Alberto Cuenca
En verdad, piénsenlo. No nacieron en carro.
La crisis por el desabasto de gasolina mostró un rostro de la Ciudad que sería ideal en circunstancias normales.
En estos días de escasez del combustible el tráfico se redujo considerablemente en las calles de la capital del país y ello se tradujo en una disminución en los índices de contaminación ambiental.
El Índice Metropolitano de Calidad del Aire (Imeca), pese a encontrarse en niveles promedio de 100 puntos hasta el miércoles 9 de enero, se redujo hasta los 60 puntos en algunos lugares de la Zona Metropolitana para la tarde del jueves 10, cuando la escasez de gasolina ya pegaba de lleno a los capitalinos.
Para el viernes 11 y el sábado 12, la calidad del aire se mantuvo entre regular y buena en toda la Ciudad. Solo se rebasaron los 100 puntos en Ecatepec, Coacalco y Gustavo A Madero, a razón de 101, 103 y 115 puntos, respectivamente, para la tarde del viernes.
La afluencia de usuarios en el transporte público no se tradujo en saturación (yo soy usuario de Metro, autobús y Metrobús). Por datos del propio gobierno capitalino, solo el Metrobús registró un aumento de pasajeros, en siete por ciento.
Estaciones de ecobici vacías porque la mayoría de ellas estaban en uso (también soy usuario de ecobici), o una mayor afluencia de usuarios en ciclopistas, daban cuenta de que formas alternativas de movilidad son posibles y que el automóvil puede quedarse en casa.
La falta de gasolina obligó a buena parte de los capitalinos a modificar hábitos de traslado y a racionar el uso del auto. ¿Por qué no podría ser eso posible en condiciones normales de abasto de combustible?
Por supuesto que la posibilidad de que se cambien hábitos de movilidad requieren esfuerzos y voluntades por parte de distintos actores, no sólo de los automovilistas.
Diversas ramas de la iniciativa privada y la burocracia local o federal bien podrían establecer políticas para que sus trabajadores laboren desde casa algunos días a la semana. El Instituto Federal de Telecomunicaciones, por ejemplo, inició con un plan así en 2016, para que por lo menos un día a la semana personal de áreas ejecutivas trabajara desde el hogar.
Lograr ese escenario ideal requiere un cambio radical de paradigma, como el consabido robustecimiento del transporte público, para garantizar el traslado de personas que viven muy lejos de sus centros laborales.
Incluso para quienes usan la bicicleta, la política pública debería ser amplísima y no quedarse en esfuerzos marginales como los que se antojan con los pocos recursos que se etiquetaron en el presupuesto del 2019 de la Ciudad para el desarrollo de ciclopistas.
Con todo y que tenemos un secretario de Movilidad que se mueve en bicicleta (Andrés Lajous), el Fondo Público de Atención al Ciclista y al Peatón tuvo una asignación de tan solo 51.5 millones de pesos para este año y no registró el aumento de un solo peso respecto a lo que tuvo durante 2018.
En la administración capitalina, la jefa de Gobierno tendrá que redoblar esfuerzos para convencer a armadoras de invertir en un mercado de vehículos eléctricos para la Ciudad que resulten económicos. Como mandataria electa, se reunió con empresarios del sector y el resultado fueron solo compromisos de buena voluntad.
Alcaldías como la de Miguel Hidalgo han avanzado en ordenar el uso y estacionamiento de bicicletas sin anclaje y patines eléctricos.
El escenario es complejo, pero no imposible. La crisis por desabasto de gasolina podría ser una oportunidad y de eso hay ejemplos a nivel mundial.
En los años setenta del siglo pasado Holanda vivió una crisis mayor de desabasto de combustible y eso sirvió para cambiar su paradigma. Hoy es el país con más bicis por habitante a razón de 16 millones 690 mil holandeses contra 16.5 millones de bicicletas.
De hecho el país europeo le puso fecha de vencimiento al uso de gasolina, pues a partir de 2025 prohibirá la venta de autos alimentados por combustibles fósiles.
