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INTERSECCIONES / Inglaterra, Europa y fechas

En las negociaciones entre Theresa May y la Unión Europea, hay en juego más que declaraciones de principio.

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Fulvio Vaglio 

@vaglio_fulvio

Cuatro millones 390 mil y contando, es el número de firmas recolectadas en cuatro días por un nuevo referéndum sobre el Brexit, que podría revertir la decisión de abandonar la Unión Europea. Setecientos mil manifestantes marcharon hoy, sábado 23 de marzo, pidiendo lo mismo. Theresa May sigue jugando a emboscada y chantaje, que parece ser su particular versión de serpientes y escaleras: acaba de declarar que no piensa exponer su propuesta a un nuevo voto en parlamento, si no está segura de que pase. Hasta los analistas más prudentes dicen que el gobierno ha perdido totalmente autoridad y ha abdicado a sus funciones, pasando la papa caliente al Parlamento que, por su cuenta, se sigue mostrando dividido y paralizado.   

Todo esto, en medio de una frenética y confusa danza de fechas: ya no habrá Brexit el 29 de marzo como estaba previsto, pero podría haber el 22 de mayo (si el Parlamento británico apoya la propuesta de May) o el 12 de abril si no la aprueba: y en este caso todas las cartas vuelven a estar sobre la mesa: puede haber un Brexit unilateral sin acuerdo (que nadie quiere), o una solicitud de una nueva extensión (desde varios meses a algunos años), o un nuevo referéndum, o elecciones anticipadas (todas opciones posibles, pero que la Primer Ministro no quiere).  

Por un lado, las vicisitudes de estos tres años demuestran que los conservadores en el gobierno jugaron a los aprendices de brujo con la chispa del Brexit, sin prever el alcance del incendio que desataban: creyeron poder cabalgar el tigre, usaron el descontento popular para sus rendiciones de cuentas internas (forzando la renuncia de David Cameron y poniéndole alfombra roja y caravana a la nueva “Dama de Hierro”, Theresa May) y ahora reconocen que no calcularon consecuencias y se encuentran con que sus mismos aliados conservadores (empresarios y financieros de la “City”) se les voltean y los acusan de incompetentes.  

Pero, por otro lado, hay otra fecha ominosa e inminente: entre el 23 y el 26 de mayo se celebrarán las elecciones del Parlamento Europeo y, si hay una previsión que nadie desmiente, es que la ultraderecha va a ganar sitios, y muchos; es ésta la apuesta de Viktor Orbán con sus declaraciones pancristianas, antiislámicas y antiinmigrantes: que los tibios del Partido Popular Europeo me expulsen (en efecto, acaban de suspender el Fidesz húngaro): nos volveremos a ver la cara en el nuevo parlamento y entonces sí, entre Visegrad y la ultraderecha francesa, alemana, austriaca, italiana, belga y española, seremos nosotros quienes pondremos condiciones. Detrás de esta estrategia, no lo olvidemos, está Steve Bannon, y detrás de él, el proyecto norteamericano de debilitar el bloque independiente en el corazón histórico de occidente.  

Si se da el Brexit el 22 de mayo, Gran Bretaña no participa en las nuevas elecciones europeas (la fecha no se escogió al azar); pero si hay una extensión más larga, sí deberá participar. Esto es lo que realmente le preocupa a Donald Tusk, a Jean-Claude Juncker y a la bancada de los Partidos Populares europeos. Están haciendo cuentas: cuántos escaños “eurófobos” podrán ganar, juntos, Marine Le Pen, Matteo Salvini, Santiago Abascal de VOX, los neonazis de Alice Weidel y Heinz-Christian Strache, los ultraderechistas belgas y holandeses, y los ultranacionalistas y ultracatólicos de Visegrád: ¿podemos permitirnos que también voten los ingleses y los separatistas escoceses? Pura aritmética electoral: cínica lo que se quiera, pero funcional. 

Lo admito: me encanta la narrativa de Miguel Ángel Asturias y su redescubrimiento de uno de los verbos más simbólicos de la lengua castellana: maldoblestar (recuerdan, “de la luz en la sombra, de la sombra en la luz”): estaba en una novela sobre la eternización del poder en América Latina (El Señor Presidente) y precisamente por eso puede aplicar al juego político de hoy y de siempre. Maldoblestar de los representantes de la Unión Europea: necesitamos a Gran Bretaña en la Unión (¡bienvenido el nuevo referéndum!), pero tememos que su electorado pueda inclinar la balanza en favor de la ultraderecha populista y eurófoba (¡que se vayan antes del 22 de mayo!). 

Para complicar aún más el panorama, está la movilización social (el sueño dorado de los politólogos conservadores: modelos abstractos que comparar en un laboratorio aséptico, no contaminado con las nimiedades de la vida cotidiana). Hoy, sábado 23 de marzo, se ha dado la movilización número diecinueve de los “chalecos amarillos”: no tan violenta como algunos deseaban y otros temían, por lo menos en París; pero tres veces más numerosa que la del sábado pasado. Estos manifestantes también votarán para el Parlamento Europeo: es una apuesta fácil, que votarán dependiendo de la respuesta que encuentren, o no encuentren, en las instituciones de gobierno.  

Lo decíamos en la columna de la semana pasada: está en Macron demostrar que no sólo oye el clamor, sino que lo escucha; y aun si escucha, que puede y quiere responder. Al otro lado del Canal, parece que Theresa May no sabe ni puede responder, aun admitiendo que sepa escuchar. Y se me olvidaba que Pedro Sánchez, muy ocupado con si quitan o no los llacs grocs de los edificios públicos, no se sabe si finge no entender o de plano no escucha. El dique para limitar la inundación ultraderechista a final de mayo, está lleno de grietas, y no se ves suficientes niños capaces de enfilar sus deditos en el hoyo. 

Lo nuestro es la #política en la #CDMX; si en verdad te late la grilla chilanga en las redes, visita nuestra página: https://elinfluyente.mx

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