Arturo Páramo
En sus discursos, el presidente revela más de lo que se publica. Exige leer entre líneas, unir cabos, hacer sumas, buscar el ángulo anverso.
Tan sólo este sábado, pese a la masiva convocatoria en la plaza central de Culiacán lanzó un “¡no me importa!” a sus propios seguidores que abuchearon al gobernador de la entidad, Quirino Ordaz Coppel. El titular del Ejecutivo pide respeto a los gobernadores que hace apenas unos meses él mismo denostaba.
En Playa Espíritu, un proyecto de Fonatur de 2 mil 832 hectáreas que costó al gobierno más de 2.4 mil millones de dólares y en el que se han invertido otros mil 400, el presidente ofreció subastarlo, sin embargo, se hizo acompañar al recorrido por el lugar de Daniel Chávez, uno de los más destacados inversionistas hoteleros del país, como si el proyecto ya tuviera destinatario.
Este mismo fin de semana reconoció que pese al combate al robo de combustibles, estima que aún se registrarán pérdidas por alrededor de 25 mil millones de pesos.
Es decir, pese a la vigilancia de más de ocho mil efectivos del Ejército, de La Marina y de la Policía Federal la ordeña de ductos sigue sin que hasta la fecha haya un solo detenido y con las bandas del crimen organizado que siguen generando el delito más lucrativo en México detrás del tráfico de drogas, e incluso en algunos momentos las bandas se dedican a ambas actividades.
López Obrador va con todo y contra todo y contra todos, incluso aquellos que forman parte de la propia administración pública.
Ante miles de afectados por las inundaciones ocasionadas por el huracán Willa en Nayarit y Sinaloa insistió en que la ayuda no les ha llegado porque el gobierno es lento, está entumido e incluso atrofiado.
Por ello decidió que el dinero que se entregará a los beneficiarios de programas sociales no pasará por la burocracia, sino irá directo de la Tesorería a las cuentas de banco.
Hay momentos en que el discurso presidencial no alcanza para cambiar el sistema de gobierno generado en décadas.
Los “traviesos” (Malosos, decía Ernesto Zedillo) no dejarán de serlo, la burocracia seguirá anquilosada y sectores como los trabajadores sindicalizados de maquiladoras en el norte del país presionarán mediante huelgas, y los “primos hermanos” de la CNTE presionarán con el bloqueo de trenes a que se les paguen adeudos.
Por todo ello, la cobertura periodística de la presidencia de la República vive uno de sus momentos más intensos e interesantes de la historia.
Dos muestras: En los dos recorridos efectuados la semana por el presidente en zonas con presencia de bandas dedicadas al robo de combustible, conocidos como “huachicoleros”, el Ejército resguardó a los vehículos que trasladaban a periodistas.
Otro: En las redes sociales arrecian cuestionamientos o francos ataques hacia los periodistas que participan en la rueda de prensa de cada mañana en Palacio Nacional.
A ello se suma el anuncio de la creación de un nuevo sistema de medios públicos y la reducción de los recursos destinados por el gobierno hacia medios y la eliminación de la partida de dinero para columnistas.
Cada uno de ellos, junto con la estrategia de comunicación ideada por el propio López Obrador a través de la conferencia de prensa “mañanera”, configuran una nueva relación entre el Estado y los medios de comunicación que es digna de ser registrada.
Destaca la atención lograda por la comparecencia diaria en Palacio Nacional del presidente, que, como se ha comentado aquí, se ha convertido en la primera fuente de información de los medios en México, exige responsabilidad de quienes asisten a ella y exhibe a los presentadores que exigen atención pesonalizada, se autonombran como ejemplo de libertad de expresión y demuestran que son ellos quienes no entienden la nueva relación con el poder.
La cobertura en directo de la rueda de prensa también expone a los reporteros que preguntan al presidente en inesperados protagonistas de cada jornada, y, tal vez sin pensarlo, demuestran que el Ejecutivo sí tiene fisuras, y exigen al máximo a un gobierno que por momentos tiene la tentación de repetir los errores del pasado.
