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CDMX

Hawai 8:05: La bomba y la gorra

Ahora sí, en Hawái la política ha imitado el cine.

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Por Fulvio Vaglio

Como ya todo el mundo sabe, a las 8:05 del sábado 13 de enero los habitantes de Hawái fueron despertados (muchos) y aterrorizado (todos) por una alerta recibidas en sus celulares, según la cual un misil nuclear norcoreano estaba a punto de impactar el archipiélago; tiempo para buscar refugio: 12 minutos. Y, como ya todo el mundo sabe, se trató de una falsa alarma desencadenada, según lo declararon los altos mandos militares y civiles, por un error humano, un empleado que, saliendo de su turno, oprimió el botón equivocado.

Error humano, militares con el dedo nerviosamente cerca del botón nuclear, y autoridades civiles impotentes, ya habían proporcionado temas para muchas películas entre los años cincuenta y sesenta. El sitio cinemaadhoc tiene un listado con el título un poco amarillista “las mejores 20 películas del apocalipsis nuclear”. Voy a concentrarme en cinco películas norteamericanas y británicas, dejando a un lado las de otros países que aparecen en la lista (algunas japonesas, una soviética, una española, una francesa y un documental realizado más tarde, en 1982).

Una mezcla de error tecnológico y pifias humanas es el tema de Fail safe (Límite de seguridad) de Sidney Lumet (1964, con su remake de 2000 con el mismo título por Stephen Frears): una computadora lanza por error un escuadrón de seis bombarderos nucleares hacia Moscú; el Presidente norteamericano le avisa a su homólogo soviético para que, entre las dos fuerzas aéreas, intercepten y abatan los bombarderos; sin embargo, la desconfianza recíproca y los rígidos protocolos de seguridad hacen que el último avión supérstite alcance su objetivo y destruya Moscú; finalmente los soviéticos piden, y obtienen, que Estados Unidos bombardee Nueva York, como un intercambio siniestro para evitar la guerra total.

También el error humano es el punto de partida de The day the earth caught fire (El día que la tierra se incendió), del británico Val Guest (1961): pero aquí el error no consiste en disparar un misil, sino en no haber previsto que dos experimentos atómicos simultáneos, uno soviético y otro norteamericano, modificarían el eje de rotación de la tierra y, con ello, producirían un cambio climático radical; las autoridades, tomadas por sorpresa, no saben qué hacer excepto bloquear la información y racionar los alimentos. Pero la situación es peor: la Tierra ha sido desplazada de su órbita y va precipitándose hacia el sol; científico de los dos bandos no encuentran cómo restablecer nuestro planeta en su órbita original, más que produciendo otra y más fuerte explosión atómica in Siberia.

Generales fanáticos y oficiales nerviosos: en 1964 Stanley Kubrick nos dio Dr. Strangelove (Doctor Insólito) y, al año siguiente, James B. Harris realizó The Bedford incident (Al borde del abismo): la primera es demasiado conocida para necesitar un resumen, excepto para señalar que la anécdota central es prácticamente la misma que en Fail Safe; la segunda narra la persecución de un submarino soviético armado con misiles nucleares, por parte de un destructor norteamericano en situación de alerta bélica constante, bajo el mando de un capitán sordo a cualquier llamado a la sensatez, cuyo comodoro es, además, un ex nazi capitán de submarinos; termina con el destructor hundiendo, por error humano,  el submarino que, antes de explotar, lanza su carga para dar inicio a la tercera – y última – guerra mundial.

Desolación, desesperación e impotencia de las autoridades habían constituido, algunos años antes (1959), los motivos de On the beach (La hora final) de Stanley Kramer. La guerra nuclear ha terminado; el hemisferio norte está devastado y reducido a escombros; la vida, por el momento, se mantiene en Australia, pero está condenada por la lluvia radioactiva que no tardará a alcanzar el hemisferio sur. Un submarino supérstite emprende un viaje inútil entre panoramas desesperanzadores, mientras las autoridades australianas están distribuyendo cápsulas de veneno a los habitantes, para que puedan sustraerse a la larga y dolorosa agonía que les espera.

Hay drama, y hasta melodrama, agazapado en los pliegues de estas películas, que inauguran fórmulas que reencontramos en historias apocalípticas más recientes: en Fail safe, el Presidente hace bombardear Nueva York a sabiendas de que la Primera Dama está de visita en esa ciudad; el general encargado de la operación también tiene a su esposa e hijos viviendo en esa ciudad y, una vez soltada la bomba, se suicida.

En The day the earth caught fire, el protagonista que descubre la gravedad de la situación es un periodista alcohólico, con un matrimonio fracasado a costas, que encuentra en una mecanógrafa de la Defensa Aérea no sólo una aliada sino una nueva pareja sentimental que lo redima: si es que el planeta se salva. Dos años antes, en On the beach, Gregory Peck y Ava Gardner se habían encontrado demasiado tarde y sin esperanza.

El drama de The Bedford incident no es sentimental sino ético-ocupacional: un periodista y un médico militar intentan, sin éxito, hacer entrar en razón al comandante del USS Bedford y a su segundo de a bordo alemán. El periodista es Sidney Poitier, quien le da el toque antirracista a la historia, dos años antes de escandalizar a la familia de su novia en Adivina quién viene a cenar.

No hay casi final feliz. A lo sumo, en The day the earth caught fire hay un final ambiguo, pues no se sabe si el intento de salvar el planeta ha tenido éxito o no: el periodista redimido por el amor ha preparado dos titulares opuestos: “¡Tierra salvada!” y “¡Tierra condenada!”, sin que se sepa cuál saldrá en las primeras páginas de la mañana siguiente.

Es muy posible que algún productor ya esté pensando en una película sobre el susto nuclear del sábado pasado; mi sugerencia sería llamarla Hawái 8:05. Y es que, si lo pensamos bien, allí estuvieron todos los motivos de las películas de antaño sobre guerra nuclear: el error humano debido al estrés de una tensión creciente; la polémica entre autoridades civiles y militares; el factor sociológico; la desesperación frente a la catástrofe inevitable; y – claro – el melodrama.

El primero de diciembre del año pasado, se había reinstalado en Hawái el sistema de alarma (algo como nuestra alerta sísmica, sólo que nuclear). Razón: la escalada de declaraciones belicosas y machistas entre Trump y Kim Jong-un sobre quién tiene el botón más grande y más eficiente. La alarma sonaría una vez al mes, para anunciar un ejercicio. El sábado la alarma nuclear no sonó, pero sí se mandó por celular a los residentes: una manera eficaz de crear pánico, puesto que la alarma sonora podría haberse confundido con un simulacro. No me es difícil imaginar a alguien, en el Pentágono o en la Casa Blanca, diciendo: Keep ‘em on their toes, “mantenlos en ascuas”: ya lo había dicho el general Jack D. Ripper en Dr. Strangelove.

Sociológicamente, el factor género bien puede sustituir el racial, una joven y atractiva congresista a Sidney Poitier: Tulsi Gabbard, representante demócrata al Congreso por Hawái, declaró a CNN que “primero vino el horror, luego el enfado”. Detrás de su indignación estaba, posiblemente, el enojo por haber sido “chamaqueada”, pues al parecer su cuenta de twitter contribuyó a la alerta inicial, antes de la desmentida.

¿Quién podría tener interés en exponerla al ridículo? Gabbard ha tenido posiciones poco ortodoxas, difíciles de encasillar: ha apoyado a Trump en contra de la Trans-Pacific Partnership, pero antes había apoyado la candidatura de Bernie Sanders en contra de Hillary Clinton; se ha declarado en favor del aborto y del matrimonio entre personas del mismo sexo, y en contra de la intervención militar en Iraq, Irán y Siria. Conoce bien la trastienda militar norteamericana, pues ha servido en Iraq (2004-2005) y Kuwait (2007-2008). Hay quienes la consideran una posible candidata anti-Trump (cualquiera de los dos: Donald o Jarvanka) para 2020, si Oprah Winfrey no le come el mandato.

La intervención de las autoridades militares y civiles también estuvo asegurada este 13 de enero con un marcado, y quizás involuntario, tinte cómico: para asegurarse que ningún empleado distraído, o cansado, o estresado, volviera a pulsar el botón equivocado, se apuraron a cambiar el protocolo para que ahora deban ser dos los que oprimen el botón si se presenta el caso. Mientras tanto, Donald Trump estaba jugando golf en West Palm Beach y sus asesores se apuraban a reasegurarle que “se trataba de un ejercicio estatal”: nada preocupante, seguramente nada que pudiera recordar a George W. Bush departiendo con los alumnos de una primaria mientras los aviones se estrellaban en las Torres Gemelas.

El melodrama, ya los sabemos, es el lado oculto de los noticieros norteamericanos: en las primeras horas después del suceso, los reporteros de CNN difundían la trágica disyuntiva del padre que tenía a dos hijos en dos puntos distintos y distantes de la isla, y tenía que decidir con cuál de los dos reunirse para el último abrazo.

Finalmente, sí hubo final feliz en Hawái; pensándolo bien, en una de las películas también: por lo menos para los cien mil norteamericanos seleccionados para sobrevivir en cuevas profundas (en el final de Dr. Strangelove) sin otra tarea que reproducirse aceleradamente con diez atractivas mujeres por cada varón; y también para el Mayor “King” Kong que se lanza del avión a caballo de la bomba nuclear, ondeando entusiasta su gorra, perdón, su sombrero Stetson.

* Semiólogo, analista político, historiador y escritor.

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