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INTERSECCIONES / Catedrales, memoria y ensueño

La catástrofe de Notre Dame reabre la discusión sobre aceptar, o no, la noción de
transitoriedad humana.

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Fulvio Vaglio

“Todo para Notre Dame, nada para Los Miserables”, era el lema impreso en un chaleco amarillo el sábado 20 de abril. A Victor Hugo no le hubiera molestado la irreverencia. Los datos proporcionados por las distintas prefecturas hablan de menos de treinta mil manifestantes en toda Francia, los Gilets Jaunes de poco más de cien mil; en dos cosas todos están de acuerdo: en París ha vuelto a aumentar el número de participantes (alrededor de nueve mil, aunque muy por debajo de las cifras de 2018) y las manifestaciones son más violentas (varias horas de enfrentamientos con la policía, vehículos incendiados, doscientos detenidos), con una participación más notoria de “black blocs” (encapuchados sin chaleco, en los que no es posible distinguir los militantes radicalizados de los provocadores pagados).  

Indignación callejera por el manejo descarado, en clave nacionalista y patriotera, que ha hecho Macron del incendio de la catedral (es un símbolo nacional, la vamos a reconstruir como antes, mejor que antes, en cinco años será como si nada hubiera pasado); indignación también por la inmediatez con la que el gran capital financiero internacional ha recolectado mil millones de euros (deducibles de impuestos, ça va sans dire) en cuatro días para la noble tarea: ¿y nosotros cuándo, apá?  

El plazo prometido por Macron en contra de las estimaciones de los expertos (que hablan prudentemente de entre diez y quince años) no es casual: en 2022 el entusiasmo reconstructor estaría en su apogeo, justo mientras se realizarán las próximas elecciones presidenciales y legislativas; “La République En Marche”, el partido-movimiento de Macron, necesita ese tiempo breve y concentrado, no la década y media propuesta por los expertos: máxime porque no se sabe qué tan mal le irá en las elecciones europeas de este 29 de mayo frente a su retadora de la ultraderecha, Marine Le Pen.  

¿Reconstruir Notre Dame, pero cómo? ¿Cómo era entre su dedicación en 1345 y 1786, cuando la aguja original fue desmontada porque su estructura en madera no aguantaba las inclemencias del tiempo (no fue “destruida durante la revolución”, como está pululando en los fake news de la red)? ¿O como la imaginó en su ensueño neo-gótico Viollet-le-Duc entre 1844 y 1867? El rector de Notre Dame, Patrik Chauvet, ha anunciado que se construirá una “réplica efímera” en madera, para que feligreses, turistas y curiosos no dejen de asistir a París en el tiempo que durará la reconstrucción verdadera, y la alcaldesa de París ha prestado gustosamente el terreno: money talks, politics listen. ¿No tienen razón los chalecos amarillos para indignarse frente al circo mediático e ideológico montado aprisa desde el Eliseo? 

Habría alternativas más sobrias aunque menos turísticas. En 1997, un terremoto dañó seriamente la Basílica Superior de San Francisco, en Asís. Los trabajos de reconstrucción fueron parciales y duraron cinco años. Por mientras, a los turistas se les ofrecía la visita virtual de la basílica tal y como aparecía antes del temblor. Replicable y evasiva como un sueño. Definitiva para aquellas partes que no pudieron reconstruirse, como los frescos de Cimabue. El público invitado a ser cómplice activo de la memoria, mientras no se le permite olvidar que un monumento es, antes de todo, una muestra de su propia caducidad: de transitoriedad siempre, de arrogante estupidez o de inconciencia criminal en muchos casos, como en los trabajos de remodelación que causaron la chispa inicial este 15 de abril a las 7:10 de la tarde.  

En 1687, los cañones venecianos de Francesco Morosini (o de Otto Willhelm Königsmark: italianos y suecos se han pasado la papa caliente desde entonces) destruyeron el Partenón de Atenas. Parte insoslayable de la culpa cae en los turcos, que habían decidido transformar el Partenón en depósito de pólvora: pero el cañonazo definitivo vino de la Liga Santa. El 15 de febrero de 1944 los aviones aliados bombardearon y destruyeron la abadía de Montecassino, erigida mil cuatrocientos veinte años antes; no había tropas alemanas en la abadía. 

En 2003, el ejército norteamericano asistió, dizque impotente, al saqueo del museo de Bagdad; el Secretario de Defensa Donald Rumsfeld lo desestimó como “unas cuantas piezas” (fueron 35,000, sumerias, babilonias y más: las más antiguas de la humanidad). Fuentes posteriores revelaron que la operación “Nuevo Amanecer” había sido programada seis meses antes en una reunión en la que participaron coleccionistas de arte y miembros del gabinete de George W. Bush (entre los cuales Donald Rumsfeld). Objetivo económico: el petróleo; objetivo psicológico: mermar la conciencia histórica del pueblo iraquí y obliterar que las partes más antiguas del Génesis bíblico son derivadas de fuentes sumerias; ventaja colateral: recomprar a precios de ganga las obras misteriosamente perdidas y milagrosamente recuperadas.   

Los monumentos también son textos abiertos (diría Umberto Eco), ambiguos como suelen ser los símbolos y los ensueños (lo dijo Baudelaire). Interpretarlos se vale: lo que no se vale es encerrarlos a piedra y cal en un déjà vu con fines políticos. Los que no lo quieren entender están destinados a repetir los disparates que Eco señalaba en los museos de California: todos tienen réplicas de la Venus de Milo, y todas tienen sus dos bracitos, cual debe para la Miss Universo del mundo antiguo. 

Lo nuestro es la #política en la #CDMX; si en verdad te late la grilla chilanga en las redes, visita nuestra página: https://elinfluyente.mx

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