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INTERSECCIONES / CAMBIOS O NO.

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Fulvio Vaglio

Un artículo en la revista Time acaba de llamar la atención sobre un libro ya no nuevo (fue publicado en 2006), titulado La década de la traición, sobre la deportación de migrantes desde Estados Unidos a México en la época de la Gran Depresión. El libro tiene información todavía (o de nuevo) vigente. 

Primero: el número de deportados de los Años Treinta alcanzó el millón; entre ellos había varios ciudadanos norteamericanos de origen mexicano, con papeles perfectamente en reglas. Su deportación era contraria a ley federal, pero las autoridades locales se comportaban según la vieja máxima “deporta primero, averigua después”.    

Segundo: la idea fue vendida por los medios de entonces (prensa y radio) como una medida bien intencionada para permitir a los migrantes mexicanos reencontrarse con sus raíces perdidas: la religión, la lengua, la cocina (no hablaron del mariachi y del grito de guerra, pero estaba implícito); además esa masa de pobres, ya entrenada a la disciplina del trabajo en Estados Unidos, podría contribuir al desarrollo industrial de México. 

Sorpresa: la nueva fuerza de trabajo, llevada de regreso a México, prefirió, cuando pudo, huir de las ciudades y regresar al campo: de la fábrica a la milpa, de Henry Ford a Jefferson. Era un cuento ya viejo: los historiadores más serios de la industrialización norteamericana han documentado que esto había sucedido constantemente mientras hubo un sueño agrario que perseguir (digamos, desde 1790 a 1890). Irlandeses y eslavos desperdigándose por Appalachia, polacos y escandinavos hacia los Grandes Lagos, orientales por la costa pacíficatodos trabajando para ahorrar el mínimo indispensable para huir de las fábricas, los ferrocarriles, los astilleros y la ética del trabajo. Y ahora, en 1931, sucedía en México 

En la retórica de Matteo Salvini, los migrantes recogidos hoy en alta mar son como los mexicanos deportados en los años treinta: no saben lo que quieren, están confundidos, piden ser desembarcados en cualquier puerto y luego huyen de los refugios sólo para caer en las manos de los traficantes de personas; lo que acaba de convertirlos en criminales, si ya no lo eran. La lógica del ministro italiano es la misma que la de Trump: ambas son la mala conciencia, transparente y cínica, del mismo sistema. A pocos se les ocurre preguntarse si alguien les explicó a los migrantes qué quiere decir trabajar, o no trabajar, en una sociedad capitalista; mucho menos, si eso es lo que querrían.  

La mala conciencia suele generar su contraparte: el entusiasmo bienintencionado y reparador; el genocidio colonialista de los siglos XVIII-XIX generó la antropología cultural del siglo XXla industrialización acelerada después de 1980 genera la protesta ecologista de hoy; las políticas de fronteras cerradas generan balsas atestadas y atoradas en alta mar, éstas producen rescates de migrantes y estos rescates, a su vez, propician más migraciones ilusionadas y más griterío en favor de los cierres fronterizos.   

No es que tengan razón Salvini y Viktor Orbán hoy en Europa, o Donald Trump en la frontera de Estados Unidos con su reserva de mano de obra barata al sur del Río Grande. Claro que son unos cínicos capaces de vender el alma al diablo para mantenerse en el poder. Pero tampoco tienen razón Merkel, Macron y Pedro Sánchez, pues están sentados al otro extremo del mismo subibaja; y, en cuanto a si sean igual de cínicos que los primeros, o más, es cuestión de opinión. 

No hay nada virtuoso en este círculo, porque realmente a nadie les interesa interrumpirlo. Tampoco ésta es historia nueva: el año 1961 vio nacer la Alianza para el Progreso, la receta mágica kennediana para transformar a Latinoamérica en un conjunto de estados democráticos, seguramente encaminados al desarrollo social y a la erradicación de la pobreza, por lo tanto a salvo de la tentación comunista. El experimento duró poco más de una década y, cuando se hicieron las cuentas finales, resultó que los que más se habían beneficiado de él habían sido los constructores norteamericanos de infraestructura, y las élites locales. Los pobres quedaron tal y como debían ser: pobres, intentando labrarse su vía hacia el norte, donde los esperaba una competencia más internacional y más numerosa. 

Destino y función de la Alianza Para el Progreso se están repitiendo casi puntualmente hoy: las negociaciones de la administración Trump con México y Guatemala están dejando en claro que la prioridad norteamericana no es el desarrollo de América Central (ni siquiera del Triángulo de la Muerte), sino la regulación y aseguramiento del flujo migratorio. Lo mismo sucede en el Mediterráneo: la guerra de declaraciones ideológicas entre Italia y España de los dos últimos años, ya se ha reducido a una subasta macabra, a ver quién les cobra una multa menor a los barcos rescatistas.  

Varios compañeros de Razón y Palabra han visto en el artículo de Time la seña de que nada ha cambiado en la actitud de Estados Unidos hacia los migrantes mexicanos. En parte tienen razón: pero, visto en términos globales, sí hay una diferencia: hoy nadie puede tener la conciencia limpia porque ya no hay espacios de neutralidad. Sí, estamos invadidos, pero no desde afuera porque en el mundo de hoy no hay fuera y dentro. Cada quien decide si lo acepta y trata de adaptarse al cambio, o si queda igual e intenta defenderse como puede: los supremacistas gringos parecen haber decidido que las “armas de asalto” no están de vacaciones.   

Lo nuestro es la #política en la #CDMX; si en verdad te late la grilla chilanga en las redes, visita nuestra página: https://elinfluyente.mx

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