Pablo Trejo
Para la 4T, en nuestro país sufrimos una crisis institucional generada por la ineficacia y corrupción que anida en las mismas, y por ello, son muy pocas las que pasan la prueba del descrédito y la desconfianza colectiva. Una de ellas es sin lugar a dudas, el INEGI.
México necesita poder medir de manera consistente la pobreza en el país para poder generar políticas públicas que nos conduzcan a encontrar respuestas a nuestras carencias. Necesitamos mejorar nuestras políticas públicas y ello requiere de un INEGI sólido y con rumbo, alejado de los nubarrones que de pronto aparecen sobre algunos organismos como el CONEVAL
El INEGI produce uno de los estudios de mayor relevancia; el de las Condiciones Socioeconómicas de la Encuesta Nacional de Ingresos y Gastos de los Hogares (ENIGH) que, desde fines de la década pasada, se ha constituido como el modelo base para le medición multidimensional de la pobreza en México.
Recientemente, se publicaron los resultados de la encuesta correspondiente a 2018, en la que el INEGI levantó el cuestionario en 87 826 viviendas, obteniendo algunos resultados por demás interesantes: En los hogares de México, el promedio del ingreso total trimestral es de 53,012 pesos, es decir; 17 mil 670 pesos al mes, cifra que parecería demasiado alta. Cabe destacar que este dato es por demás interesante, ya que es en este rubro en donde a futuro podrá medirse el impacto de los programas sociales que entregan recursos de manera directa a los individuos y las familias.
En la medición de los ingresos, se constató que la principal entrada de recursos a las familias, es el trabajo, seguida de las transferencias, que agrupan a las jubilaciones, pensiones, y por supuesto, las ayudas gubernamentales. Lo deseable sería que, a futuro, el incremento de los ingresos se diera como un producto del trabajo, aunque es previsible que lo que aumente sean las transferencias.
Uno de los aspectos en los que se debe trabajar, es en el abatimiento de la diferencia de ingresos entre los hogares de las zonas urbanas y las zonas rurales. En las primeras, el ingreso fue de 55,495 pesos, mientras que, en las rurales, el ingreso fue de 30,016 pesos, es decir, el ingreso corriente promedio trimestral en áreas urbanas es casi del doble que el de áreas rurales.
Otro reactivo que seguramente se modificará en los años subsecuentes, hace referencia a la edad de quienes ingresan los recursos a los hogares. Quienes más ingresan, son los adultos entre 40 y 49 años, seguidos por el rango de los 30 a 39; 50 a 59; 60 o más, y sorpresivamente, en último lugar, el grupo que abarca de los 20 a los 29 años de edad. Es imposible pensar que nuestra economía se dinamice mientras nuestros jóvenes no se involucren de manera más activa en la generación de ingresos, y en ese sentido, los apoyos gubernamentales hacia ese sector, a través del programas Jóvenes construyendo el futuro, pueden convertirse en un arma de doble filo, ya que si promueven la generación de empleos, los resultados serán positivos, pero también existe la posibilidad que los jóvenes, al recibir ingresos sin trabajar, opten por permanecer en esa condición el mayor tiempo posible, lo cual sería una verdadera desgracia para todos.
