Por Arturo Páramo
A tres semanas de la conclusión de las campañas electorales, se tiene la impresión de que el juego está decantado, y eso podría ser un punto débil que aprovechen los candidatos en persecución de la candidata delantera.
En sus giras por la Ciudad de México, Andrés Manuel López Obrador ha explotado al máximo su popularidad, donde recuerda una y otra vez que el programa insignia de la política social de la administración capitalina, la pensión universal para adultos mayores, nació “de esta cabeza y de este corazón”, dice mientras se señala cabeza y pecho.
A su lado, es evidente que la candidata de Morena, al igual que el resto de los candidatos a gobernadores en las entidades del país observados por quien esto escribe, aspiran a la victoria gracias al cobijo y cercanía del político más importante en la historia reciente de México, y no por sus propuestas de gobierno, que caen en la generalidad.
A diferencia de sus recorridos habituales de campaña, una vez que sube al templete en compañía de López Obrador el semblante de la candidata cambia y se transfigura de lo severo y adusto del día a día.
Sabe que el impulso del tabasqueño la empuja y sostiene en un lugar a donde ella por sí sola no hubiera llegado. Esa especie de escudo le ha protegido en contra del bien documentado caso del Colegio Rébsamen, que no ha dejado de ser un tema recurrente y explotado por sus adversarios y que sí ha logrado desencajarla durante algunos episodios de la contienda.
En contraste, la campaña “oficial” se encuentra en una encrucijada de la que es difícil sacar conclusiones. Si bien en el cuartel de campaña de Barrales se sabe que la remontada sería una hazaña, no se logró a lo largo de estos dos meses tener una campaña consistente.
Si por algo se recordará al gobierno de Miguel Ángel Mancera, será por su obsesión por armar un entramado legal que permitiera la reconstrucción tras el sismo del 19 de septiembre y que terminó por ser una maraña que, irónicamente, dificultó el proceso que podría terminar, si es que sucede, en la derrota del PRD por la jefatura de Gobierno.
Por ello es que su única participación en campaña ha sido un discurso de menos de dos minutos en el Gimnasio Olímpico, en un mitin encabezado por Ricardo Anaya.
La propia Barrales ha dicho “La candidata soy yo”, para desmarcarse de cualquier herencia de Mancera. Así, al filo del abismo político, la perredista dice en entrevistas y se repite a sí misma que “en política no hay enemigo invencible”, para convencerse de que hay alguna esperanza de sobrevivir a la debacle.
La campaña está en su momento culminante, aún con un debate entre candidatos por desarrollarse y con un detalle que demuestra que aún hay cartas por jugar: Entre los candidatos, ninguno tendrá la plaza para su cierre de campaña. El FIFA Fan Fest (FFF) tiene reservado el Zócalo, la plaza emblemática, la más importante del país, para transmitir los juegos del Mundial de Futbol.
Y en esto no hay reclamo posible al gobierno de la Ciudad, que tiene la plaza reservada con meses de anticipación para los patrocinadores durante el mes que dura el torneo. Hay que recordar que el primer FFF lo desarrolló Marcelo Ebrard.
Otro detalle que no hay que desechar es que la protestas en contra del candidato de Morena en Gustavo A. Madero, Francisco Chíguil (difundidas por el equipo de la candidata del Frente, Nora Arias), y la negativa de las autoridades delegacionales a dar permiso de desarrollar un mitin encabezado por López Obrador en la explanada delegacional, orillaron a que el acto proselitista se efectuara en el Parque del Mestizaje.
Un frente más abierto es el de la posible declinación de alguno de los candidatos, que han pasado de ser ocurrencias dichas al calor de la contienda a negociaciones privadas, y es probable que en los próximos días haya anuncios que marquen el rumbo definitivo de la elección capitalina.
Los equipos de campañas de ambas candidaturas libran una batalla delegación por delegación, colonia por colonia, calle por calle, casa por casa, con un resultado que a la fecha es incierto.
