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Los presidentes (norteamericanos, claro) y los medios

Habitualmente, no estoy de acuerdo con casi nada de lo que dice FOX News de Trump (dicho sea de paso, me intriga por qué SKY HD le haya dado preferencia en su pantalla a ese canal sobre CNN o MSNBC o NTN24; pero bueno); pero, si hay algo que los comentaristas de FN dicen y con lo que comulgo, es que el escándalo sobre los últimos tweets de Trump ha sido muy exagerado y bastante hipócrita.

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Creo haber sido uno de los primeros analistas políticos en México, si no es que el primero (sin falsas modestias), en establecer una comparación de las elecciones del 8 noviembre 2016, nada menos que con las del 8 noviembre 1932 (numerólogos y efeméridologos absténganse): el voto por Trump y el por Franklin Delano Roosevelt. Siento que los lectores de elinfluyente se lo hayan perdido, pues en aquel ya lejano entonces (9 de noviembre de 2016, en caliente después de las elecciones) todavía mi colaboración con este periódico no empezaba.

De las muchas facetas de este paralelismo (que se parece cada vez más a la pareja dispareja de Jack Lemmon y Walter Matthau), hay una que viene al caso por mi tema de la semana: ¿cómo han manejado, los presidentes norteamericanos, los medios masivos de comunicación? ¿con qué resultados? ¿Y – la pregunta de 64 millones de dólares – qué promete esta relación para el futuro?

Los pasajes sucesivos de la respuesta son conocidos: FDR usó la radio: claro, eran los años 1933-1945; su manera de comunicar en directo con el público fueron los fireside chats; en tiempo de guerra también usó el cine-jornal, que sin embargo nunca tuvo el alcance y el potencial comunicativo de las “pláticas a la orilla de la chimenea”. Truman, Eisenhower, Nixon (como vicepresidente) y JFK tuvieron a disposición la televisión: su aprendizaje sucesivo, por prueba y error, en el manejo del nuevo medio merecería una tesis de doctorado; al final Kennedy lo hizo mejor que Nixon, que ya en aquel 1960 mostraba una clara displicencia para con el nuevo medio masivo de comunicación.

Nixon, ya presidente, hizo lo humanamente posible para depender de las encuestas de opinión en vez que de la relación con los medios, lo que a final le costó la presidencia; Reagan los usó todos, medios viejos y nuevos, y por eso le otorgaron el título de Gran Comunicador. Clinton los usó tan torpemente, que hasta mereció ser ridiculizado en la película de Barry Levinson Wag the Dog, (traducida al español como Escándalo en la Casa Blanca, de 1997). Lo demás fueron conferencias de prensa, dimes, diretes y desmentidas.

Hasta que llegaron los tuits de Trump. De por sí, parecería una iniciativa interesante y hasta loable: la máxima figura del poder ejecutivo estadounidense descubriendo el poder de convocatoria de las redes sociales, y usándolo como su forma característica de comunicación. Pero precisamente aquí está, en el pecado, la penitencia. Empecemos con unos datos duros e inobjetables.

FDR, en sus doce años como presidente (4 marzo 1933 – 12 abril 1945), emitió 30 fireside chats: cuatro en 1933, dos en 1934, uno por año en 1935 y 1936, tres en 1937, dos en 1938, uno en 1939, dos en 1940, tres en 1941, cuatro en 1942, cuatro en 1943 y tres en 1944; es decir, que la mayor parte (17 de 30) pertenecen a los años de la Segunda Guerra Mundial (cinco de ellos para preparar la opinión pública a la entrada de Estados Unidos en la guerra, y los otros doce después de Pearl Harbour). ¿Será que Trump ya está en la fase de comunicación intensiva antes de la guerra?

Por lo demás, en tempos de paz Roosevelt manejó con mucha parsimonia esa técnica de comunicación: las puntas de la gráfica están en 1933 y 1934, cuando se trató de buscar apoyo para su programa de gobierno (el New Deal), y en 1937, el año de las grandes luchas obreras en Detroit y Flint, que también le planteaban al gobierno una disyuntiva difícil, entre apoyar el nuevo sindicalismo (el CIO se crea en 1936 y se organiza formalmente en 1938) o mantenerse inerte y prudente, a ver qué pasaba (Roosevelt eligió finalmente la primera opción).

Cuando sus asesores le recomendaban que intensificara su presencia radiofónica, Roosevelt se resistía: “Lo que más temo es que mis discursos sean tan frecuentes que pierdan efectividad… Creo que tenemos que evitar un liderazgo demasiado personal”. Es clara la diferencia con los tuits de Trump, pergeñados al parecer en las altas horas de la noche, orientados definitivamente a establecer un “liderazgo personal” y dictados por el impulso en vez de ser cuidadosamente preparados (los mensajes radiofónicos de Roosevelt pasaban por una docena de borradores antes de alcanzar su forma definitiva).

Claro que hay explicaciones para esta diferencia: un tuit de tres o cuatro líneas no se compara a un discurso de veinte minutos o media hora (los mensajes de FDR se volvieron aún más largos en los años de la guerra); y además el tuit le llega potencialmente a un público más vasto (los chats de Roosevelt promediaron un 18 por ciento de la audiencia radiofónica  en tiempos de paz, y sólo brincaron al 58 por ciento en los años de la guerra); pero parece indiscutible que Trump ha elegido intensidad y frecuencia, por encima de parsimonia y planeación: lo que lleva a Tim Naftali – historiador presidencial entrevistado ayer por CNN – a pensar que “Trump se cree más grande que su puesto”; y puede tener la razón.

¿Ecolalia digital? A veces parecería que sí; pero no me quiero sumar al coro de voces que empiezan a despotricar sobre la lucidez mental del presidente o sobre sus fallas ya conocidas (machismo, racismo, victimismo etc.), que obviamente se reflejan en el lenguaje de sus tuits. La prueba de los hechos, como siempre, será decisiva: por el momento, la tweet-manía de Trump ha catalizado en su contra la opinión pública liberal, además de varios miembros del Congreso, inclusive republicanos; pero no ha mermado el apoyo popular que se le brindó el 8 de noviembre: parecen probarlo los resultados de las últimas elecciones locales en los primeros meses de este año: apoyo popular que, es importante precisarlo, no fue una “avalancha” pro-Trump, no si definimos de manera precisa y consistente “avalancha” (landslide): pero el análisis razonado de los datos duros electorales deberá ser objeto de otro artículo: aguántenme hasta el próximo lunes, mientras esperamos con ansia los nuevos tweets o la próxima guerra.

Por el momento, parece que un peligro nuevo acecha las habilidades comunicativas de Trump: un rival del todo inesperado, creo. Trump ya lo había dicho, o insinuado, pero no con la cristalina claridad de su homólogo de este lado del Muro: A mí también me han espiado. No entiendo por qué a Trump le perdonan todo, mientras que a EPN le llueven los memes. Definitivamente, es un mundo injusto.

* Semiólogo, analista político, historiador y escritor.

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