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INTERSECCIONES / Espectros de año nuevo en Bruselas

Varios asuntos se mantienen pendientes en vista de las elecciones europeas de mayo 2019.

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Fulvio Vaglio

Si quedaba alguna duda de que Joaquim Torra no es más que un apóstol desangelado del mesías Puigdemont, para confirmarlo bastaría su última referencia a la “vía eslovena” para la independencia de Cataluña. La idea la formuló el mismo Puigdemont, en octubre 2017, y en ese momento tenía sentido: se refería a la manera en que los eslovenos habían manejado, en 1991, su campaña separatista: primero un referéndum, luego la negociación con el poder central de Belgrado, y sólo después de que ésta había fracasado, la declaración de independencia.  

Retomar esa idea hoy, es suicida. Le ha dado al espectro político (espectro en su doble sentido, físico y metafísico) la posibilidad de reunificarse provisionalmente alrededor de una indignación tan general como falsa. Torra predica la insurrección, clamaron juntos Ciudadanos y el PP; la declaración de independencia eslovena fue el primer acto de la sangrienta guerra de Bosnia, recordaron constitucionalistas y autonomistas moderados; no nos temblará la mano para aplicar el 155, ha rematado Pedro Sánchez.

El asunto ha trascendido fronteras cuando el gobierno central de Madrid le ha pedido aclaraciones al de Liubliana sobre la recepción que éste le ha dado a Torra: a Sánchez y su ministro de Exteriores Josep Borrell les preocupa que el Govern de Barcelona use sus delegaciones en varias capitales de la Unión Europea, como verdaderas embajadas de la fantasmal República Catalana. La derecha, desde Ciudadanos hasta Vox, está lista para una nueva ofensiva contra las autonomías locales; con tanto mayor entusiasmo, pues van a dejar que sea el PSOE de Pedro Sánchez quien se queme los dedos para sacar las castañas del fuego. Hasta ahora el juego le está resultando y las elecciones del 2 de diciembre en Andalucía lo confirman. 

Si España no tiene un centro moderado con suficiente fuerza para gobernar, Francia lo tenía y lo ha perdido. Los sondeos muestran que el apoyo a Emmanuel Macron ha bajado a bastante menos del 30 por ciento; los medios moderados reportan con alivio que el sábado 15 las movilizaciones de los Chalecos Amarillos han sido menos numerosas, menos violentas y menos largas que los dos sábados anteriores, con “sólo” un centenar de detenidos y “sólo un muerto” más; es posible que el mea culpa público de Macron, y las medidas anunciadas en favor de los estratos económicamente más débiles, hayan alejado por el momento el temido espectro de un frente común entre insumisos urbanos, descontentos rurales y estudiantes; pero no han hecho repuntar las acciones del presidente.  

Macron intenta jugar de nuevo la carta que lo llevó al poder hace dos años y medio, presentándose como la única alternativa viable a la ultraderecha de Marine Le Pen: cosa difícil de hacer cuando treinta meses de gobierno sin resultados tangibles te han desgastado, cuando sólo una cuarte parte de la opinión pública te apoya y cuando la protesta popular ha empezado a saborear el fruto dulce de una victoria conquistada en las calles y las barricadas. El imaginario colectivo de la semana presenta a los chalecos amarillos cantándole la Marsellesa a los policías antimotines, y a las Marianas retándolos a pecho semidesnudo como en el cuadro de Delacroix. Por lo pronto, el movimiento de los “chalecos amarillos” se está internacionalizando: este sábado un medio millar se ha manifestado en Bruselas, otros en Holanda y el incendio podría conectarse con el que ya se da en el este de la Unión. Con las elecciones europeas de mayo en puertas y con la crisis reptante del eje franco-alemán, los próximos meses dirán si el movimiento fue llamarada de petate. Mi apuesta es que no, pero puedo equivocarme.  

En la bota, el gobierno Salvini tiene una preocupación nueva, bastante más fuerte que la negociación con la Unión Europea sobre el presupuesto: los datos del ISTAT (el INEGI italiano) muestran para 2018 una contracción de la producción industrial mucho peor de la que se había pronosticado: algunos analistas hablan de “recesión técnica”, con escasas posibilidades de un repunte este año (a diferencia de Alemania, donde 2018 también terminó con una contracción pero las perspectivas para 2019 son de un aumento del 1.5%).   

En la isla, Theresa May ha superado con problemas el “fuego amigo” de los parlamentarios conservadores; pero debe enfrentarse a renovados ataques de los laboristas de Jeremy Corbin y a una difícil relación con el partido ultraderechista de Nigel Farage que, pequeño y local como es, tiene la llave de la mayoría parlamentaria: el UKIP no acepta varias cláusulas del “Brexit deal” sostenido por la Primer Ministro, sobre todo en lo que se refiere al futuro de Irlanda del Norte; para cuando se publique esta columna, ya se sabrá cómo le habrá ido en el debate parlamentario. 

En esta columna ya reporté el proyecto de un movimiento populista europeo, lanzado por la ultraderecha belga pero, en realidad, organizado por Steve Bannon. En contra de ese eje ultraderechista, son los moderados griegos quienes recogen las banderas europeístas que se les están cayendo de las manos a Merkel, Macron y Sánchez. En una entrevista con Christiane Amampour el 13 de diciembre, el ex ministro de Finanzas Yanis Varoufakis ha planteado la creación de un movimiento de centro en función anti-Le Pen y anti-Salvini. ¿Estamos frente al inicio de una guerra “by proxy” entre el modelo Soros y el modelo Trump? 

Lo nuestro es la #política en la #CDMX; si en verdad te late la grilla chilanga en las redes, visita nuestra página: https://elinfluyente.mx

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