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INTERSECCIONES / Trump: ¿estratega o aprendiz de brujo?

La Bolsa de Valores inestable, la amenaza de recesión acechando entre bambalinas, la guerra arancelaria con China, generan preguntas sobre la cordura de Donald Trump.

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Fulvio Vaglio

A comienzo de los años 80, cuando le preguntaron al joven Donald Trump qué haría si el alcalde de Nueva York rechazara su proyecto de la Trump Tower, contestó: “Esperar. Cuando haya una nueva crisis, me darán lo que pido”. En las últimas dos semanas, los medios financieros y la prensa especializada, inclusive de derecha, se han preguntado qué impulsa hoy a Trump a jugar despreocupadamente con la amenaza de una recesión. Su ex amigo Scaramucci ha llegado a ventilar la necesidad de que el partido republicano busque un reemplazo de la candidatura para 2020. 

Otros han comentado que Trump, eliminando de su administración, uno tras otro, los expertos que tenían actitudes críticas hacia sus decisiones, se ha blindado a tal punto, que ya no tiene el pulso de lo que sucede fuera de su organización familiar. Otros todavía, que ya no sabe distinguir quién es sacrificable y quién hay que respetar, como demostrarían sus últimas, fuertes desavenencias con Jerome Powell de la Reserva Federal y con la Dirección de Inteligencia. 

A escasos quince meses de las elecciones de 2020, parecería que jugar con un derrumbe de la economía fuera la última cosa razonable que Trump pudiera hacer: finalmente, todos los analistas políticos, de cualquier bando, señalan que un presidente en cargo tiene todas las posibilidades de ser reelegido mientras tenga de su lado una economía fuerte; pero si la economía entra en crisis, pierde la reelección: las recesiones le costaron la reelección a Carter en 1980 y a Bush padre en 1992; no tienen ejemplos más recientes para sustentar su afirmación, pero la repiten una y otra vez. 

Parece un argumento convincente: la oposición lo acepta y trata de revertirlo en su favor: la actual bonanza económica – dice Bernie Sanders – sólo es tal para la minoría privilegiada, que es la verdadera beneficiaria de los recortes a los impuestos; la mayoría de los norteamericanos sigue viviendo al día, viendo sus escasos ahorros devorados por los gastos médicos crecientes, por los préstamos impagables de las colegiaturas de sus hijospor las metahipotecas (las nuevas, contraídas para pagar las viejas) sobre sus casas y sus terrenosTodo esto es innegable: unos golpes bien asestados a la presidencia de Trump, para facilitar su derrumbe una vez que su milagro económico se revele un fraude. 

Visto desde afuera – como podemos hacerlos desde nuestro observatorio privilegiado mexicano – es un debate fundamentado en una premisa que muchos esperan sea cierta: si hay una recesión, Trump cae; y si México cae como precio de ello, lo aceptaremos y nos tiraremos desde el techo de la bolsa de valores envueltos en el tricolor (total, no es tan alto como el castillo de Chapultepec).   

Este relato mítico se desmoronaría si se revelara cierta otra cara de la situación actual: que la recesión mundial es real y está en puertas, y que Trump está surfeando la ola: no oponiéndose a ella sino aprovechando su impulso; buscando dónde es más favorable y esperando que lo lleve a la orilla, mojado y triunfante, entre los aplausos del público.  

Dicen los expertos que, en ese deporte, el timing es esencial: tienes que observar el mar desde la playa, prever cuál de las olas es la buena, meterte al agua para estar en el punto adecuado y subirte a ella en el momento preciso. El sueño guajiro del surfista es poder producir la ola correcta en el momento justo. Puede que ése también sea el sueño de Trump: saber que la recesión es inevitable y buscar cómo cabalgarla; pero a sabiendas de que, de alguna manera, puede elegirla y fortalecerla. 

Todos quisiéramos tener la bola de cristal; es más, muchos dicen tenerla. Unas dicen que no habrá una recesión fuerte sino unas olitas un poco más altas de lo acostumbrado, pero no realmente amenazadoras: panorama consoladorpero poco convincente considerando que este 2019 ha atestiguado, y atestigua, protestas populares desde Europa a África a Asia y América (no sólo Latina): si algún sismólogo los considerara cono inocuos temblores locales en vez de síntomas de un gran terremoto global, sería bueno despedirlo en el acto. 

Otras bolas de cristal predicen, al contrario, marejadas fuertes, inclusive un posible tsunami: si el epicentro esté en China o debajo del estrecho de Ormuz, nadie lo sabe y realmente no es lo importante; lo que importa es su velocidad de expansión, lo que quiere decir, en términos políticos, hasta qué punto es controlable por parte de los jugadores reales, los que están sentados en la mesa y se han repartido las fichas: Putin, Xi Jinping, Trump  y el todavía anónimo jugador de la Unión Europea (si es que no se retirará antes de la sesión final de la competencia: está el representante del Mercado Común Africano esperando silla).  

Trump ha hecho la primera movida y el tablero ha enloquecido. Su tirada puede ser que, más o menos en un año, el tablero deje de moverse locamente y él, Donald Trump, su familia y su organización, pueda presentarse como el Gran Pacificador: “Cuando haya una nueva crisis, van a hacer lo que yo diga”. ¿Sueño guajiro de un magnate de la construcción, en virtual bancarrota, mantenido a flote con el dinero de su papi y rescatado por un abogado influyente y corrupto como Roy Cohn? ¿O política económica cínicamente perseguida por un presidente en cargo, que ve menguar sus chances de reelección y ha decidido jugarse la carta de la crisis, esperando que caiga en el momento justo? 

Lo nuestro es la #política en la #CDMX; si en verdad te late la grilla chilanga en las redes, visita nuestra página: https://elinfluyente.mx

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