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INTERSECCIONES / Estados Unidos y la mula

Videos sospechosos, acusaciones recíprocas, guerras reales: una historia repetida.

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Fulvio Vaglio

@vaglio_fulvio 

Veinticuatro segundos de imágenes bastante editadas y por momentos muy oscuras, especialmente los seis segundos donde supuestamente las Guardias Revolucionarias iraníes sacan algo del casco del bote japonés MT/Kokuka Courageous: una bomba no explotada, según las autoridades militares estadounidense; la prueba que faltaba de que Irán estuvo detrás del ataque, clamó Mike Pompeo; de los dos ataques, porque, una hora antes del Kokuka, el barco noruego Front Altair ya había sido objeto del mismo tipo de atraco.

Hay cosas que no cuadran. La primera es la narrativa de la imagen: después de los primeros seis segundos, la imagen, ya clara, muestra el barco más pequeño alejándose del Kokuka y luego en plena luz, en toma frontal, con alguien de pie en la prora, como si pidiera a gritos ser fotografiado. El argumento principal de Mike Pompeo para culpar a Irán, fue que la operación requería una sofisticación y una preparación que sólo Irán, entre los países del Golfo, tendría. ¿Cuál sofisticación? ¿Cuál planeación? A menos que los “rescatistas” planearan precisamente ser grabados.

La segunda es la hora: las 6:12 a.m. de la mañana (primera llamada de ayuda del Altair), y las siete de la mañana (llamada del Kokuka) muestran que no fueron ataques nocturnos. Pero, además, la hora del video es 4 p.m. Supuestamente, las Guardias Revolucionarias habrían esperado todo el día antes de ir a rescatar la prueba que los incriminara; pero no para hacerlo al abrigo de la noche, sino en plena luz del día.

Tercera incongruencia: el número de supuestos iraníes involucrados en el “rescate”. El video no permite contarlos con precisión, pero son al menos una decena, todos amontonados en la prora sin hacer mucho. Demasiados, para una operación encubierta. Se recomienda que, quien sea el autor del próximo video, contrate a un buen productor, un poco como sucedía en “Wag the Dog”.

Otras incongruencias importantes ya han sido señaladas en los medios: los estadounidenses hablaron de “torpedos”, pero los propietarios japoneses del Kokuka, basándose en informaciones de sus propios tripulantes, se refirieron a “objetos voladores” (misiles aire-tierra, para no caer en la ufología). En cuanto a quién rescató a los tripulantes de los dos barcos, parecería fácil establecerlo, pero no lo es: hubo una carambola confusa entre la marina estadounidense, la holandesa, la surcoreana y la iraní, al final de la cual cada quien pudo reclamar el número de rescates que quisiera.

Un claro intento de sabotear la mediación japonesa entre Estados Unidos e Irán (el primer ministro Shinzo Abe estaba en Teherán en el momento mismo del incidente): ésta fue la primera respuesta del gobierno iraní, que no tuvo dudas en culpar a los que llama, no sin cierto sentido del humor, el “equipo B” de Estados Unidos: Bin Salman de Arabia Saudita, Bin Zayed de los Emiratos y Benjamin Netanyahu de Israel.

El otro lado, sin embargo, alega que es un plan con maña del Ayatola Khomenei para sabotear la mediación japonesa en la actual crisis, en contra de la posición de su Ministro de Exteriores Javad Zarif. No es una hipótesis que pueda descartarse de antemano, ya que la lucha entre fundamentalistas religiosos (la Guardia Revolucionaria y el Ayatola) y políticos modernizadores (el presidente Rohani y el ministro Zarif) tiene al país como rehén desde hace bastante tiempo.

Pero hay otro beneficiado seguro. Hace un año, Trump retiró a Estados Unidos del acuerdo nuclear sobre Irán (JCPA) de 2015, restableció sanciones en contra de Irán y amenazó con escalar su presencia militar en la región: este año ha cumplido su promesa, enviando 2500 soldados y dos flotas; hace unos diez días Bolton propuso el envío de 120,000 soldados si es necesario. Ocasión de la escalada: otros ataques a buques-tanque en la misma área, acaecidos el 12 de mayo e igual de controvertidos. Lo del jueves parece el lógico “next step”.

¿Qué ganaría Trump? Reconstruir su maltrecha imagen, dicen sus críticos. Algunos han recordado que desde su ascenso a la presidencia se ha empecinado a derrumbar, ladrillo por ladrillo, la herencia de Obama: desde el Obamacare, la Trans-Pacific Partnership, el acuerdo de París sobre Medio Ambiente, el acuerdo nuclear sobre Irán, hasta la imagen de Harriet Tubman en los nuevos billetes de 20 dólares: si lo hizo Obama, hay que deshacerlo.

¿Infantil? Sin duda. ¿Inconcebible para Trump? No. ¿Sin antecedentes en la defensa estadounidense? Tampoco. Los críticos han recordado que el hoy asesor de seguridad nacional, John Bolton, hizo sus pininos en el embuste de 2003 para provocar la agresión de Estados Unidos en contra de Iraq, y han destacado que el petróleo iraquí fu sólo una de las motivaciones; la otra era restablecer la imagen de George W. Bush sacudida por el 11-S.

Hay otro antecedente: Golfo de Tonkín, 2 y 4 agosto 1964: buques norvietnamitas supuestamente atacaron al crucero de guerra estadounidense USS Maddox. Lyndon Johnson lo usó para arrancarle al Congreso la autorización para intensificar y extender la guerra de Vietnam. Poco a poco se fue reconociendo el embuste, que se reveló completo sólo en 2005: el 2 de agosto el Maddox abrió el fuego primero, y el incidente del 4 nunca ocurrió. ¿Qué prueba se ofreció?: una foto-radar falsificada, que más tarde fue apodada sarcásticamente “los fantasmas del Tonkín”. Con estos antecedentes, es justificable dudar de las palabras de Trump y Bolton. La mula no era arisca.

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