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CDMX

Los soldados del doctor García

Libros y películas no convencionales sobre la Guerra Civil española y el franquismo.

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Por Fulvio Vaglio

De Pepe Carvalho se hicieron por lo menos cinco películas (una para televisión y cuatro para la pantalla grande) entre 1976 y 1991, y cinco series televisivas. De Lorenzo Falcó no se ha hecho ninguna todavía, pero es muy pronto: la primera secuela de la serie (Eva) acaba apenas de ser publicada. De Soldados de Salamina se sacó en 2002 la película de David Trueba con el mismo título.

¿Qué tienen en común Pepe Carvalho, Lorenzo Falcó y Rafael Sánchez Maza o Antoni Miralles (los dos últimos, personajes de Soldados de Salamina)? Claro, los dos primeros son exclusivamente caracteres de ficción, mientras que los dos últimos fueron personajes históricos reales, camisa vieja e ideólogo de la Falange el primero, miliciano de la República Española y soldado en la Legión Extranjera a las órdenes de Leclerc el segundo. Pero aquí todos ellos nos interesan como caracteres en libros y películas: ficción, pues.

También es cierto que Carvalho y Falcó son protagonistas en sus novelas, mientras Miralles y Sánchez Maza no (aunque son personajes importantes, con roles fundamentales en el despegue y cierre del libro y de la película); si hay un protagonista de Soldados de Salamina, es el escritor (hombre en la novela, mujer en el filme) que, justo al final del milenio pasado, empieza a investigar un hecho casi desconocido de sesenta años antes, en las semanas finales de la Guerra Civil española.

Para cerrar el círculo de las desemejanzas, Carvalho es un investigador privado, cosa que lo acerca al narrador de Soldados de Salamina (mas no a Miralles o a Sánchez Maza), pero lo aleja de Falcó que es un agente secreto en la mejor tradición de la novela de espionaje anglosajona.

¿Entonces, qué tienen en común los personajes de esos libros y películas? Son caracteres que se salen del molde; el miliciano Miralles encuentra al falangista Sánchez Macías que se ha fugado en el bosque para sustraerse al pelotón de fusilamiento, lo encañona y en el último momento se aleja sin dispararle ni delatarlo.

Falcó es un agente de los franquistas, encargado de la operación de rescate del fundador de la Falange, José Antonio Primo de Rivera, pero en realidad no tiene otra causa que sí mismo y termina rescatando a la doble agente soviética del calabozo franquistas en que es detenida, incomunicada, torturada y violada; Carvalho, comunista en su juventud (todavía recuerda las torturas que padeció en la cárcel), pasó unos años como agente de la CIA antes de acomodarse en su ciudad de elección, Barcelona, en su profesión como investigador privado, y en su relación con Charo.

Las mujeres en la vida de Falcó y Carvalho también son atípicas: Eva Rangel se presenta, al comienzo de Falcó, como una agente franquista para revelarse después como una agente soviética infiltrada entre los falangistas. Es más antiheroína à la Pérez Reverte en la segunda novela, que lleva su nombre: bella y peligrosa como toda espía que se respete, tiene una fuerza física que casi le permite matar a manos limpias a Falcó, su rival eterno y amante ocasional (o quizás es al revés: amante eterno y rival ocasional): tal para cual, sin sentimentalismos inútiles.

La Charo de Carvalho es menos atípica en el universo literario: una prostituta leal (aunque evidentemente no fiel, lo que no le preocupa ni a ella, ni a Pepe, ni a los lectores) a su hombre y sus propios valores: versión posmoderna de las mujeres caídas del melodrama y el drama romántico, ésas que Alejandro Dumas hijo había englobado en el oxímoron, aún sorpresivo aunque ya un poco cliché, de la virginidad del vicio. Tampoco es que Charo se presente como la indiscutible coprotagonista femenina de las aventuras de Carvalho: en la mesa de antihéroes blindados contra el sentimentalismo (como lo son Falcó y Carvalho) no hay un lugar reservado para mujeres; en efecto, Carvalho pasa más tiempo con su asistente y cocinero Biscuter (relación medio calcada sobre la de Nero Wolfe con Archie Goodwin, obesidad y orquídeas aparte) que con Charo.

Lola Cercas (la periodista-investigadora de Soldados de Salamina) es un personaje, más que atípico, extraño, y no sólo por ser el alter ego de Javier Cercas (autor y personaje del libro), sino por inacabado: la primera vez que aparece en pantalla, la vemos como una profesora universitaria que pretende enseñarle a sus alumnos cómo crear un personaje, y al final, no sabemos si ha logrado plasmarse a sí misma.

Su historia en la película no gira alrededor de relaciones amorosas habidas y por haber, ni siquiera de la búsqueda de identidad sexual, pues se desenvuelve sin demasiados problemas entre Conchi y Gastón, sin que ninguno de los dos tenga en su vida otro papel que ayudarla y estimularla en su investigación. El objetivo dramático de Lola es más bien salir del atolladero en que se encuentra como profesora universitaria y escritora (la segunda vez que aparece en escena, está tecleando sin ilusiones la misma “A” mayúscula, renglón tras renglón, como el refrán interminable de Jack Torrance en El resplandor): y sin embargo, al final no entenderíamos si ha logrado hacerlo, si no supiéramos de antemano (pero por conocimientos previos, no por la película) que el libro ha sido escrito, que Mario Vargas Llosa lo ha mucho elogiado y que David Trueba lo ha adaptado para el cine: muchas presuposiciones externas.

Lo que más acomuna a esos personajes, masculinos y femeninos, es la manera de enfrentar el contexto histórico: la guerra civil de España (en el caso de Falcó y Lola) y el franquismo (en el caso de Carvalho). En estas novelas, así como en las películas, los republicanos no son siempre intachables y los falangistas no son siempre los malos; lo que no quiere decir que se borre el juicio histórico. Justamente, Pérez Reverte (el autor de Falcó) dice: “Tengo clarísimo que el franquismo fue malo [pero] no dedicaré una novela a explicar esta obviedad”.

Me parece que es (fue) una manera inteligente, y valiente, de entender un pasado que seguía (sigue) siendo desgarrador. Por más de un lado y para más de un bando: en 1981, cuando Vázquez Montalbán (el autor de la serie de Pepe Carvalho) escribió Asesinato en el Comité Central, a más de un militante izquierdista le debe haber recordado el clima de sospechas, delaciones y puñaladas en la espalda que había acompañado, menos de veinte años antes, la captura y ejecución de Julián Grimau, el líder de las Comisiones Obreras (1963); sospechas a las que no fue ajeno, precisamente, el Comité Central del Partido Comunista Español, ubicado en Moscú. Y a algún italiano debe haberle recordado, quizás, el comandante partisano, suizo y trotskista, en cuya brigada militó Giorgio Caralli, y que cayó en mano de las camisas negras en circunstancias nunca aclaradas.

Por su lado, la serie de Falcó no pasa bajo silencio las guerras intestinas, dentro del bando republicano, entre anarquistas y comunistas y, de éstos, entre estalinistas y trotskistas. En el último diálogo de Lorenzo Falcó con Eva, el primero la pone sobre aviso, sin éxito, acerca de la suerte que espera a los agentes del Kremlin llamados a Moscú después de haber fracasado en alguna misión. Ya conocíamos los sótanos de la Lubianka, desde Arthur Koestler (El cero y el infinito) a Solzhenitsyn (su vida real y la muerte real de su secretaria, no sólo Archipiélago Gulag), pero era, y sigue siendo, más incómodo reubicarlos en la España de 1939 (o en la Alta Italia de 1944).

Personalmente, me decepcionó bastante Soldados de Salamina (la película, por el tratamiento de Lola) y tampoco me entusiasmó mucho el libro (relato real, no novela, precisa Javier Cercas): siento que el escritor se suelta sólo en las últimas cuatro o cinco páginas y el cineasta no lo hace nunca. Esto sí, cuando se suelta (como en un orgasmo largamente contenido), duele y hace llorar; en el libro, por lo menos, se entiende el porqué del título, vía la referencia a Oswald Spengler y al proyecto que al parecer estaba acariciando (y nunca llevó a cabo) Sánchez Maza; me gusta la ambivalencia cínica de un autor que pretende robarle el título al antihéroe de su novela.

En el epílogo que escribió para la edición de 2015, Javier Cercas menciona a Umberto Eco: es otra cosa que me gusta en el título Soldados de Salamina: sugiere mucho y no precisa casi nada, como El nombre de la rosa. O como La noche de San Lorenzo de los hermanos Taviani, que es lo más cerca que haya llegado la cinematografía italiana a reventar las suturas del silencio para dejar salir las tripas sucias de una historia (la Resistencia y la República de Saló) contada demasiadas veces, y casi siempre mal.

Espero con cierta ansia a ver si algún cineasta adaptará a la pantalla Los pacientes del doctor García de Almudena Grandes: mismo el tema, mucho más asombrosa la capacidad de travestismo de la autora, que sabe hablar de mujeres como una mujer y de hombres como un hombre, de franquistas y falangistas como un facha y de republicanos y comunistas como un rojo.

Su proyecto: una saga de seis novelas, que abarcarían la historia de España desde la Guerra Civil a los años sesenta. Apenas estoy terminando de leer Los pacientes del doctor García, que según el plan es la cuarta de las seis novelas, y – como siempre me sucede con las sagas y con las novelas muy largas – estoy esperando a ver dónde empezará a decepcionarme, con la mezcla de morbo y miedo con que, de niño, veía los trapecistas del circo y ahora miro las carreras de auto en la tele. Por lo menos hasta ahora, esta novela no lo ha hecho: nadie como una mujer con huevos, para escribir historias de hombres.

* Semiólogo, analista político, historiador y escritor.

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