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Investigación

CRÓNICAS DE LA CIUDAD / Los pachucos, tradición de ayer, hoy y mañana

‘Sirol, carnal, hay que ajuariarse antes de enchufarte’, como esa, cientos de frases contribuyen a la existencia de la cultura del pachuco.

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Pedro Flores

Que pasó mi trompuda, ¿cuándo vamos a sacudir el polvo?, hace harto tiempo que no paseamos el callo ¿Qué te parece si nos lanzamos a gastar un poco la suela del cacle?… Hay un buen jale esta noche en “El Califas”, va a estar bien piocha la cosa, va a sonarle a la música el “Cara’e foca”, mi chula, ¿cómo la béisbol?

Simona la cacariza, dígale a su sisterna que silabario, que simón que la llevámos, ¿ve? Sí ya sábanas pa’quetes d’hilo, ¿no? No se me ponga pulques, ni se me agüite, a ver, mi trompuda, ¡parémela!… la trompa, que le voy a acomodar su kikote, no sea mal pensada. Nos va acompañar mi carnal, así ya armamos el cuarteto, ¿no?

Quien habla así es un pachuco. Sí, aquella persona enfundada en un traje con pantalón muy holgado con tirantes, pero ceñido en la cintura y en las pantorrillas, un saco largo con amplias solapas y hombros acolchados llamado zoot suit, que porta con un sombrero tipo italiano de ala ancha, a veces adornado con una pluma, con largas cadenas a un costado, y que usa zapatos estilo francés de charol bicolor, clásicos blanco y negro o con los colores del traje.

El origen de este movimiento data de los años 40 a 50 del siglo pasado. Se forjó al calor de los movimientos migratorios, y por eso un pachuco es las fronteras que cruzó y los anhelos que dejó. Estaban muy arraigados a su barrio y tenían sus códigos de honor.

La Academia Mexicana de la Lengua va más allá de los usos peyorativos descritos anteriormente y sitúa al pachuco en una región geográfica sin delimitarla exactamente, aunque da una aproximación a las principales ciudades fronterizas en las que se asentaron los pachucos: El Paso, Texas y Los Ángeles, California.

Los pachucos gustaban del boggie, el swing y el mambo, y dieron origen al spanglish, que es llamado caló chicano (a veces llamaba “pachuquismo”), un argot único que fusionó palabras y frases creativamente que aplican la terminología formal española, e imaginativamente adaptó palabras “de préstamo” inglesas.

Ton’s qué, ya sábanas, al rayo de Jalisco le cantoneó, ¿qué no? Pongáseme trucha y vistáseme con su mejor garra, ¿ve?, que nos vamos a ir a mover las caderas, mi chula. Así que ojo, chícharo y al tiro, que la estoy devisando desde Acámbaro de los magueyes. Voy a ponerme un poco tirili y reviro.

Pachuco es el estereotipo que definía a un joven estadounidense de origen mexicano (chicano) que surgió a mediados de los años 40, y fue Germán Genaro Cipriano Gómez Valdez Castillo, conocido en el mundo artístico como Germán Valdés “Tin Tan”, quien trajo a México y a la capital ese fenómeno que le valió el mote del “Pachuco de oro”, y que empleó el argot en muchas de sus películas.

Ser pachuco en la Ciudad de México es un estandarte, un recordatorio de otra época, de cuando la vida se vivía a fondo y en serio. Pero sobre todo, es una búsqueda estética en la ropa, en el baile, en tu forma de vida; una manera amable de relacionarte con el mundo que lleva la ropa llamativa.

LOS PACHUCOS DE OCTAVIO PAZ, JOSE AGUSTÍN Y CARLOS MONSIVÁIS

Visentiemos tranquis lo que nos dicen los vatos sobre el movimiento tirili… Los pachucos son bandas de jóvenes generalmente de origen mexicano, que viven en las ciudades del sur y que se caracterizan por su vestimenta
y lenguaje, no reivindican su raza ni la nacionalidad de sus antepasados. Viven una situación ambigua de no ser como los otros que los rodean; el pachuco no quieren volver a su origen mexicano; tampoco –al menos en apariencia –desea fundirse en la vida norteamericana.

El pachuco, extraña palabra, que no dice nada y dice todo, señala a un grupo incapaz de asimilar una civilización que los rechaza y no han encontrado más respuesta a la hostilidad del ambiente que esta exagerada afirmación de personalidad, a través de un dandismo grotesco, de una conducta anárquica.

“El pachuco parece encarnar la libertad, el desorden, lo prohibido, tiene la voluntad de ser distinto en una sociedad que no ha logrado asimilarlos, en la que sufren repulsa menos violenta que otras etnias, pero desgraciadamente han perdido toda su herencia, religión y costumbres”, dijo Octavio Paz en su obra “El Laberinto de la Soledad” (1963).

José Agustín, aquel autor de la “Tragicomedia mexicana”, defiende en más de una ocasión a los pachucos. En su libro “La contracultura en México” (1996) escribió: “En realidad, los pachucos no tenían nada de suicidas; al contrario, estaban llenos de vida y querían expresarse; se defendían a sí mismos y la libertad de ser.

Para Carlos Monsiváis, la cultura de pachuquismo era un sentimiento de pertenencia de un grupo en una sociedad que no los consideraba igual o semejantes, que no eran aceptados y buscaban curar heridas mal cerradas creando una moda, una sub cultura y un lenguaje propio. “Tin Tan” le pregunta a Marcelo: ¿Y el jale que conseguiste de guachador?, ¿Y todavía te forgetean tus relativos?” (Monsiváis, 1992).

EN 2018 HAY COMO 100 PACHUCOS NATOS

“Ahora, ser pachuco ya es hacer cultura, porque estás llevando lo que fue antes, para que no se pierda esa tradición”, asegura Ricardo Zamorano Escobar, alias “El pachuco for ever”, quien a sus 60 años viste orgulloso en la Ciudad de México su zoot suit al estilo más clásico -con sombrero, tirantes, leontina y zapatos oxford-, aunque este atuendo estilo gánster ya no sea sinónimo de revueltas rebeldes.

“Sobre mi vestir así, tal vez haya sido una influencia familiar, mi abuelo fue Jefe de Seguridad en varios cabarets, y junto con mi padre siempre hemos vivido en la colonia Guerrero.. Aquí en el salón “Los Angeles” había muchos pachucos y a mí me ‘pasaba’ verlos vestidos así, y desde hace 27 años me definí como pachuco”

En la casa de Zamorano hay un altar al célebre actor y cantante mexicano Germán Valdés “Tin Tan”, que en los 1940 se consagró como “El pachuco de oro”. Sus armarios están atiborrados de zoot suits que van desde el violeta, pasando por la cuadrícula escocesa hasta el dorado con piedras Swarovski.

Acompañado de su esposa y pareja Paola Tiburcio, Ricardo Zamorano nos comenta que el trabaja en France Presse, y tiene su academia en donde enseña el boggie, el swing, y el mambo, los clásicos bailes que hacen al pachuco.

-Bueno, ¿y el danzón?

-“Nada tiene que ver con el pachuquismo, si lo bailamos y lo disfrutamos es porque es buena música, pero igual lo hacemos con el swing o el cha cha cha”.

A decir de “El pachuco for ever”, actualemnte hay 100 pachucos, pero no hay una agrupación que los reúna. “Sin embargo, sí tenemos apodos que nos identifican, como ‘El sebos’, ‘El negro danzonero’, ‘El pachuco rayado’ o ‘El pachucho tun tun’, entre otros que permanecen fieles a la moda de antaño y animan míticos salones de baile”.

-¿Y existen mujeres pachucas? -“En otras épocas sí, pero fue en Estados Unidos, principalmente en otro contexto social.

La pachuca rompió radicalmente con la perspectiva tradicional de sumisión de la mujer. Salía a la calle, pisteba (tomba), fumba, bronqueba (peleba) como los hombres; las pachucas originales ocultaban navajas en sus peinados.

Ahora ya todos tienen su pareja de baile, ese fenómeno no se dio en México”.

ELLOS FUERON LOS PRIMEROS METROSEXUALES

Desde el martes ya estoy pensando qué ropa ponerme el sábado para ir a bailar. Ese día me rasuro, tengo un espejo de doble aumento para bien delinearme el bigote tipo ‘Tin Tan’. Ser pachuco de verdad es que toda tu ropa sea de pachuco y que vayas así a todos lados”, comentó finalmente Zamorano, “El pachuco for ever”.

Por otro lado, a Mario Morales hay que verlo con su tacuche gris de solapa ancha y su sombrero italiano, con su pantalón bombacho de corte español y con sus zapatos bicolor hechos a la medida. para evitar las ampollas bailadoras. Todo un pachuco en la Ciudad de México, que parece haber salido de los años 30.

Morales es un hombre que, además, baila como ya casi nadie lo sabe hacer hoy, sin vueltas acrobáticas, como si cada uno de sus pasos estuviera acompasado con los contratiempos de la orquesta.

“Yo siempre vi a mi abuelo, Luis Morales, vestido de pachuco”, asegura.

“Me impresionaba su elegancia, sus trajes siempre blancos. Cuando era niño, él y mi papá me llevaban de contrabando al salón colonia.

“Entonces yo pensaba que el danzón era una forma de emborracharse con las vueltas”, cuenta con nostalgia. Mario Morales, el que nunca falta a la “Maraka” los días de danzón, es un espectáculo de otro tiempo.

Todas las mujeres usan abanicos para quitarse el bochorno. Todos los hombres llevan un sombrero ajustado a la medida.

Mario Morales toma a su pareja por la cintura; ella, en un paso peligroso, sostiene todo su peso sobre la punta de su tacón izquierdo.

Él, con delicadeza y lentitud, comienza a darle vueltas. Por un instante es como si ambos fueran el eje alrededor del cual gira el mundo.

“Toda mi familia se ha dedicado al oficio de tallar y restaurar madera, pero yo digo que vivo una doble vida, porque generalmente trabajo de madrugada. Por ejemplo, cuando el INAH (Instituto Nacional de Antropología e Historia) me comisiona algún trabajo, me pongo de acuerdo con los vigilantes. Así, después de bailar, puedo ir a las iglesias y trabajar hasta el amanecer”, relata Morales.

La noche se vino encima, el banquete danzonero organizado por la Academia Rodríguez Carrera, encabezada por Don Daniel y Clarita está por terminar, las luces se empezaron a apagar, la gente empezó a salir del viejo salón “Los Ángeles”.

“Estoy cansada”, dijo María Azcoitia a su pareja José Luis Ponce, quien le respondió: “Simón, carnala , es hora de ir a aplastar oreja al chante”.

Se metió la mano a la bucha, sacó unas moneys y las entregó al guadarropa para que el dieran su mega zoot. “Ahí mañana nos visentiamos”.

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