Por Pedro Flores
Si hablamos de las calles de cerca del parque de la Moneda, Estampa de Jesús María, Puente de Solano, la Alegría o de la Machincuepa, difícilmente alguien va a saber cuáles son, aunque en la actualidad hayan pasado innumerables veces por ella, sobre todo cuando van al centro de la ciudad, y han transitado por lo que ahora conocemos como la calle de La Soledad.
Plena de casas históricas, esta calle se le debe el nombre con el que finalmente la conocemos a una parroquia cuyo nombre original es de La Santa Cruz y Soledad de Nuestra Señora, fundada en el siglo XVI por lo padres agustinos, en uno de los barrios de indígenas muy pobres, a quienes se quería convertir al catolicismo, el templo fue bendecido el 27 de octubre de 1731.
La situación de los indígenas prácticamente olvidó a la Santa Cruz y se inició una gran devoción por la virgen de la Soledad, al grado que en su momento se separó de la jurisdicción de la iglesia de San Sebastián, que era de la cual dependía.
La Soledad originalmente era una humilde capilla, al crecer la devoción, el párroco Gregorio Pérez Cancio, allá por 1753, recurrió al trabajo y fe de los indígenas y a todos los medios para poder construir el edificio que hoy todos conocemos y que constituye una de las obras más bellas del Centro Histórico de la Ciudad de México.
Este quehacer, no sólo le costó la salud al párroco don Gregorio, sino hasta la cárcel, de la cual salió muy delicado de salud y la muerte lo sorprendió antes de que pudiera ver terminada su obra, que actualmente incluye tres naves estilo neoclásico que conforman una singular planta basilical, además de sus dos torres y una hermosa explanada.
Por cierto, existen leyendas muy curiosas que la tradición popular señala en torno al tempo de La Soledad
Se asegura que por la época de los 50, en el siglo pasado todos los domingos, a las 12 del día, asistían fervorosamente prostitutas y los rateros, y obviamente daban su limosna.
En la actualidad, todavía se pueden ver algunas figuras citadinas a esa hora, cuyos oficios no podemos definir, pero que son recurrentes desde hace muchos años.
Transitar por sus viejas calles es recorrer una historia que data desde la colonia, pues en diversos puntos se pueden apreciar los grandes balcones de herrería con acabados de cantera.
Hay mucha gente que recuerda que en el número 20 había un negocio que tenía un letrero que decía: “Jabones y empacadora de aceite”, así como en el 48 había otro que señalaba: “Por 0.50se plancha y desmancha ropa”.
Esta calle, que ahora está plagada de comercios, y que en algún tiempo era la zona exclusiva de la ropa para bautizo, hoy es valiosa por sus monumentos además de su historia.
Cabe destacar que el número 66 fue declarado en el Diario Oficial, el 11 de abril de 1980, monumento nacional, pues en esa casa nació Chava Flores, quien ha sido el compositor que más ha sabido recrear el barrio del México viejo y sus costumbres, incluyendo a las comadres y los gorrones.
Pero no sólo Chava Flores ha transitado por esas viejas calles que ahora incluyen al barrio de La Merced, sino también Don Andrés Quintana Roo, Melchor de Talamantes, Antonio Badú, Mauricio Garcés, Gerardo Murillo “El Doctor Atl”, Rufino Tamayo y Jacobo Zabludowky, entre otros personajes emblemáticos.
Y de deportistas ni hablar. Aquí han estado el luchador “Fuerza Guerrera” y el gran boxeador Luis Castillo, “El acorazado de bolsillo”, aquel que alguna vez Paco Malgesto, en su programa la “Hora Batey”, le preguntó que qué opinaba del entonces novato José Medel y de Edel Ojeda, con el que se retiró el “Ratón Macías”.
“El acorazado de bolsillo” respondió en aquella ocasión así: “Pues para mí, Paquito, que los dos son ojetes”, frase que se le atribuyó equivocadamente años después al ciclista Porfirio Remigio.
