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INTERSECCIONES / Elecciones europeas

Hay mucho en juego este 26 de mayo y todavía está por verse cómo responderán los electores.

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Fulvio Vaglio

Cuando este artículo salga a la imprenta, estarán a punto de empezar las elecciones para el Parlamento Europeo.  El escalonamiento con el que se llevarán a cabo (Gran Bretaña y Holanda votarán el 23, la República Checa, Eslovaquia, Letonia e Irlanda el 24 y 25, los otros países el domingo 26) nos regalará unos días más de suspenso. Para el próximo lunes ya estarán en marcha las negociaciones para la formación de alianzas en el nuevo parlamento.

Primeras preguntas: ¿Se mantendrá el predominio de los dos grandes bloques (Partido Popular Europeo y Socialdemócrata)? ¿Se modificará la proporción actual entre ellos, y cómo?  Las encuestas de opinión más recientes son del 15 de mayo e indican que la ventaja de los Populares sobre los Socialdemócratas aumentaría ligeramente (menos de 1 por ciento), aun descontando el FIDESZ húngaro que está castigado con la suspensión del grupo popular: variación que, aunque menor, parece excluir un desplome del partito popular similar al que se ha visto en las elecciones españolas de hace tres semanas.

La segunda tanda de preguntas acaparra la mayoría de los comentarios: ¿Se frenará o se confirmará el ascenso de la ultraderecha? ¿Disminuirá o se confirmará el abstencionismo? Las dos preguntas están íntimamente relacionadas: los análisis de las elecciones políticas del 28 abril en España han enfatizado la altísima participación de los electores, con puntas cercanas al 80 por ciento, como una de las causas que permitieron frenar la ultraderecha y castigar el Partido Popular con la peor derrota en su historia. Me encantaría que fuera todo así de claro, pero no.

No sé a qué se referirían los de PSOE la noche del 28 de abril, pero eso de “haber frenado el ascenso de VOX” parece pura metafísica: el partido de Abascal no tenía diputados y ahora tiene 24; en las elecciones de 2015 había tenido menos de sesenta mil votos y el 28 abril obtuvo poco menos de dos millones setecientos mil. Sólo su contraparte alemana, la AfD, había crecido más en noviembre 2017: de menos del cinco a más del 12 por ciento de votos, de ningún escaño a 94. La otra parte del análisis es correcta: el España se desmoronó el PP de Casados, que parecía destinado a retomar las riendas del poder después del parentético Pedro Sánchez. Queda abierta la especulación sobre cuál fue el huevo y cuál la gallina: el derrumbe del PP o el crecimiento de Ciudadanos y Vox.

En la víspera de las elecciones europeas, la pregunta que verdaderamente importa es qué tanto se repetirá el ejemplo español al nivel europeo. Que las masas finalmente sensibilizadas acudan a las urnas coreando “no pasarán”, parece una fantasía nostálgica más que una expectativa realista. Sin embargo, puede suceder. En una entrevista trasmitida esta semana por Al Jazeera, un joven húngaro explicó su motivación por no votar en las elecciones generales de abril 2018: seguro no votaría por Viktor Orbán e, igual de seguro, su voto no serviría de nada. ¿Decidirá ese joven, y cientos de miles como él, votar en las elecciones europeas de este año, esperando que, allí, el voto de la oposición sí cuente?

Las agencias de consultas preelectorales, hasta la semana pasada, manejaban una variable más: los resultados de las elecciones europeas contando, o excluyendo, Gran Bretaña. La segunda opción ya no es actual, pero no deja de ser reveladora: sin los votos del Reino Unido, el aumento de la ultraderecha sería bastante menor, el bloque socialista perdería una decena de escaños y se confirmaría la función estabilizadora del bloque popular. En otras palabras, la presencia de Gran Bretaña es un elemento de mayor polarización: castiga un poco más el bloque popular, refuerza el socialdemócrata e impulsa fuertemente la ultraderecha.

Este escenario echa una luz especial sobre la visita relámpago de Viktor Orbán a la Casa Blanca el 12 y 13 de mayo. Steve Bannon, el hombre de Trump encargado de socavar la Unión Europea, aprovechó la ocasión para recordar de manera enfática que “Orbán fue Trump antes de Trump”. Orbán parece haber sobrevivido la marea de protestas desencadenadas en diciembre-enero por su reforma laboral ultraconservadora, y se plantea con uno de los líderes del eje eurófobo y anti-islámico, junto con Le Pen, Salvini, Abascal y los neonazis alemanes.

Espaldarazos recíprocos entre Trump y Orbán, por si algo salía mal con el Brexit, como en efecto sucedió. Presionado, el centro moderado europeo se ve obligado a desplazarse hacia la derecha: los mismos días en que Trump pregonaba con bombo y platillo su reforma migratoria, Angela Merkel anunciaba para Alemania, más discretamente, una reforma muy parecida. Siguen enfrentados sobre calentamiento global y tienen diferencias menores acerca de qué tipo de inmigrantes son deseables; pero ambos excluyen de su reforma la fuerza de trabajo sin calificación afroasiática y latina.

En esta jugada, Macron se está quedando aislado: en su conflicto con los chalecos amarillos ha tenido que prometer mucho y el 26 de mayo se verá hasta qué punto los franceses le creen. Por lo pronto, está justificadamente nervioso: el 15 de mayo, jugando en casa, se ha mostrado insólitamente parco de declaraciones y ha dejado que Jacinda Ardern, la primer ministro de Nueva Zelanda, le robara los reflectores sobre ciberseguridad y reglamentación de mensajes de odio en redes sociales.

Todo esto está en juego este 26 de mayo: sí hay que votar.

Lo nuestro es la #política en la #CDMX; si en verdad te late la grilla chilanga en las redes, visita nuestra página: https://elinfluyente.mx

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