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Gran coalición: Sí pero con problemas

El Congreso rextraordinar5io del partido socialdemócrata alemán ha aprobado las negociaciones con la CDU/CSU para reeditar la coalición de gobierno. Había, y seguirá habiendo, muchas dudas y preguntas en un panorama particularmente incierto.

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Por Fulvio Vaglio

Ayer, 21 de enero, el Congreso extraordinario del Partido Socialdemócrata Alemán (SPD) ha ratificado las negociaciones del SPD con la CDU de Angela Merkel y su aliado de toda la vida, la CSU bávara de Horst Seehofer, para reeditar la Großekoalition. Vale la pena precisar que, lo que se aprobó, fue la negociación, no la coalición, pues ésta, cuando cuaje, todavía deberá ser ratificada en un referéndum, o plebiscito, de los militantes del SPD.

La votación de hoy fue suficientemente clara: 362 en favor, 279 en contra y una abstención. Sin embargo, no es un cheque en blanco para Martin Schulz, que enfrentará las próximas rondas de negociaciones con un partido dividido. Parece oportuno recordar tres consideraciones, en mi opinión, fundamentales, que estaban presentes hoy en la mente de los congresistas y seguirán estando presentes en las próximas semanas o meses en la de los militantes.

En primer lugar, se trataba de decidir qué línea de conducta tenía mejores posibilidades de frenar, si no de revertir, la caída desastrosa del SPD en el terreno electoral, que se había preanunciado en las elecciones regionales de marzo 2016 y confirmado en las federales de septiembre 2017.

El 25 de septiembre 2017 los socialdemócratas alemanes (todos, cúpula y base) habían entendido muy bien que su partido había pagado un precio muy alto por participar en una coalición de gobierno que había bloqueado e incumplido los puntos tradicionales de la plataforma socialdemócrata: aumento de impuestos para los más ricos para costear una política social más amplia y más equitativa (seguros médicos, pensiones y seguros de desempleo); mantenimiento de una actitud liberal hacia la inmigración (donde el punto álgido era el derecho de reunión de los refugiados con sus familias (Familiennachzug); mantenimiento de las regulaciones de la industria en materia de ecología y de mercado del trabajo.

La consigna que el propio Presidente del SPD, Martin Schulz, había adoptado el día mismo de la derrota electoral, había sido un tajante “nunca jamás”, confirmado por el anuncio de que su partido pasaría decididamente a la oposición. Ya comentamos en esta columna que el Presidente de la República, el también socialdemócrata Frank-Walter Steinmeier, pronto sostuvo la posición opuesta, operando para que se abriera la posibilidad de una reedición de la Großekoalition.

Esta posibilidad se volvió real en noviembre, después de que fracasaron las negociaciones triangulares entre el partido de Merkel, los liberales y los verdes. La preocupación de Steinmeier era que, si los socialdemócratas dejaban en minoría a Ángela Merkel, muy probablemente se tendría que llamar a nuevas elecciones generales, en las que el SPD podría cosechar resultados inclusive más negativos que en 2016 y 2017.

Finalmente, Martin Schulz y los “optimistas” del SPD consideraron que valía la pena correrse el riesgo de una nueva coalición: confiaron que el CDU-CSU, con encima la presión del tiempo, estaría obligado a conceder más de lo que había hecho en el pasado. No fue así: en las negociaciones, anunciadas en diciembre e intensificadas las dos primeras semanas de enero, los socialdemócratas no consiguieron nada de lo que habían pedido en términos de impuestos, poco en términos de política social y casi nada en términos de inmigración. De aquí que la fracción “pesimista” se reforzara y lograra ganar el precongreso local de Sajonia-Anhalt, aunque con un margen muy estrecho (52 votos contra 51).

La segunda consideración tiene que ver con el ascenso de la ultraderecha en las últimas elecciones: como se sabe, la AfD (Alternative für Deutschland) ingresó en septiembre pasado al Parlamento con un estrepitoso 14 por ciento de los votos; varias voces empezaron a recordar el ascenso electoral de los nazis que, después de alcanzar el punto más bajo en las elecciones de 1929, crecieron de manera incontrolable en los dos años siguientes hasta obtener la mayoría que les permitió instaurarse en el poder en enero de 1933, gracias, entre otras cosas, a los titubeos de los partidos conservadores y la indecisión de los socialdemócratas de entonces.

La reedición de la Großekoalition le pareció, a la cúpula del SPD, la única opción disponible para frenar el ascenso de la ultraderecha. Sin embargo, otra fracción del partido (llamémoslos los “pesimistas”, aunque ellos no se definen así) dio, y da, una lectura distinta del rompecabezas político: si el SPD entra a formar parte del gobierno, le deja a la ultraderecha el monopolio de la oposición; los temas candentes que desde hace tres años forman parte del arsenal propagandístico de la ultraderecha (inmigración, desempleo, nacionalismo y varios matices de antieuropeísmo), no desaparecerán por arte de magia y el descontento de los jóvenes seguirá aumentando, al menos por un rato.

La de los “pesimistas” no es una fantasía paranoide: tanto Alexander Gauland como Alice Weidel, líderes actuales de la bancada ultraderechista en el Parlamento, ya han declarado que AfD tiene todas las posibilidades de convertirse en Oppositionführer, “líder de la oposición”; ya han empezado a moverse en esa dirección: el pasado 18 de enero han monopolizado el debate en el Bundestag convirtiéndolo en un foro para publicitar propaganda antiislámica y rechazar, en el mismo tiempo, la acusación de antisemitismo (o suavizarla compartiéndola con varios otros países, en nombre del viejo dicho que “mal de muchos tontos, consuelo de unos pocos listos”).

Poco importa que esa sesión del Parlamento fuera semidesierta, como se aprecia en los videos: lo importante es que esas intervenciones fueron pronunciadas, grabadas y subidas a you tube, para que el público pueda empezar a familiarizarse con los rostros, los ademanes, el tono de voz, el ideario y la retórica de los neonazis viejos y nuevos.

Entre los viejos y ya conocidos destacaba Beatrix von Storch, por estilo y abolengo: nieta, por parte de madre, del conde Lutz Schwerin von Krosigk, ministro de finanzas de Hitler; del lado paterno es descendiente directa de los duques de Oldenburgo, emparentados a su vez con familias reales de media Europa: Dinamarca, Noruega, Gran Bretaña entre las aún reinantes, Grecia y los Romanov de Rusia entre los depuestos; ostenta el título de duquesa y tiene derecho a ser llamada “Su Alteza”, aunque no sé si lo ejerza; dijo que “el problema [del islamismo y de la inmigración] no se resuelve con cursos de integración”; lo que es cierto, de alguna manera perversa: si se eliminan los musulmanes, no hay necesidad de cursos de integración.

Entre los nuevos (o desconocidos ante de su ingreso al Parlamento), Nicole Höchst dijo que “el islamismo no tiene cabida en Alemania”; Gottfried Curio insistió que “en las escuelas alemanas se debe enseñar el alemán, no lenguas árabes o africanas”.  Shithole languages, diría Trump.

Para presentarse como la única y verdadera oposición, AfD debe minimizar a los otros posibles contrincantes para ese rol: sobre todo los verdes, a quienes han dedicado apreciaciones virulentas: Rainer Kraft dijo que “los verdes ni siquiera saben usar una calculadora de bolsillo”; “los refugiados menores de edad cuestan en promedio 5,250 euros al mes”, calculó Roman Reusch,  seguramente para demostrar que él sí sabe usarla; Axel Gehrke, menos sutil, resumió su posición de manera más tajante, casi à la Trump: “Ya no aguanto escuchar esta mierda ecologista”. Y no podía faltar la apelación emotiva a la amenaza sexual que representan tantos “refugiados menores de edad”: “¿Cómo piensan proteger a nuestras jovencitas?”, preguntaba entre angustiada e indignada Nicole Höchst. Ni que los árabes fueran negros o mexicanos, como los enemigos de la patria según Trump.

Como se ve, populismo del bueno, dirigido a convertirse en punto de atracción del descontento, sin importar de dónde venga ni a qué propósito. Dejarles a los neonazis ese papel, en una situación europea y mundial en que la marea populista sigue subiendo, podría efectivamente ser un suicidio político parecido al de 1932-1933; y ya la palabra Selbstmord está siendo usada por analistas y kabarettisten alemanes como Volker Pispers.

La tercera consideración es el recambio generacional en el liderazgo del SPD. Si bien es cierto que Martin Schulz y Frank-Walter Steinmeier, ambos de 62 años, no son viejos fisiológicamente hablando, sí han formado parte del universo socialdemócrata ininterrumpidamente por al menos tres décadas: ya detallé la trayectoria política de Steinmeier en un artículo del pasado 13 de noviembre en esta misma columna; en cuanto a Martin Schulz, empezó desempeñándose como alcalde de Wurselen (1987-98), diputado europeo (1994-2012) y Presidente del Consejo de Europa (2012-2017). Trayectoria brillante, que sin embargo lo hace percibir como parte integral del establishment socialdemócrata: respetando las proporciones del caso, ya se vio (con Hillary Clinton, el 8 de noviembre de 2016), que esa percepción puede ser duramente castigada por un electorado desesperanzado y molesto.

Dentro del SPD de hoy, ha surgido una importante fracción contestataria, la de los JuSo (Jóvenes socialdemócratas): su líder es Kevin Kühnert, de 28 años, cara de niño bueno, radical lo suficiente para recordarles, a los militantes de mi edad, que el partido socialdemócrata sigue siendo un partido obrero, heredero de la II Internacional y defensor de las causas sociales. Crítico de la Großekoalition (su lema, NoGroKo, puede parecer japonés, pero quiere decir “No a la Große Koalition”), se presentó al Congreso de hoy con el lema “La vamos a parar”. No lo ha logrado, pero sí se ha posicionado como un líder para el tempestuoso mañana del SPD.

Ha demostrado tener un séquito bien disciplinado y organizado, aunque a veces un poco verde, como lo demuestran las intervenciones de su grupo en el Congreso. Inclusive su discurso de ayer, después de la derrota, ha sido prudente sin dejar de ser claro, y sobre todo ha evitado la verborrea (habló poco menos de diez minutos, contra los 57 de Schulz) que los jóvenes odian. Si logra establecer y mantener la conexión con los viejos militantes insatisfechos, puede tener un futuro brillante.

Claro que esto depende, también, de una incógnita más: la clase obrera alemana, ¿estará lista para dar batalla y revertir los presagios bastante negativos de la Gran Coalición? Habrá que estar atentos a lo que pase en los próximos meses: que, entre las feministas francesas divididas pero obligadas a estar unidas, y los socialdemócratas alemanes en una situación parecida, se antojan interesantes.

* Semiólogo, analista político, historiador y escritor.

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