Por Rodrigo Millán / Fotos: Mario Salazar
Ya lo dijo cierto pachucote: “Un gran circo es esta ciudad”. La pista es de concreto y la carpa es un cielo denso que se abre para escuchar, ya sea los acordes de una guitarra o las risas de chicos y grandes.
El escenario es abierto, dispuesto para todo aquel que quiera asombrar al respetable, ya sea cantando, ya sea burlándose de él, de la miseria ajena que es la propia.
Es el rito sanador del arte al alcance de todos por tan solo una moneda “que no afecte su economía”, porque aun cuando el aplauso es el alimento del artista, el pan siempre hace falta en la mesa.