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Mañaneras: Un claroscuro

El hecho mismo de comparecer y dar explicaciones de sus planes de gobierno parece plausible. Sin embargo, no es un acto de transparencia o rendición de cuentas por parte de AMLO, sino sobre todo un acto político.

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Jaime Calderón

Muy pocos presidentes se han permitido someterse directamente al escrutinio de los medios de comunicación. Ernesto Zedillo, un presidente que comunicaba muy bien en las distancias cortas, aunque con problemas para hacerlo con igual efectividad en los medios masivos de comunicación, en ocasiones convocaba a conferencias de prensa, una muy famosa tuvo como escenario las Barrancas del Cobre en Chihuahua. Vicente Fox, Felipe Calderón y Enrique Peña Nieto llegaron a conceder entrevistas, aunque de forma controlada, con comunicadores seleccionados. Nadie, es justo reconocerlo, se había sometido a los medios con tanta frecuencia y apertura como Andrés Manuel López Obrador. Recientemente el Presidente  afirmó que con esas ruedas mañaneras se logra un “diálogo circular” con la población y anunciaba que hasta 120 mil personas siguen estas conferencias   en redes sociales.

El hecho mismo de comparecer y dar explicaciones de sus planes de gobierno parece plausible. Sin embargo, no es —al menos no en toda la extensión de la palabra— un acto de transparencia o rendición de cuentas, sino sobre todo un acto político.

Las conferencias matutinas, copiadas de su etapa como Jefe de Gobierno del entonces Distrito Federal, están pensadas para fortalecer la imagen presidencial. El gobierno del Presidente López Obrador no es de instituciones, esas mismas que ya mandó al diablo en alguna ocasión, y que en su opinión están corrompidas por el ancien régime. La formación del tabasqueño es autoritaria: su gobierno es el de un solo hombre iluminado, un caudillo, que exhibe que sus ocurrencias son el único y exclusivo eje de la acción gubernamental. También comprueban un hecho palpable: a López Obrador no le gusta gobernar; le gusta —y habrá que reconocer que lo hace muy bien— estar en campaña. Estas conferencias son actos de propaganda de un régimen cuyo objetivo real es el de la concentración total del poder.

No muy diferente es la intención política de la conferencia matutina obradorista comparada con el maratónico programa dominical del desaparecido Hugo Chávez, Aló Presidente.Éste era ciertamente un burdo ejercicio de demagogia, donde el gobernante cantaba y contaba chistes; aquella está  dirigida de manera formal a los medios de comunicación para fijar la agenda del día. Lopez Obrador es más inteligente  de lo que nunca fue Chávez. Ambos ejercicios, no obstante, coinciden en la búsqueda de identificar el gobierno con una sola persona, todo lo contrario de las legítimas pretensiones de una democracia liberal. López Obrador rara vez ofrece cifras o datos precisos, navega en el mundo de la abstracción y la vaguedad, porque la finalidad auténtica es montar una exhibición magistral de símbolos para transmitir que si bien en México constitucionalmente existe una división de funciones del Supremo Poder de la Federación (artículo 49), el poder real, el verdadero, lo tiene una sola persona: él.

La conferencia matutina también tiene inconvenientes y no pocos. La figura presidencial se desgasta si los planes no funcionan. En este momento del sexenio todos los anuncios son fabulosos porque se refieren a un futuro que nadie conoce ni puede descalificar; conforme la realidad los golpee el mismo, Presidente, ya no sus subalternos, tendrá que dar las explicaciones pertinentes. También exhibe la pobreza del plan de gobierno obradorista, basado en la improvisación, incapaz de ofrecer explicaciones de obras que no han pasado por ningún examen riguroso de viabilidad más que el capricho del que se siente propietario del poder. Nos damos cuenta de que más allá de deshidratar económicamente a ciertos sectores, como los burócratas e increíblemente rubros muy sensibles de gasto social, y repartirlo en programas clientelares para capturar votantes cautivos, no hay en realidad ninguna política que incentive la inversión y fomente el crecimiento… más bien todo lo contrario. El Presidente evade preguntas, nos regaña por usar mucha gasolina, descalifica rivales sin recato ni pudor. La política del me canso gansoen vivo por televisión.

Este estilo personal de gobernar, como diría Daniel Cosío Villegas, anula a los miembros del gabinete, muchos de ellos de edad avanzada, que se ven obligados a sacrificar horas de sueño para servir de utilería a su jefe; su imagen cansada y desvelada, lejos de brindar confianza, propicia no tomarlos en serio. Lo único que consigue al obligarlos a estar presentes en la mañana es que aparezcan en chistes ácidos y de mal gusto en redes sociales. López Obrador no tiene empacho para contradecirlos y descalificarlos en público, sin advertir que los va a necesitar cuando las cosas no marchen bien. Por poner un ejemplo, el verdadero Secretario de Gobernación, lo sabemos a través de las pantallas, no es la Ministra en retiro Sánchez Cordero.

La conferencia matutina es un resabio de un presidencialismo rancio que se empeña en crear una figura monolítica y de apariencia todopoderosa. El gobierno al que aspiramos, no es el de un hombre fuerte, figura que tanto daño ha hecho a los pueblos latinoamericanos, sino uno de instituciones jurídicamente organizadas y eficaces. Y esas, en su mayor parte, trabajan en silencio.

 

Lo nuestro es la #política en la #CDMX; si en verdad te late la grilla chilanga en las redes, visita nuestra página: https://elinfluyente.mx

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