Connect with us

Influyentes

INTERSECCIONES / Táctica, desconfianza y zarzuela

Published

on

Fulvio Vaglio

@vaglio_fulvio

Gabriel Rufián les ha avisado a Pedro Sánchez y a Pablo Iglesias: si no logran un acuerdo que permita la formación de un gobierno, ésta será la muerte política de los dos. Muchos análisis señalan lo paradójico de esta profecía, pero todos tienen el sabor amargo de una verdad incontestable. 

Un repasito: todos sabemos que Sánchez es el presidente del PSOE y, por el momento, presidente interino del gobierno en busca de una fórmula que le permita refrendarse: no tiene los votos suficientes para imponerse solo. Muchos saben que Pablo Iglesias es el secretario de Unidas Podemos, la formación que anda buscando recolectar los miembros desperdigados de la izquierda vieja (Izquierda Unida) y nueva (ecologistas, millenials, mujeres y LGTBs: por eso el nombre que adoptó el año pasado) 

Pero, ¿y Rufián?  Es el vocero de Ezquerra Republicana, la principal fuerza independentista (por lo menos en Catalunya); es decir, punta de lanza de la laxa coalición de grupos parlamentarios que el gobierno PSOE-UP, de haberse concretado, hubiera excluido de una participación política importante al nivel nacional: de aquí lo paradójico de su intervención. 

A menos que la intervención de Rufián también fuera dobleintencionada: les digo lo que ustedes deberían hacer, pero ya sé que no lo harán. Otros analistas han señalado que precisamente este doble juego marcó la relación entre Sánchez e Iglesias en las últimas horas antes de la votación del jueves 25 de julio: el PSOE primero rechazó las exigencias de UP, luego fingió aceptarlas a sabiendas que Iglesias rechazaría el acuerdo de última hora; por su lado, Iglesias primero le puso al PSOE condiciones inaceptables para la formación de una alianza de gobierno, luego dobló las manos y se limitó a exigencias más razonable, cuando ya era evidente que Sánchez tendría que rechazarlas. 

Al día de hoy no se saben los detalles ocultos en la bola de cristal: si Sánchez se expondrá a la humillación de intentar una coalición con el Partido Popular y Ciudadanos, cuyo fracaso parecería una muerte anunciada; si volverá a intentar una tercera votación en septiembre, de regreso de vacaciones, para desmentir el viejo dicho de que “la tercera es la vencida”.  

Nuevas elecciones en noviembre, parece la solución obligada que casi todos dicen rechazar “por el bien de España”, pero que muchos ya saborean a escondidas: el PP para tratar de detener  el derrumbe de los dos últimos años; VOX para seguir capitalizando el descontento popular; Ciudadanos para ver si logra de una vez repetir al nivel nacional el “milagro andaluz”; los independentitas para consolidarse por lo menos al nivel regional (las encuestas del Centre d’Estudis d’Opiniò dan por ganador a ERC, empatados en segundo lugar a Junt pel Sí y los socialistas catalanes, mientras que Ciutadans caería al cuarto lugar). Y de allí, todo de a cabo otra vez. 

La historia, ¿enseña? En este año turbulento, que no deja de enviar señales mixtas sobre fracasos y éxito de movimientos populares, de Francia a Hungría y de Sudán a Puerto Rico, la pregunta parece justificada. ¿Qué debe hacer un partido minoritario, cuando ve la oportunidad de un breve vacío de poder en la parte opositora? ¿Romperla y sustituirla, o verla desangrarse en sus rivalidades intestinas esperando un momento más favorable? En su momento fue la alternativa entre revolución bolchevique y gradualismo socialdemócrata; hace un año fue la disyuntiva de Pedro Sánchez frente a la crisis judiciaria del PP.  

¿Se sintió, Pedro Sánchez, como el Lenin español (rejuvenecido y enguapetado)En esta columna, hace poco más de un año, afirmamos que Sánchez se había dejado seducir, con demasiada facilidad, por las sirenas de un poder regalado y prematuro; ya conocemos el seguimiento del cuento: el bolchevismo se estancó en la repetición mecánica de esquemas que dejaban de funcionar una vez pasada la emergencia. 

En esa ocasión también profetizamos que el PP sólo tendría que cerrar filas, enmendar los errores más grotescos de sus gestiones, y esperar a que el experimento Sánchez cayera por su propio peso. El PP se tardó más de la cuenta, o quizás sus errores pasados eran más difíciles de enmendar: en el proceso, le dio espacio a Ciudadanos y – mucho más preocupante – a VOX. Pero hoy está regresando a dónde siempre tenía que haber estado: a la espera, que se antoja ya muy breve. 

No lo digo con gusto, aunque siempre hay un deje de autocomplacencia masoquista en la constatación de que uno tenía razón.  En los comentarios de analistas españoles (desde El Periódico de Catalunya a El País) se puede percibir el mismo sabor semiamargo (o agridulce, depende de cómo se vea). La izquierda española, ante de poder pensar en regenerarse, necesita hacer las cuentas con su pasado lejano y reciente. Ojalá y Suárez no tarde más tiempo en darse cuenta de que no es Lenin, e Iglesiasde que no es Abbie Hoffmann.  

A ambos, Pedro y Pablo como ya los están llamando los analistas con sentido del humor, les falta reconocer que han perdido, o nunca tuvieron, lo más importante de su tradición: la base obrera, y ésa es difícil de recuperar desde el poder, y menos si no se tiene otra estrategia que la conservación necia del poder y del partido.  

Mientras tanto, Rufián puede jugar al Nostradamus; y, nos guste o no, dará en el blanco más frecuentemente de lo que yerre. Las tragedias de inicio del siglo XX se repiten en forma de zarzuela. 

Lo nuestro es la #política en la #CDMX; si en verdad te late la grilla chilanga en las redes, visita nuestra página: https://elinfluyente.mx

Continue Reading
Advertisement Article ad code

Los influyentes

Twitter

Facebook

Advertisement Post/page sidebar widget area

Recientes