Arturo Páramo
La semana más dramática del actual gobierno concluyó el viernes pasado con el anuncio de un acuerdo entre México y Estados Unidos evitando la entrada en vigor de aranceles progresivos a productos mexicanos.
La realidad se acomoda para que el golpe sea menos duro de lo que en realidad es. En su narrativa, Andrés Manuel López Obrador y Y Marcelo Ebrard afirman que el registro de migrantes que arriban desde Centroamérica será estricto y que así estaba planteado cuando en realidad el paso de los centroamericanos hacia nuestro país ha estado sumido en el caos desde el inicio de la administración, y los centros de atención a migrantes han sido rebasados por las solicitudes de asilo.
En los hechos, la deportación a México de migrantes solicitantes de asilo en Estados Unidos coloca a México como tercer país, algo que el actual gobierno rechaza aunque la realidad, una vez más, lo rebase.
Se acordó con Estados Unidos que la Guardia Nacional reforzaría la frontera sur para procurar que los migrantes que ingresen a México lo hagan en orden, pese a que la entrada en operación de esa nueva corporación tenían como prioridad otras zonas del país.
El presidente expuso en su mitin del sábado que no levantaría el puño contra Donald Trump, algo difícil de hacer cuando la balanza comercial es tan dispar en favor de los estadounidenses, y el presidente norteamericano demostró que puede cimbrar a México sólo con el amago de establecer aranceles.
Si bien la narrativa presidencial habla de una victoria por el desistimiento del gobierno de Estados Unidos, en verdad se trató de concesiones hechas por un gobierno arrinconado.
Porfirio Muñoz Ledo en el mitin de Tijuana fue quién mejor resumió la posición a la que fue orillado el gobierno mexicano: “Es inmoral el doble rasero de fronteras. En la frontera norte pedimos que nos abran la puerta y en la frontera sur se nos pide cerrar la puerta para hacer un oscuro favor a los Estados Unidos”.
Llama también la atención, la participación de líderes religiosos en el mitin de Tijuana y el silencio de los más acérrimos defensores de lo que llaman un gobierno de izquierda.
El intento de generar una nueva forma de gobierno aún tiene el beneficio de la duda, pero semanas como la anterior revelan la fragilidad del gobierno lopezobradorista
Paradójicamente, la narrativa gubernamental del episodio de los aranceles y los migrantes logró posicionar a Ebrard y lo puso a la delantera en la inevitable carrera de la sucesión.
La semana pasada fue un parteaguas para el gobierno de López Obrador, y el futuro es incierto. Conforme pasan los meses el gobierno mexicano ve cómo sus alternativas de remontar la desaceleración económica son cada vez más remotas.
La reactivación económica a través de la dispersión es de recursos a personas de escasos recursos se enfrenta a la falta de disponibilidad de infraestructura bancaria y a que el Censo del Bienestar sigue sin concluir.
Los bonos de deuda del gobierno de México fueron degradados por calificadoras internacionales hasta dejarlos en nivel “basura”.
El INEGI reportó que la economía decreció -0.2 por ciento en el primer trimestre, pese a que en los primeros seis meses el gobierno ya lanzó todas sus propuestas para reactivar la economía
Aquí se ha expuesto qué hay señales de que el gobierno intenta una nueva forma de administrar, sin embargo, la falta de capacidad y de logística impide desde el reparto exitoso y fluido de fertilizantes; o la falta de pericia legal o impide que los proyectos insignia como el Aeropuerto de Santa Lucía puedan arrancar; y que ambientalmente la refinería de Dos Bocas esté en entredicho y que el Tren Maya siga enfrentando la resistencia de ambientalistas, y de comunidades del sureste.
Reducir la falta de medicinas y equipamiento a campaña contra el gobierno; los recortes de becas a deportistas de alto rendimiento como “berrinche”; o achacar el crecimiento de la inseguridad en la Ciudad de México y en el resto del país al gobierno que se fue hace un semestre no es admisible para un gobierno federal.
En un semestre el presidente perdió también diez puntos de popularidad, algo entendible para un gobierno que abre tantos frentes de batalla sin tener la capacidad de remontarlos.
