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La República del tuit

A unos meses de las elecciones parciales en Estados Unidos, parece importante reflexionar sobre algunos puntos del primer año de Trump en la presidencia.

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Por Fulvio Vaglio

Más o menos en nueve meses (el 6 de noviembre), Trump tendrá la primera cita importante con el electorado norteamericano cuando se celebren las elecciones de medio término, con la renovación total de la Cámara (435 escaños) y de una tercera parte del Senado (34 de 100 escaños). Es evidentemente prematuro sacar la bola de cristal; más bien me gustaría apuntar algunos datos que habrá que seguir con atención en los próximos meses.

El primer dato es el diagnóstico del estado de ánimo en la Casa Blanca después de un año de gobierno (el momento es más que oportuno ya que Trump ha pronunciado su primer informe sobre el Estado de la Unión el pasado 30 de enero): la guillotina (metafórica) ha trabajado incansablemente en todo este periodo.

Parecía haber alcanzado un momento de reposo con el nombramiento de John Kelly el 28 de julio, pero últimamente parece haber tomado fuerza otra vez y ahora Trump está a punto de quedarse sin FBI: el jefe, James Comey, había sido destituido el 9 de mayo; el segundo de a bordo, Andrew McCabe, ha presentado su renuncia el 29 de enero y la tercera en la cadena de mando, Rachel Brand, ha hecho lo propio el 9 de febrero.

En realidad, sólo es la punta del iceberg: Rick Moran ha publicado en American Thinker otros cuatro nombres de funcionarios del FBI y/o del Departamento de Justicia que han sido destituidos, o han renunciado, en las últimas cuatro semanas. Y queda el gran suspenso sobre si Trump llegará, o no, hasta pedir la cabeza de Robert Mueller (el investigador especial sobre el Russiagate), por lo que, según todo indica, debería primero despedir a su jefe Rod Rosenstein.

El juego de puñaladas en la espalda había alcanzado un punto álgido a comienzos de enero, cuando se anunció la publicación de Fire and Fury, un recuento de los últimos días de campaña de Donald Trump y de sus primeras semanas en la Casa Blanca; Trump intentó bloquear la publicación del libro y la editorial, al contrario, la anticipó de unos días.

El autor del libro, Michael Wolff, reportó entrevistas con (entre otros) Steve Bannon, en el que el ex consejero y estratega de Trump (hasta su despido el 18 de julio) tachaba al hijo del presidente (Donald junior) de “traidor” (por la junta con funcionarios rusos en la Torre Trump) y denunciaba el acuerdo al que supuestamente había llegado la familia presidencial para que Jarvanka suceda a su padre en el puesto de presidente, cuando sea el momento.

Las represalias no se hicieron esperar: la principal donante del sitio noticioso de Bannon le retiró todo su apoyo económico, Trump intentó minimizar el papel de Bannon en su elección y Bannon regresó arrepentido al redil: pero el daño estaba hecho.

El segundo punto es la relación de Trump con el Congreso. Se tardó exactamente once meses (del 20 de enero, cuando asumió el cargo, al 20 de diciembre, cuando la Cámara aprobó la propuesta de ley) para obtener su primer éxito con la reforma fiscal; antes de eso, había sido derrotado en su intento de revocar la ley de seguro social de Barack Obama; después de eso, ha tenido que dar marcha atrás en la acción que había emprendido en noviembre en contra de los Dreamers y ha debido revocar el veto a la inmigración de refugiados de 11 países islámicos (las fuentes no han dicho si queda vigente para Venezuela).

La confrontación con los demócratas llegó a su punto más álgido entre el 19 y el 22 de enero, cuando los demócratas del Senado quisieron supeditar la aprobación del presupuesto para 2018 a la resolución del problema de los Dreamers y la administración se negó; el riesgo de parálisis financiera fue finalmente evitado durante un frenético fin de semana de negociaciones: las próximas semanas (o meses) dirán qué tuvo que conceder realmente Trump en términos de DACA.

El tercer punto es el manejo de la economía. En esta columna hemos señalado varias veces que las proyecciones optimistas sobre el desarrollo económico de Estados Unidos (y de los países más ricos al nivel mundial) pueden fácilmente ser engañosas. Trump está manejando una carta de dos caras: por un lado sigue prometiendo que la reforma fiscal producirá la recuperación milagrosa del mercado del trabajo y una expansión sin precedentes de la actividad económica.

Los analistas e historiadores que no hemos perdido la memoria, sabemos que esto fue exactamente lo que hizo Ronald Reagan en sus dos primeros años de gobierno: prometer, digo. La realidad (la otra cara de la carta) fue distinta; la economía vudú tuvo una recuperación lenta y contradictoria y Reagan tuvo que utilizar el comprobado recurso de siempre, es decir, apretar el pie sobre el acelerador militar hasta que la máquina general empezara a responder.

Trump está haciendo lo mismo: el presupuesto combinado de la defensa para 2018 es el más alto desde 2010 (en ese momento Obama lo justificó con la necesidad del empuje final a la guerra en Iraq) y el presupuesto básico del Departamento de Defensa es, simple y sencillamente, el más alto en la historia: entre los beneficiados, adivinen nada más, está Lockheed-Martin (ésa de Bowling for Columbine).

Con la parálisis financiera de enero, el Departamento de Defensa aseguró que no habría reducción del gasto operativo corriente en zonas de guerra, aunque se manifestaban inquietudes sobre los empleados civiles de la defensa (774,000) que podrían ser suspendidos temporalmente. Pasada la crisis, el 9 de febrero el Congreso ha aprobado una apropiación de 700 millones entre presupuesto base y presupuesto para operaciones de guerra (eufemísticamente llamadas Overseas Contingency Operations).

El cuarto punto es la relación del gobierno Trump con la prensa y con el público. En cuanto a la prensa, Trump no ha dejado de separarla entre buena y mala: la buena es Fox News (lo ha vuelto a repetir en su mensaje del 30 de enero), las malas son todos los otros (lo ha repetido en Davos y lo han abucheado por eso). Trump confesa una admiración irrestricta por Rupert Murdoch; lo interesante es que, según el libro de Wolff, Murdoch lo ha tachado de idiota.

La relación con el público es más difícil de evaluar. Los rallies y los discursos televisados son un arma progandística vieja y obsoleta; creo que yo y otros cuatros no acordamos del Checkers speech de Nixon, entonces candidato a la vicepresidencia, el 23 septiembre de 1952: donde Checkers era el poodle al que Nixon declaró que nunca renunciaría, por mucho que sus enemigos insistieran: la acusación en su contra, muy fundamentada, era – para variar – corrupción.

La versión actual del Checkers speech son los tweets. Trump los está usando bien: no necesitan ser ciertos ni consistentes entre ellos, y además obligan a los adversarios a contestar de la misma manera o quedar atrás. Con una diferencia: que cuando el norteamericano promedio se levanta en la mañana para ir a trabajar (si es que tiene trabajo), ya tiene en la pantalla de su compu los nuevos tuits que se le han ocurrido al jefe supremo en la madrugada.

Estoy seguro que alguien ya está recabando datos sobre la atención que le dedica el público a los tuits de Trump. Sin embargo, no me resulta que se hayan difundidos los resultados de esa investigación, en la que los investigadores están destinados a quedarse siempre rezagados frente a la marea implacable de mensajitos presidenciales. Esto también, creo yo, era contemplado de antemano en la estrategia comunicativa de Trump.

Si esto funcionará o no, se verá el 6 de noviembre, cuando la clase trabajadora blanca y sin educación universitaria irá a las urnas. Por el momento, la opinión pública educada (los fake news) parece apostarle a que su guerra de guerrilla irá socavando la popularidad que el hoy presidente se labró el año antepasado.

No estoy seguro de ello; en 1952, Nixon y su jefe Eisenhower tenían en su contra a un adversario temible, educado y sofisticado como Adlai Stevenson, pero, en su favor, tuvieron la televisión: y ganaron. Ahora Trump tiene en su favor las redes sociales, aún más masivas e impermeables a la crítica que la tele, si sabes usarlas. Un dato curioso: en inglés, tweet designa, desde hace una década, ese particular tipo de red social; twit, desde hace bastante más tiempo, quiere decir “idiota”. Habrá que ver si el 6 de noviembre la alianza de tweets y twits volverá a prevalecer.

Semiólogo, analista político, historiador y escritor.

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