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Investigación

INTERSECCIONES / Relaciones peligrosas: enemigos políticos, aliados de negocio

El retiro de Estados Unidos del Acuerdo Nuclear rasga una vez más una cortina que la sensatez diplomática preferiría mantener cerrada.

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Por Fulvio Vaglio

@vaglio_fulvio

En el anuncio de Trump del 8 de mayo, de que Estados Unidos se retira del JCPOA (el acuerdo nuclear sobre Irán), hay como siempre una mezcla de maniobra diversiva y autoelogio: yo siempre tuve la razón, lo que prometo lo cumplo.

Maniobra distractora, sí, pero ¿con respecto a qué? Entre el 10 y el 13 de abril se habían intensificado los rumores de un inminente enfrentamiento entre la Presidencia, el Departamento de Justicia y el FBI: en la primera de esas fechas, éste había cateado las oficinas del abogado de Trump (supuestamente en busca de documentos sobre los pagos realizados a actrices porno en 2016, para acallar las filtraciones sobre los pecadillos sexuales del entonces candidato); en la segunda fecha, parecía inminente que rodara la cabeza del Procurador General Rod Rosenstein, que sería el paso previo obligado para quitar de en medio al investigador especial sobre el Russiagate, Robert Mueller.

El 14 de abril vino el ataque “demostrativo” a Siria; desde el punto de vista del equilibrio militar internacional no sirvió de nada, excepto para confirmar Israel en el papel de abastecedor de pretextos para las iniciativas bélicas de Estados Unidos en Medio Oriente; pero la concomitancia de fechas había hecho sospechar que ésa, sí, podía considerarse una movida distractora.

Entre esas fechas de abril y el anuncio del 8 de mayo pasó casi un mes: aunque todo entre en la misma estrategia diversiva, otras piezas del rompecabezas tenían que caer en su lugar antes de que Trump se sintiera seguro en su movida: se necesitaba el encuentro del 26 (o 27, depende del fuso horario) de abril entre los líderes coreanos, con sus consecuencias inmediatas: la visita del flamante Secretario de Estado Mike Pompeo a Pyongyang, la declaración de Corea del Norte de que empezaría a desmantelar su arsenal nuclear y la fijación del próximo encuentro en Singapur entre Kim Jong-Un y Trump el 12 de junio. Con eso, Trump ya tiene una justificación plausible frente a su audiencia norteamericana: si con el justo equilibrio de sanciones económicas y retórica belicosa he logrado reconducir a cordura hasta al lunático “rocket man”, ¿por qué no debería la misma táctica funcionar con Hassan Rouhani?

Pero “plausible” no necesariamente quiere decir cierto. Rouhani, dentro de la cúpula iraní, es un “moderado” que fue elegido en 2013 con una plataforma de diálogo con occidente: el acuerdo con la Unión Europea y Estados Unidos de 2015 había sido su primer (y quizá único) éxito. Unos pocos días antes del anuncio de Trump, la Associated Press había publicado un reportaje (inmediatamente retomado por FOX News) según el cual la presidencia de Rouhani está en peligro aun antes de las próximas elecciones (2021): la nación se empobrece, las demostraciones callejeras aumentan, crece la aceptación de un “hombre fuerte” militar al mando del país y se refuerza la posición radical de la Guardia Revolucionaria, que ya habría logrado imponerle al presidente un muy impopular bloqueo del servicio iraní de internet; Rouhani se habría disculpado por Instagram por no poder reinstaurar el servicio porque la decisión de bloquearlo venía desde “muy arriba”.

Parecería una petición de paciencias, del tipo: aguántenme tantito que aquí las cosas están color de hormiga. Si lo sabía AP y Fox News, seguro lo sabía el Departamento de Estado; evidentemente Trump decidió no “tenerle paciencia” y, al contrario, soplar sobre las brasas. Lo que me lleva a otra pregunta: ¿qué interés puede tener Trump para darle un espaldarazo a la Guardia Revolucionaria iraní y poner en más ascuas a Rouhani?

Hace más un año, el 6 de marzo 2017, Adam Davidson publicó en el New Yorker un largo artículo en que revelaba los negocios no tan limpios de la Organización Trump con el Ministro del Transporte de Azerbaiyán, Ziya Mammadov, el “Corleone del Caspio”. Objeto de la transacción: la construcción de una Trump Tower en Baku; denuncia: la Torre nunca fue construida y, en realidad, nunca se pensó realmente construirla: lo que la Organización Trump le proporcionaba a ZQAN (la empresa familiar de Mammadov) era su nombre de marca, en lo que parecía ser un caso de lavado de dinero internacional.

La cosa era hasta peor: el mismo Davidson reveló que una de las empresas que triangulaban dinero a través de Mammadov y la Organización Trump era Azarpassillo, una empresa de construcción iraní operada por la Guardia Revolucionaria (IRGC). Cuando Trump, ya presidente, señaló a las empresas iraníes que debían ser sancionadas por estar conectadas con el terrorismo internacional, mencionó a tres, pero excluyó la cuarta: precisamente Azarpassillo; lo que expondría a la Organización Trump, no sólo a ser imputada de violación a la Ley Anticorrupción (FCPA), sino a las propias sanciones votadas por el Congreso a finales de 2015.

Ahora, el 8 de mayo, Trump ha anunciado que perseguirá una nueva ronda de sanciones durísimas   contra las empresas iraníes que manejan acuerdos internacionales en nombre del FGRC. Seguramente continuarán allí Shahid Alamolhoda, Rastafann Ertebrat y Fanamoj (que ya estaban en la lista de los malos de octubre 2017): ¿estará Azarpassillo? O, peor tantito, ¿estará ZQAN? Y ya que estamos en eso, ¿estará la Organización Trump, por la que Ivanka posó con un casco de arquitecta en la construcción del Trump Tower Baku? Ya lo sé: las preguntas retóricas no necesitan respuesta.

Semiólogo, analista político, historiador y escritor.

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