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INTERSECCIONES / Crisis diplomáticas

En diciembre le tocó a España y Eslovenia, ahora le toca a Francia: ¿qué hay detrás?

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Fulvio Vaglio

El 12 de diciembre 2018, el gobierno español le pidió explicaciones al de Eslovenia después de que el 7 de diciembre el Presidente Bohut Pahor había recibido a Joaquim Torra, el President de la Generalitat catalana, y le había dado espacio para difundir públicamente la idea de que Catalunya persigue el modelo de la “vía eslovena a la independencia”. A dos meses de distancia, el gobierno francés ha “llamado a consulta” a su embajador en Italia después de que el viceprimer ministro Luigi di Maio se reunió con representantes de los “chalecos amarillos”.  

A un análisis más detallado, las dos situaciones muestran diferencias y semejanzas inquietantes. La diferencia más importante es de protocolo diplomático: “pedir explicaciones” es algo que un gobierno le hace a otro a través de su secretaría de relaciones exteriores (en el caso del 12 de diciembre, lo hizo Josep Borrell) sin poner en tela de juicio la permanencia de los canales diplomáticos. “Llamar a consulta” al embajador, por otro lado, equivale a un retiro virtual de la representación diplomática, apenas un pasito antes de la ruptura radical.  

Otras diferencias: cuando Bohur Pahor se entrevistó con Josep Borrell, lo hizo porque el govern autonómico de Catalunya tiene delegaciones en varios países europeos (entre los cuales Eslovenia): el gobierno de Pedro Sánchez tenía miedo que Borrell y su mentor Puigdemont usaran la delegación como plataforma para la campaña independentista. Los Gilets Jaunes no tienen ninguna representación oficial en Italia (ni en ningún otro país); esto es independiente de que nos caigan bien o mal (los lectores de esta columna saben que nunca he ocultado mi interés por su movimiento). Que el segundo de a bordo del gobierno italiano los reciba y se deje fotografiar con ellos, no podía no tener consecuencias diplomáticas fuertes. 

¿Cuál era la tirada de Di Maio? ¿Demostrarle a la componente de izquierda del neopopulismo italiano que no es un simple títere de la derecha? ¿Que puede inclusive ponerle un cuatro diplomático al gobierno del que forma parte, si las circunstancias lo ameritan? ¿Que, ahora que está en el gobierno (donde nunca debió de dejarle arrastrar) es capaz de levantar las banderas caídas del internacionalismo proletarios y restregarlas en las narices de Mélenchon?  

Por lo pronto, la protesta ha provocado divisiones en los mismos bloques de gobierno: el primer ministro esloveno Marian Sarec ha debido intervenir (14 de diciembre) para deslindarse de la iniciativa “apresurada” de su presidente y para manifestar su “molestia” por la manera en que Quim Torra ha utilizado en ejemplo esloveno para justificar el independentismo catalán. 

Por su lado, Matteo Salvini (el verdadero dueño del ajedrez italiano) se apresuró a declarar que buscaría recomponer las relaciones con Macron. Lo hizo a su manera, empeorándolas: su “discurso de reconciliación” fue igual que el exordio del “State of the Unión” de Trump del pasado martes: un aparente abrazo inicial, para luego caer en los ganchos directos al hígado: es Francia la que no cumple con sus compromisos en términos de presupuesto y de migración, etc. Vaya reconciliación: ni modo, al lobo no se le cae el vicio por mucho copete que se ponga. 

Exit Matteo Salvini, enter Sergio Mattarella. Ahora le tocó a él exigirle al gobierno italiano que compusiera la relación con Francia. Quizás hasta logre su cometido: el Presidente del Consejo de Ministros (cargo otrora, a veces, importante) Antonio Conte ha brillado una vez más por su ausencia, así que le toca al Presidente de la República (cargo habitualmente honorífico, representativo y sin mayor importancia) salvar el honor patrio. ¿Creen ustedes que su noble esfuerzo va a hacer alguna diferencia? Yo no: la capacidad de maniobra del gobierno italiano actual es secuestrada por una autoproclamada élite cuya preocupación principal es usar la división social e ideológica (innegable) para taparle el ojo al macho sobre su fracaso político y económico. 

Algo como lo que están haciendo Maduro y Guaidó en Venezuela. Dos presidentes ilegítimos compitiendo por un cargo al que cualquier persona con sentido común rehuiría, o buscaría el camino de la negociación (que ambos hasta ahora rechazan). Y creo que esto explica por qué Salvini (perdón, el gobierno Conte) no ha reconocido, hasta ahora, a Guaidó: Maduro se parece demasiado a Salvini, pero, además, tiene en su contra al eje Macron-Merkel; los enemigos de mis enemigos son mis amigos: simple aritmética electoral, en espera de las elecciones del parlamento europeo a finales de mayo. 

Ahora bien. ¿tiene algo que ver, esto, con Catalunya y con los Gilets Jaunes? Pues sí: mucho si no es que todo: los venezolanos en espera de la ayuda humanitaria varada al otro lado del río, como los migrantes económicos que siguen atascando las fronteras europeas y norteamericanas, como los republicanos catalanes más divididos que nunca en víspera del procés (el legal, no el otro), como los manifestantes que, sábado sí y sábado sí, se enfrentan a los policías franceses (y húngaros, y serbios), son usados como piezas de negociación por los poderes constituidos.  

La pregunta para los próximos meses es: ¿dejarán de ser carne de cañón y volverán a ser protagonista? Francamente no lo sé; pero yo tenía veinte años en 1968 y ahora tengo setenta. Déjenme imaginar que sí.  

Lo nuestro es la #política en la #CDMX; si en verdad te late la grilla chilanga en las redes, visita nuestra página: https://elinfluyente.mx

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