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La xenofobia nuestra de cada día

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Jaime Calderón

 

“Los árboles tienen raíces; los hombres y las mujeres, piernas. Y con ellas cruzan la barrera

de la estulticia delimitada con alambradas, que son las fronteras; con ellas

visitan y en ellas habitan entre el resto de la humanidad en calidad de invitados.”

 George Steiner.

 

La Carava migrante que cruza nuestro país ha puesto al descubierto actitudes mexicanas que, si bien todos sabemos que existen, nos negamos a reconocer. Atrapados en el laberinto del mestizaje, como diría el gran Octavio Paz, enfrentados con la soledad, a muchos mexicanos les cuesta todavía encontrar el equilibrio entre la decisión de ser víctimas eternas y, al mismo tiempo, mezclar horizontes con personas en infortunio.

Las migraciones tienen la particularidad de sacar lo peor y lo mejor de cada pueblo. Muchos mexicanos han volcado ayuda y cooperación personal sincera y desinteresada; otros, en forma diferente, han evidenciado actitudes del sustrato de la ideología mexicana. Entre lo peor, tenemos que resaltar la idea —derivada posiblemente del trato migrante que se le dispensa a nuestros connacionales en Estados Unidos— que la migración es una irregularidad, un ataque, la agresión de un pueblo a otro que busca “robar” su bienestar. Una invasión que si bien es cierto no se hace por las armas, se materializa con una presencia impuesta e incómoda.

Conviene recordar, sin embargo, que las migraciones son un fenómeno natural; en la historia de la humanidad, si bien el sedentarismo se considera un signo de progreso, sobe todo por el desarrollo de la agricultura, nunca alcanzó a eliminar por completo los flujos migratorios. Podemos decir que las migraciones por razones económicas son el resultado del libre juego la ley de la oferta y la demanda, como reguladora principal del mercado laboral: la oferta de trabajo se desplaza al lugar donde se le requiere, hasta alcanzar, en forma natural, un punto de equilibrio. Si las migraciones fueran incontenibles, hace mucho tiempo que Estados Unidos hubiera enfrentado una crisis de inconmensurables proporciones.

Lo artificial, en contraste, son las fronteras, aún más específicamente las ideas de nacionalidad y ciudadanía, que distinguen automáticamente, por su relación particular con el Estado, entre personas de primera y de segunda categoría, violando no pocas veces derechos fundamentales, por ejemplo, el de la libertad de trabajo.

Las migraciones, no obstante, evidencian algo peor, nuestro racismo. En redes sociales aparecieron calificativos que, tachaban a los migrantes de “delincuentes”, “ladrones” o “violadores”. La xenofobia, como el nacionalismo, se alimenta del segregacionismo. El aislamiento toma la forma aquí de una “protección” que evita la mezcla, la confusión; es en cierto sentido, una forma de “antisepsia” social. Te rechazo porque me considero superior, y esa superioridad, si se piensa con cuidado, no puede ser más que racial. El caso de México es aún más llamativo por su evidente origen común con Centroamérica, pero no debemos olvidar que el mexicano, en general, aun no reconcilia plenamente su linaje indígena y español.

Se ha costilludo un falso debate de desatención a nuestros nacionales en razón de la Caravana.

Tenemos que trabajar por una ética de la convivencia. El concepto de tolerancia ha caído en desuso en el ámbito filosófico, pues tolerar supone que el otro en sí mismo puede ser algo desagradable. ​ En un discurso multicultural preferimos la idea de fusión de horizontes, que significa, en su forma más sencilla, el colocarnos en el lugar del otro como única forma de aceptar su realidad. ​ Si trabajamos en este sentido, los frutos llegarán.

Lo nuestro es la #política en la #CDMX; si en verdad te late la grilla chilanga en las redes, visita nuestra página: https://elinfluyente.mx

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