y africanas.

El gobierno italiano, contestan los defensores de la opción socialdemócrata, es víctima de una paradoja hábilmente manejada desde la derecha: la xenofobia renace precisamente cuando se había empezado a reducir el flujo de inmigrantes (una reducción nada despreciable, del 35 por ciento en un año); ocasión: un delito probablemente sexual (una joven drogadicta masacrada por unos camellos), pero con el detalle de que ella era güera e italiana, y ellos, nigerianos y negros. Bastante para que un joven ex candidato de la Liga Norte se asuma el rol de vengador, dispare contra un grupo de inmigrantes africanos hiriendo de gravedad a dos de ellos y, al bajar de su coche, haga el saludo romano, satisfecho por el deber cumplido. ¿Recuerdan Taxi Driver?

El candidato de la Liga, Matteo Salvini, no ha tardado en darle la vuelta a la tortilla; “la inmigración fuera de control conduce al desencuentro social”; Fontana, su candidato para la región de Milán, había hablado de defender la cultura y la raza blanca de la invasión ilegal que amenaza con destruirla; Berlusconi se les ha unido y ha puesto en la mesa la deportación de los 600,000 refugiados; racismo e inmigración son los temas propagandísticos sobre los que ayer han decidido los electores italianos.

Las redes han empezado a reconstruir la trayectoria política de Matteo Salvini, que recogió en 2013 los añicos de la Lega Nord y la ha catapultado del 4 por ciento a más del 17 por ciento de los votos de ayer. Su táctica: ampliar la capacidad de su partido de medrar sobre la insatisfacción de la Italia pobre, sobre todo del Sur: por eso cambió su nombre, de Lega Nord a Lega a secas. Su objetivo: rebasar por la derecha a Forza Italia de Berlusconi y plantearse como Primer Ministro en la nueva coalición; todo indica que sí ha superado a Berlusconi, aunque sus pretensiones al cargo de jefe de gobierno están todavía por verse.

Estoy escribiendo esta nota mientras espero que lleguen datos oficiales razonablemente completos; hasta ahora, con el 70 por ciento de las casillas computadas, el partido ganador es el Movimiento 5 Estrellas, una agrupación rara, fundada en 2009 por el cómico Beppe Grillo en función provocativa y antisistema, electoralmente exitosa a partir de 2012, plagada desde 2013-14 por acusaciones de manejos autoritarios y no transparentes, expulsiones y renuncias más o menos voluntarias: difícil encontrarle un homólogo en nuestro abanico político, pero si acaso es comparable con el Verde Ecologista de González Torres, por lo menos por lo del oportunismo.

Su fortaleza principal es la falta de una plataforma ideológica específica, lo que le ha permitido un redituable travestismo político; lo poco que queda claro es que se ha venido posicionando cada vez más como eurófobo y antiinmigrante; en el Parlamento Europeo se sitúa cerca del UKIP británico y de varios agrupamientos nacionales de derecha y ultraderecha; si alguna vez tuvo orígenes vagamente de izquierdas, ahora están olvidados; el líder actual del movimiento es Luigi Di Maio, que el año pasó relevó la vieja dirigencia de Beppe Grillo;  tiene algunas características de los nuevos líderes populistas europeos, Macron y Kurz: joven (31 años), crítico del sistema político tradicional, confiado y paciente para esperar su momento.

Tradicionalmente, el M5S se ha negado a establecer alianzas formales con otros partidos y coaliciones, prefiriendo siempre negociar su apoyo sobre puntos específicos de gobierno; en teoría esto se mantiene todavía hoy y por eso, aun siendo el partido más votado con poco menos del 32%, no alcanza una mayoría suficiente para gobernar solo; sin embargo, parece que después del triunfo de ayer está asumiendo una posición más abierta, y la posibilidad de una alianza del movimiento con la ultraderecha (Liga y Fratelli d’Italia) manda más escalofrío por la espalda de los europeístas.

Una paradoja más: hasta la jornada electoral de ayer, las posibilidades de salvar la opción europeísta estaban centradas en Berlusconi quien, inhabilitado para ejercer cargos políticos hasta 2019 después de la condena por fraude fiscal, había nombrado como posible primer ministro a Antonio Tajani, actualmente Presidente del Parlamento Europeo. La posición de Berlusconi y Tajani era clara: negociar con Bruselas una “refundación” de la Unión Europea que le diera más fuerza al Sur (léase, especialmente, a España e Italia) para sustraerlo al liderazgo franco-alemán. Pero esto era anteayer, cuando todavía la Lega no había rebasado a Forza Italia; ahora todo está en juego otra vez.

Lo único seguro es que esta vez ni el centroderecha (juntos llegan al 37%) ni, mucho menos, el derrotado centroizquierda de Renzi (el Partido Democrático ha bajado del 40 al 18-19 por ciento) tienen la posibilidad de rebasar el fatídico 40 por ciento; inclusive una reedición de la Gran Coalición entre PD y FI, después del descalabro del PD, no llegaría a más del 34 por ciento en el mejor de los casos. Renzi ha declarado que el PD pasará a la oposición (lo había hecho Martin Schulz en Alemania, ante de que el fracaso de las negociaciones para la coalición Jamaica le abriera otra vez la opción de gobierno). Por lo pronto, Di Maio ya ha alardeado Ahora todos tendrán que hablar con nosotros; y ha mantenido el silencio sobre qué pueda eso significar.

No es mucho consuelo que el partido declaradamente neofascista (Casa Pound) se haya quedado fuera del parlamento; lo mismo había sucedido en Alemania con el NPD, sin mermar el ascenso de AfD. Los periodistas europeos han empezado a hacer burlas más o menos amargas sobre el transformismo de siempre del sistema político italiano; mi favorito es un título de El País: La Italia donde nada no es lo que no parece. Pero lo realmente preocupante no es si el Presidente de la República, Sergio Mattarella, logrará forzar un acuerdo de gobernabilidad transitoria, posiblemente con vistas a nuevas elecciones, sino un dato que emerge de las encuestas de opinión a nivel europeo: el porcentaje de habitantes que ven favorablemente la salida de su país de la Unión Europea está aumentando y se sitúa, en promedio, entre el 40 y el 45 por ciento. Muchas señales, y confusas, para los próximos meses.

* Semiólogo, analista político, historiador y escritor.

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